21.Feb.2021
CEBOLLA
Por
Sergio Alarcón
Sobre la tabla de cortar,
el filo del cuchillo resplandece,
intimida, la ceremonia culinaria.
La blanca piel de la cebolla
luce impoluta.
El puño del cuchillo se adapta,
ergonómicamente, a la mano.
Con precisión de experto,
la cebolla queda separada
en dos mitades. Se multiplican
los cortes y la primera mitad
queda convertida en pequeños
cuadrados
y rectángulos. La otra mitad,
termina en rodajas.
El filo y la atmósfera queda
impregnado
por el sabor y la fragancia de la
cebolla.
Sobre las mejillas ruedan,
una tras otra, lágrimas.
La cebolla es un detonante.
Cortar la cebolla o al menos
intentar
hacerlo con la destreza
con que lo hacía mi señora madre,
es una tarea dolorosa.
Los huevos a la mexicana
han perdido la sazón de aquellas
manos,
expertas en cortar la cebolla
y el jitomate. Justas al agregar,
con las yemas de los dedos,
la cantidad exacta de sal.
El punto idóneo para la cocción.
En la mesa, los cubiertos,
son presa del silencio.
El bocado se hace nudo
entre las cuerdas vocales,
las palabras han enmudecido.
En la cocina, el fuego
de la ausencia es una llaga
que nunca cicatriza.
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