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En el transcurso de la historia humana y natural, resulta
lógico e ineludible lamentarnos por la pérdida del 60% de
las especies animales en un periodo aproximado de cuarenta
años. Entre ellas cuentan aves, mamíferos, peces y reptiles
de todo el planeta. Sobre todo nos lamentamos por la
irredenta responsabilidad de la especie humana y de la caza
furtiva, como causa principal de esta extinción masiva y sin
precedentes. No conforme a ello, tendríamos que agregar la
existencia de una isla de deshechos plásticos que rebasa el
tamaño de casi la mitad del continente europeo. Además de la
tala e incendio de las áreas verdes que hasta ahora han
cobrado una ingente cantidad de hectáreas, y que por ello,
representan un daño catastrófico no sólo para el medio
ambiente, sino para la vida de toda la biosfera.
En el poemario que ahora nos congrega, Eco lógico de un
lamento, la autora Cristina de la Concha inscribe en su
dedicatoria una manera interesante de situarse en el mundo:
un padre que transmite el conocimiento necesario para poder
reconocer los puntos cardinales y los tiempos de siembra y
de cosecha; más allá, la autora abraza la esperanza de que
su hija y su generación puedan ser capaces de vivir en
armonía con la naturaleza circundante. Así, el pasado cifra
en el presente la esperanza de una posibilidad para el
futuro.
Al discurrir por las páginas y versos de Eco lógico de un
lamento, se percibe la belleza, el encanto y la gravedad
de una elegía admonitoria, que nos remonta a aquel pasaje
del Génesis en que Noé exhortaba a los desmedidos dar freno
a sus actos antes de una consecuencia terrible: el Diluvio
universal tan aclamado y buscado por ellos mismos.
Posterior a aquella voz pre-diluviana, hallamos la
resonancia de la religión eleusina de la Antigua Grecia, la
cual rendía culto a las diosas Deméter y Perséfone, y que a
su vez, nos hacen adoptar un modo arbóreo de mirar las
cosas. En esta parte, la poeta observa los colores, percibe
las fragancias y toca las texturas que dan forma a la
corteza del árbol. Testigo milenario de sombra hirsuta que
se yergue contra el viento de la tempestad y el fuego del
relámpago. Al mismo tiempo, observamos la fauna que crece y
habita en el interior de las maderas preciosas; pero
también, se oye una voz que agradece y comulga con la
naturaleza.
¨eres maderas finas que perfuman
hermosas figuras labradas de ti
ostentando civilizada vida¨.
¿Puede acaso la naturaleza darnos lecciones de civilidad?
Desde luego. De hecho, a través de una isotopía en la que la
voz dialoga con las arboledas, los ramajes, las frondas y
las forestas, aparece un contracanto en el que la vida hace
retroceder la aridez y desolación de la tierra. Enseguida,
se hace manifiesto el elogio hacia el portento de la
naturaleza y la gratitud, por el resguardo que ella nos
proporciona. Los árboles alejan el frío con el calor de las
fogatas; protegen de la intemperie con las casas que se
construyen; y brindan comodidad con el hogar y los muebles
que sus maderas posibilitan.
¨desafían al frío tus leños al fuego
a la intemperie tus maderos interpuestos
a los rayos del sol y de las tormentas
a los soplidos que arrastran y empujan
y en mi casa con ellos me acomodo
como los navíos en la mar
cuánto has dado a esta humana vivencia
que no podamos hacer por ti
…
Madera que creces y habitas
Nuestras vidas
¿cuánto hemos de darte
por todo esto recibido de ti?
¿Es menester recordarlo
para detener la masacre
que te amenaza?¨
Después aparecen dos intermedios: el primero de ellos es el
juego de un calambur o una ruptura silábica del morfema
Amazonia, dicha ruptura abre una variedad de
significados posibles: ¨Ama a Zonia¨, ¨Ama zoo nía¨,
¨Ama Zonia¨. El segundo es un cuento breve en el que
se recrea el origen de la flora y la fauna del mundo. Más
adelante, se retoma el encomio de la naturaleza, pero esta
vez dirigiéndose a los hielos perpetuos que dan equilibrio a
la vida, y que a la vez, nos protegen de la excesiva
toxicidad del dióxido de carbono y del metano.
¨Hielo nieve de Ártico y del sur
de los polos de nuestro globo
del Antártico y del norte,
tu blanca textura ata a la Madre Tierra
tu suavidad y resistencia
tu transparencia y fragilidad
en copa amplia contiene a la mar
en roturas peligras la existencia
con añicos que hieren fundiéndose,
la mar que crecida intimida¨
La poeta se dirige al hielo sólido para pedirle que detenga
el paso del tiempo y el fatal ascenso de las aguas.
Consecuencia ineludible del calentamiento global, como bien
lo ejemplifica la reciente inundación de Venecia (noviembre
de 2019). Después de elogiar a los árboles, a los hielos del
Norte y del Sur, el canto tercero será dedicado a las aguas
sublimadas en lo alto del cielo y la atmósfera, es decir, a
las nubes. Luego de estos encomios y de la ulterior
desaparición de las especies, la poeta imprecará con el eco
del responso a aquellos indolentes que con alevosía han
perjudicado a la naturaleza, incluyendo aquellos fatuos que
con su vanidad han buscado emular en su falaz indumentaria
su colorido exótico. Finalmente, llegaremos a la reflexión
sustancial de todo el poemario: ¨¿Y cómo dentro de esta
crisis rescatarnos de ella?¨. La incertidumbre que mana de
esta cuestión no linda sólo en el ámbito de la ecología y de
la bioética, sino en el trasfondo filosófico de la especie
humana como rapaz depredadora de sí misma y de otras
especies. ¿Qué valor tiene para nosotros la vida en esta
esfera que gira en el Sistema solar, a la orilla de la Vía
Láctea, en algún lugar del Universo? La respuesta que se
deriva de estas páginas yace en nuestra conciencia y sólo
podrá descifrarse a la sombra de nuestros actos y del
futuro, si acaso cada día construimos la esperanza de tener
uno. Amable lector o lectora, le invito a adentrarse a este
paisaje en el umbral de la extinción y del colapso
climático, pero sobre todo a reflexionar con la belleza de
estos versos, la alternativa de un mañana posible para
nosotros y los seres vivos que aún prevalecen.
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