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De Charles Dickens
EL MANUSCRITO DE UN LOCO
3ª
parte
Veamos, sí, había sido descubierto. Era ya muy
tarde y de noche cuando llegué a casa y encontré
allí al más orgulloso de los tres orgullosos
hermanos, esperando para verme… dijo que por un
asunto urgente. Lo recuerdo bien. Odiaba a ese
hombre con todo el odio de un loco. Muchas veces
mis dedos desearon despedazarlo. Me dijeron que
estaba allí y subí presurosamente las escaleras.
Tenía que decirme unas palabras. Despedí a los
criados. Era tarde y estábamos juntos y a solas…
por primera vez.
Al principio aparté cuidadosamente mis ojos de él, pues era
consciente de lo que él no podía ni siquiera pensar, y me glorificaba en
ese conocimiento: que la luz de la locura brillaba en mis ojos como el
fuego. Permanecimos unos minutos sentados en silencio. Finalmente,
habló. Mi reciente disipación, y algunos comentarios extraños hechos
poco después de la muerte de su hermana, eran un insulto para la memoria
de ésta. Uniendo a ello otras muchas circunstancias que al principio
habían escapado a su observación, había terminado por pensar que yo no
la había tratado bien. Deseaba saber si tenía razón al decir que yo
pensaba hacer algún reproche a la memoria de su hermana, faltando con
ello al respeto a la familia. Exigía esa explicación por el uniforme que
llevaba puesto.
Aquel hombre tenía un nombramiento en el ejército… ¡un nombramiento
comprado con mi dinero y con la desgracia de su hermana! Él fue el que
más había tramado para insidiar y quedarse con mi riqueza. Él había sido
el principal instrumento para obligar a su hermana a casarse conmigo, y
bien sabía que el corazón de aquélla pertenecía al piadoso muchacho.
¡Por causa de su uniforme! ¡El uniforme de su degradación! Volví mis
ojos hacia él… no pude evitarlo; pero no dije una sola palabra.
Vi que bajo mi mirada se produjo en él un cambio repentino. Era un
hombre valiente, pero el color desapareció de su rostro y retrocedió en
su silla. Acerqué la mía a la suya; y mientras reía, pues entonces
estaba muy alegre, vi cómo se estremecía. Sé que la locura brotaba de mi
interior. Sentí miedo de mí mismo.
-Quería usted mucho a su hermana cuando ella vivía -le dije-. Mucho.
Miró con inquietud a su alrededor, y lo vi sujetar con la mano el
respaldo de la silla; pero no dije nada.
-Es usted un villano -le dije-. Lo he descubierto. Descubrí sus
infernales trampas contra mí; que el corazón de ella estaba puesto en
otro cuando usted la obligó a casarse conmigo. Lo sé… lo sé.
De pronto, se levantó de un salto de la silla y blandió en alto,
obligándome a retroceder, pues mientras iba hablando procuraba acercarme
más a él.
Más que hablar grité, pues sentí que pasiones tumultuosas corrían por
mis venas, y los viejos espíritus me susurraban y tentaban para que le
sacara el corazón.
-Condenado sea -dije poniéndome en pie y lanzándome sobre él-. Yo la
maté. Estoy loco. Acabaré con usted. ¡Sangre, sangre! ¡Tengo que
tenerla!
Me hice a un lado para evitar un golpe que, en su terror, me lanzó con
la silla, y me enzarcé con él. Produciendo un fuerte estrépito, caímos
juntos al suelo y rodamos sobre él.
Fue una buena pelea, pues era un hombre alto y fuerte que luchaba por su
vida, y yo un loco poderoso sediento de su destrucción. No había ninguna
fuerza igual a la mía, y yo tenía la razón. ¡Sí, la razón, aunque fuera
un loco! Cada vez fue debatiéndose menos. Me arrodillé sobre su pecho y
le sujeté firmemente la garganta oscura con ambas manos. El rostro se le
fue poniendo morado; los ojos se le salían de la cabeza y con la lengua
fuera parecía burlarse de mí. Apreté todavía más.
De pronto se abrió la puerta con
un fuerte estrépito y entró un grupo de gente, gritándose unos a otros
que cogieran al loco.
Mi secreto había sido descubierto y ahora sólo luchaba por mi
libertad. Me puse en pie antes de que me tocaran una mano, me lancé
entre los asaltantes y me abrí camino con mi fuerte brazo, como si
llevara un hacha en la mano y los atacara con ella. Llegué a la puerta,
me lancé por el pasamanos
y en un instante estaba en la calle.
Corrí veloz y en línea recta, sin que nadie se
atreviera a detenerme. Por detrás oía el ruido
de unos pies, y redoblé la velocidad. Se fue
haciendo más débil en la distancia, hasta que
por fin desapareció totalmente; pero yo seguía
dando saltos entre los pantanos y riachuelos,
por encima de cercas y de muros, con gritos
salvajes que escuchaban seres extraños que
venían hacia mí por todas partes y aumentaban el
sonido hasta que éste horadaba el aire. Iba
llevado en los brazos de demonios que corrían
sobre el viento, que traspasaban las orillas y
los setos, y giraban y giraban a mi alrededor
con un ruido y una velocidad que me hacía perder
la cabeza, hasta que finalmente me apartaron de
ellos con un golpe violento y caí pesadamente
sobre el suelo. Al despertar, me encontré aquí,
en esta celda gris a la que raras veces llega la
luz del sol, y por la que pasa la luna con unos
rayos que sólo sirven para mostrar a mi
alrededor sombras oscuras, y para que pueda ver
esa figura silenciosa en la esquina. Cuando
despierto, a veces puedo oír extraños gritos
procedentes de partes distantes de este enorme
lugar. No sé lo que son; pero no proceden de ese
cuerpo pálido, y tampoco ella les presta
atención. Pues desde las primeras sombras del
ocaso hasta la primera luz de la mañana, esa
figura sigue en pie e inmóvil en el mismo lugar,
escuchando la música de mi cadena de hierro, y
viéndome saltar sobre mi lecho de paja.
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