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Versos para acceder a otro estado de
consciencia
Mudar el habla,
Griselda Gómez. Narvaja Editor.
Córdoba,
Argentina, 2014.
Pterocles
Arenarius
Mudar el habla
es un poema largo que da título al opúsculo que incluye además otros dos
poemas también de largo aliento: Deportar el cuerpo y
Post-Humo. El poemario, en general, consiste en un ejercicio extremo
del lenguaje en el ámbito de su semántica. Como diría Octavio Paz,
cuando se reúnen dos palabras de campos semánticos lejanos, tal contacto
saca chispas. Así, diríamos que este trío de poemas es una feria de
fuegos de artificio. Es, en efecto, en varios sentidos, deportar el
habla hacia rumbos insospechados, incluso diríamos infinitos; darle al
lenguaje posibilidades tan inagotables como insólitas. Al leer este
libro, todo el tiempo hay que estar muy alerta a los encuentros de
palabras que ocurren, las chispas de que hablaba Paz terminan siendo una
verdadera tormenta eléctrica; diríamos que la poesía de Griselda Gómez
se encuentra invadida de electricidad, esa insólita, misteriosa energía
que, sin embargo, mueve al mundo. Los significados convocan a una
incesante y profunda meditación, las permanentes aliteraciones otorgan
el regodeo sonoro, la música es una constante pero también una variable
en esta poesía. Y al fin, las imágenes resultan auténticos retos a la
imaginación —lo dijo aquel surrealista: “Un hombre que se asuma incapaz
de imaginar a un jinete a galope sobre un jitomate es un imbécil”—, con
el debido permiso de Bretón por la interpretación libre.
Desde el título, Mudar el habla,
remite al lector a la anfibología: mudar el habla hacia nuevos
territorios de expresión, por un lado; por otro, hacerla muda, que se
calle, porque ahora el habla intenta comunicar lo incomunicable, es
decir, enmudecerá para los que no tengan oídos. Dos funciones, dos
misiones de la poesía o la única actividad que, Luis Cardoza y Aragón lo
dijo, es la única que da cuenta fehaciente de la existencia de la
humanidad.
Por la lectura de este poemario, como lo
dice el título de esta nota, he llegado a acceder a otro estado de
consciencia. Hay que tomar Mudar el habla en soledad, en
silencio. Leer en alta voz y haciendo las pausas tan exageradas como
fuera posible. Sentir el texto, dejarse llevar por la sonoridad, no
hacer mucho caso al significado y… volar. ¿La consecuencia?: alterar los
sentidos hasta el ingreso en otro estado de consciencia.
Entiendo que se hacen necesarios algunos
referentes a esta afirmación. En primer lugar, acceder a otro estado de
consciencia. Esto puede ser una maldición tanto como un tesoro. Hace
muchos años, cuando las drogas se pusieron de moda, todo género de
anatemas y execraciones fueron afanosamente dirigidas, desde ciertos
sectores, contra los buscadores de otro estado de consciencia era, en
aquellos tiempos, la perdición de una juventud sin rumbo ni fe; pero
entre la gente menuda de finales de los 60, inicios de los 70, la misma
afirmación era considerada como lo bueno, lo libre, o al menos lo de
moda. Pero tenía, siempre ha tenido, un gran mérito: la búsqueda. En
algún momento de desencuentro, de rebeldía, de urgencia de libertad, fue
casi un oficio procurarse otros estados de consciencia. Era justo y
necesario: aquel mundo era una mierda. En México el gobierno se sentía
autorizado para matar (hoy se sigue sintiendo, pero simula ser
democrático y defensor de los derechos humanos, es mucho más hipócrita
que hace tantas décadas, pero igual de criminal), en aquellos tiempos,
los adultos, por sólo serlo, considerábanse dueños de la autoridad y
usufructuarios de la obediencia ajena, especialmente la de los jóvenes.
La rebelión era urgente y se desató. Luego de nuestros muertos del 1968,
con dolor pero también con un orgullo inmenso podemos decir que los
derrotamos. Con el Fernando del Paso de Palinuro de México,
podemos decir que nos asesinaron pero ellos quedaron batidos de mierda
para toda la historia. Y pensar que —de alguna manera, en algún sentido—
todo se reducía al derecho de tener tan sólo otro estado de consciencia.
Ahora bien, la manera más directa —y
peligrosa— para colocarse en otro estado de consciencia era consumir
drogas, a cual más poderosa y desequilibrante, con tal de llegar a eso
que no sabíamos ni teníamos idea de qué era… pero queríamos otro estado
de consciencia. Entre paréntesis anoto que lo primero que algunas veces
se olvidó fue que, para ingresar en otro estado de consciencia, antes
tenías que tener uno, un estado de consciencia, es decir, antes todavía,
una consciencia. Pero, bueno, ése no es nuestro tema en esta ocasión.
Por ahora digamos que otro estado de
consciencia es encontrar otro mundo en este mundo. Diría el brujo chamán
don Juan Matus, mover el punto de encaje; percibir el mundo desde otro
lado, ser otro.
