11.Abr.2021
PUNTO DE
ENCUENTRO
A solas, en el punto de encuentro,
de mí, de mi voz, de mi lenguaje,
en el centro de la soledad y el silencio,
envuelto por la piel de un rostro
que arde en el espejo, inmerso
en el agua que me contiene impreso
en la memoria de la lluvia
y el alfabeto de todas las tormentas,
en medio del relámpago y el grito
intimidador del trueno,
entre el polvo de este instante
que me conforma, cuerpo,
herencia y escritura de los testamentos,
frente a un retrato en blanco y negro
colgado en el recuerdo, resplandece
la edad y la relojería de los tiempos.
La piel, los labios
reconocen en el rostro del lenguaje
las presencias que me pueblan,
con su investidura de sol
y la voz de las campanas que nos citan
en la catedral de la mirada.
Quién me nombra en el páramo
del silencio, en el estudio y la orfandad
de las palabras endógenas y adyacentes,
si me encuentro tan distante, separado
por las branquias y el oleaje,
lejos de la tierra donde la locura
poseyó al caballero de la imaginación,
montado en su enclenque rocinante.
Quién, entrar puede por la ventana
de un piso treinta y tres, sentarse
frente a sí, sin llevar consigo su cuerpo
o la copa ebria del lenguaje.
En la lejanía, la fragancia de las palabras
nos arrulla en su corola, nos convoca
en el corazón de la noche, donde caben
todas las presencias resonantes,
mientras una multitud de ácaros
y cucarachas nos recorre la dermis
con la investidura aristocrática
de esta hora irrenunciable.
Quién me habita con su voz de salmo
o su cuerpo de preclara brasa
o arcana ave peregrina,
quién tatuó mis ojos
de imborrable algarabía
o rasgó mi corazón
dejando inmarcesible herida,
quién, en medio de la noche abreva,
la amargura de los calendarios
y las arrugas del bastón,
la asfixia del olvido, quién, a solas,
se ahoga, sin siquiera escuchar,
la última palabra de consuelo
en la hora última de la agonía.
Estoy a solas, al otro lado del océano,
en el centro de la ciudad
más populosa, que sobre un lago,
alza las cúspides piramidales
de su gloria.
Y nadie toca a la puerta
para consolar las lágrimas
o siquiera, para desprender el vaho
que obnubila al espejo,
no hay nadie que nos salve,
nadie que pueda llegar al piso
treinta y tres de esta habitación
que se desploma, delirante.
Estoy a solas, empero, en la lejanía,
alguien pronuncia, quizá, una sílaba
de nuestro nombre en su memoria,
alguien, en algún lugar del mundo,
o en algún rincón de una galaxia muy distante,
me dicta un poema o me llama,
mientras mi corazón, lentamente,
se va apagando y me abandona.
Frente a la mirada de los candelabros,
mi cuerpo yace.
En otro espacio amanece.
|