EL BANDIDAJE EN TULANCINGO
Por
Gloria Valencia Vargas
A mediados del siglo XIX el país se vio azotado por la calamidad de los bandidos
y salteadores de caminos, en este grupo se incluyeron a guerrilleros, patriotas,
luchadores de causas justas. Sin embargo, a falta de protección y justicia de
las autoridades, la población en los pueblos y estados de la república se vio
forzada a tomar las armas para su defensa.
Diferentes autores han ilustrado con claridad los sucesos de miedo e inseguridad
en los que vivían los habitantes en el campo, las ciudades localidades
apartadas.
Ignacio Manuel Altamirano lo describe en su famosa novela de EL Zarco: “Juárez,
pues, se hallaba en los días de mayor conflicto. Y hemos dicho que, merced a
estas circunstancias, los bandidos se habían enseñoreado de la tierra caliente.
Martín Sánchez pensó encontrar en el presidente a un hombre ceñudo y tal vez
predispuesto contra él, y se encontró con un hombre frio, impasible, pero
atento. El jefe campesino lo abordó con resolución y le presentó las cartas que
traía. El presidente las leyó, y fijando una mirada profunda y escrutadora en
Martín Sánchez, le dijo:
-Me escriben aquí algunos amigos, que usted es un hombre de bien y el más a
propósito para perseguir a esos malvados que infestan el sur del Estado de
México, y a quienes el gobierno por sus atenciones no ha podido destruir…
Entonces, animado Martín Sánchez por esas frases del presidente lacónicas como
todas las suyas, pero firmes y resueltas le dijo: -Lo primero que yo necesito,
señor es que me dé el gobierno facultades para colgar a todos los bandidos que
yo coja, y prometo a usted bajo mi palabra de honor, que no mataré sino a los
que lo merecen. Conozco a todos los malhechores, sé quiénes son y los he
sentenciado ya, pero después de haber deliberado mucho con mi conciencia…”
El Estado de Hidalgo no escapó a este escenario de miedo, que ya resultaba
insoportable para los habitantes de todos los rincones. En Tulancingo la gente
luchaba para defender sus bienes y a sus familias, José L. Cossío y Soto lo
describe así:
“La situación había sido intolerable: la población de Tulancingo estuvo
amenazada de ser asaltada por los bandidos que merodeaban tranquilamente por
donde querían, había plagios y asaltos en todos los caminos y fincas de campo y
no pocos pueblos.
Tulancingo tenía trincheras y fosos en las calles para facilitar la defensa con
los pocos elementos de que disponían los vecinos organizados en guardia
nacional; se prohibió tocar las campanas para que éstas sólo se oyeran cuando se
llamara a los vecinos para la defensa de la población.
Una tarde los hermanos Lorenzo y Juan Vinay, fundadores de la casa de comercio
El Bazar Universal, pidieron apoyo a las autoridades que les proporcionaran una
escolta para que acompañaran en el lugar peligroso a unos carros cargados de
mercancía que al día siguiente saldrían de Singuilucan.
Se llamó a los elementos se la guardia nacional y ya de noche salieron al mando
de don Francisco Lezama: la noche era muy oscura y haciendo el menos ruido
posible subían por el monte de San Francisco Huatengo cuando se cayó un soldado
y se le disparó el fusil. Inmediatamente se oyó en la espesura cercana un gran
tropel de caballos y mucha gritería; sorprendidos los de la escolta se retiraron
hasta parapetarse detrás de la cerca que limita el camino por el Norte,
retirándose después a la hacienda de San Nicolás el Grande de donde pidieron
auxilio a Tulancingo ignorando que habían derrotado al enemigo…”
Este panorama se repite en este siglo XXI, pero se muestra en una forma más
terrible y compleja sin que hasta hoy se encuentre una solución.
Hasta la
próxima.
Sus comentarios serán bien recibidos y tomados en cuenta si los envía a:
lolvalart@hotmail.com.
|