Tanto énfasis en este concepto porque hay
cierta poesía que nos conduce al tan buscado régimen de dislocación de
los sentidos, alteración de la percepción, desubicación del estatus
lógico del universo.
Por otra parte, tengo que decir que los
humanos somos lenguaje. Sin lenguaje quedaría de nosotros poco más que
el animal que, orgullosamente, también somos. Nuestro límite como seres
humanos se manifiesta por los límites de nuestro lenguaje.
Reunir en una mesa de disección una
máquina de coser, un paraguas y una flor. Ése es el gran ejercicio,
corregir a Lautremont, porque el no citó así exactamente. La poesía es
búsqueda y Mudar el habla consiste en mudar el mundo. El propio
Apollinaire dijo que la poesía era precisamente realizar una
desestructuración de los sentidos las percepciones. En Mudar el habla,
los permanentes experimentos verbales terminan por conducir a que
nuestra mirada se desestructure, que la palabra pierda su significados
cotidianos y que el lenguaje sea nuevo.
El habla es lepra en lengua
Porque el habla, con tan sólo surgir, es
el atisbo de la poesía. El acto de hablar, de entender es —lo dijo la
serpiente— ser un poco como dioses; la expulsión del paraíso, la pérdida
de la inocencia; diría Engels, antipoéticamente inspirado, que es la
transformación del mono en hombre. Pero si el habla es esa condena,
también es, no menos, la salvación. El juego doble de la libertad que
—para muchos— es una maldición. El habla es una de las maneras nuestras,
la mejor de todas, para cambiar el mundo, para hacerlo nuestro
precisamente porque hemos perdido el paraíso.
Mudar el habla
toma el reto del poeta niño, inventar el lenguaje, que es crear el
mundo. El reto del arte ha dejado de ser la reproducción del mundo y es,
ahora, crear más mundos.
Es, no menos, escaparse del mundo,
transgredir a la realidad; privilegio del poeta no menos que de aquél
que sabe leer…, pero poesía. Lo dijo Wallace Stevens: “Hay personas que
viven vidas miserables porque desconocen que existe la poesía”.
Mudar el habla/ De sexo a texto,
porque sólo se puede escribir así, de sexo a texto. Escribir es
engendrar. Escribir es, quién lo duda, primeramente concebir, luego
gestar, finalmente parir. Sin sexo no hay generación. Escribir poesía es
hacer sexo, salvar la vida, crearse a sí mismo. Lo dijo Paz amar es
combatir/ cuando dos se aman el mundo cambia.
Es valiosa una descripción del habla a
partir, sin duda, de su facultad esencial:
El habla nada calla/ Nada huele tiene
ojos/ Cabellos revueltos/ Pómulos blancos pechos/ Trasero erguido
El habla, por qué no decirlo, tiene tanto
de demoniaco. Si una vez en este mundo se dio un ser capaz de generar
ideas —lo cual ya es propio sólo de la divinidad, puesto que nuestra
existencia serían sus ideas, sus imaginaciones—, mucho más lo debe ser
comunicarlas. No otra cosa es el habla.
Cola reptil endemoniada/ en torsión del
cuello/ Palma percutiendo espalda
Pero los poetas no se quedan ahí; ellos
conciben las más desorbitadas, extravagantes, inauditas ideas. Las ideas
que llegan a ser incomunicables —¿habrá algo más demoniaco?— y peor
todavía, se empeñan en regalarlas. ¿¡Regalar lo incomunicable!? Vaya,
ingente necedad, pequeña generosidad. El poeta es Prometeo, ese
proscrito que paga cada día con sus entrañas la osadía de dar a los
hombres la luz, el prodigio, la poesía.
El habla es necedad/ Necesaria
obligatoria castidad/ Llegada en saludo y en discurso/ atribulada y
pervertida
La poesía, en general, la de Griselda en
particular, otorga una dimensión insospechada a las palabras, las
sublima al servirse de ellas. Las hace estallar y convertirse en
fantasmas, en entidades inmortales, inmorales.
Habla sobre vientre retráctil
Cuadratura circular
Con dedo revolviendo el medio
Donde cortó cordón control
Y las piernas ah las piernas
Estirones de puro prolongar
Llevarlos por aquí por allá
Alargados reflejos de los brazos
Fornicación frente al espejo
Con mesas negras ventiladores
Luces blancas
Y así aborda el cuerpo, el cuerpo de este
mundo. Con su verbo cuyo reino no es de este mundo. El inocente cuerpo
es objeto del merodeo de irrealidad, las palabras lo entronizan en
misterio, el vulgar cuerpo, sucio, presa de dolores y fatigas,
malestares y algún placer de pronto, es abordado por la palabra
desquiciante.
Se agradece la osadía de Griselda para
usufructuar al lenguaje a estos extremos, liberarlo, prenderle fuego,
convertirlo semejante fantasmagoría, hacerlo estallar. Y, al fin, darnos
el privilegio de acceder a otro estado de consciencia.
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