HOMO SAPIENS
por Sergio Alarcón
No recuerdo haber elegido
ser Homo sapiens.
Envuelto en este lienzo de piel,
adosado a este perchero óseo,
investido de dolor e incertidumbre,
bautizado con toda la certeza de la muerte.
No recuerdo haber elegido,
adorar a Dioses e ir a la guerra,
para incendiar las chozas,
matar a mis hermanos
y ultrajar a las mujeres y sus hijos.
Si me hubieran dado a elegir,
hubiera elegido, sin duda,
ser árbol, pez o pájaro.
Empero, soy un Homo sapiens,
nací desnudo, con los pies descalzos,
tan vulnerable, como yo mismo,
tan auténtico, como un hombre bronceado
por el sol que madura las mazorcas y dora los trigales,
como un hombre que con sus ojos ilumina
la caverna de un mural rupestre,
tan cosmopolita, como un hombre binario,
que ignora de qué árbol brota el fruto
que alimenta a sus hijos, tan libre,
como el águila, tan introspectivo,
como el búho, sin fronteras en las alas,
ni en el corazón, sin atuendo de monarquía
o dictadura alguna, sin cayado
para gobernar y declarar la guerra
e invadir el territorio de congéneres,
sin títulos de propiedad en el horizonte
de la mirada, ni tesoros enterrados,
sin paraísos fiscales, ni títulos en la pared,
sin insignias y condecoraciones en la solapa,
ni elegante traje sastre de prepotencia y cuello blanco.
No recuerdo haber elegido
ser un Homo sapiens, luego entonces,
soy tan dichoso, como un árbol que alberga
con su sombra, tan inconfundible,
como las branquias y las escamas
que iluminan la mar, tan sonoro,
como una multitud de pájaros
dibujando la mañana con su canto,
tan infinito, como el lenguaje
que me fue heredado, tan acaudalado,
que atesoro la palabra y el abecedario.
Soy un hombre árbol,
de raíces profundas,
soy de madera, con ramas donde anidan
mis amigos los pájaros,
con flores y frutos para celebrar
con las abejas y el pico de las aves,
con una colmena en el corazón
y un colibrí que habita el valle de mis parpados.
A veces soy un barco en naufragio,
una carreta alzada en vuelo
por la generosidad de las libélulas,
avanzando por una ciudad imaginaria,
entre columnas de la fantasía y el esplendor
de sus calles y la arquitectura esculpida
por la magia y la memoria del lenguaje.
Otras veces soy un incendio, una fuente de melancolía,
una copa de delirio y ebriedad, una fiesta,
una choza, una guitarra, un violín, un piano,
una marimba, un juguete de madera, una cuna
para la sonrisa de un ángel, un féretro, una espada
para decapitar a hombres de corazón rebelde
y diáfano, un palillo quizá, una estaca clavada
al vientre, una viga donde asir la soga, un puente,
leño para asustar al frío y cocinar manjares,
un arado, un granero, un telar de cintura,
un marco apolillado de una fotografía amantísima,
un baúl con aroma a cedro y pino,
un candil, una flauta, una silla, una mesa
para reunir al Homo sapiens.
No elegí ser Homo sapiens,
sin embargo, entre todas las atrocidades
y las emociones, elegí la locura,
elegí el amor,
elegí ser escritura,
elegí ser poema,
elegí amarte.
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