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Ignacio
Martín
De Con
toda la intención
AVERIGUACIONES
PREVIAS
A mí
Franco me tocó ya con flebitis,
por eso no
pude exiliarme, en ese entonces.
Antes, el
68, me tocó naciendo,
por eso no
pude hacer aquella revolución.
Cuando
pude dar un paso adelante,
lo hice
sobre el mar.
Aquí me
tienes.
Creo que
no soy viejo
todavía,
pero ya
tengo muertos y recuerdos
de muerte.
Y
recuerdos.
Me cuesta,
me duele
darme
cuenta de que a veces
estoy
solo,
no tengo a
quien contarle mis historias.
Entonces
pienso que a nadie le interesan,
que ya
bastante tienen.
Me duele.
Esto no es
un poema;
es, más
bien, algo así como una mentada de madre.
TODAVÍA
Rasgo de amor el velo del soneto
por no poder rasgarme vestiduras;
y lo rasgo de odio, llanto, lo
muerdo
y lo busco y lo sueño.
Se me oculta.
Y me alegra encontrarlo; y darme
cuenta
de que siempre lo tuve entre mis
manos;
de que debía escarbar hasta
alejarlo
para dejar después que renaciera.
Me duelen versos, sílabas sin
nombre
y sin sombra. Duele
parir sin ser mujer...
Duele que se me escape la
estructura,
o duele descubrir
que es otra cosa;
que puede que no sea necesaria,
a veces;
o que no existe.
LETRILLA
Siento la luna
volverse fuego
cuando tus manos
se vuelven viento;
te siento cerca,
me vuelvo centro.
Siento que somos
aguas y sueños,
siempre nosotros
y los recuerdos.
¿No será que eso somos?
Árboles, tiempo,
labios, recuerdos,
un verso en una piedra,
un pedazo de sueño.
De Función negra
[...]
IV
¿Qué es escribir? ¿Cómo hacer que
lo que me corroe las entrañas se vuelva una historia que merezca
la pena ser contada? Autobiografía, sí, hay que llamarlo de
alguna manera. Testimonio, claro. Memorias, no jodas, ¿cómo voy
a escribir unas memorias si aún no llego ni a los treinta? La
forma, ésa es otra; va apareciendo, eso sí, pero, ¿cómo
reconocerla? El final, ¿cómo saber cuándo termina lo que no es
más que un instante con toda la eternidad clavada en medio?
El lector, claro, él es el que le
da la forma, el final, la vida de la propia, pero no sé si seré
capaz de llevarlo, si podré hacer que se dé cuenta de que somos
lo que soñamos y vivimos, que todo es un instante, que lo que
escribo soy yo, pero que no será nada hasta que no sea él, que
la vida se está poniendo muy tonta pero así es ella; total,
¿para qué le hago al cuento?
A veces, el narrador no es más
que una cobardía del autor; las historias ahí están, no hay que
tocarlas.
Si escribir no es charlar,
beberse una botella porque sí, porque la vida de verdad no es
más que eso, mejor me dedico a otra cosa…
[...]
XXXIV
El tiempo, no el reloj. El sueño,
no la cama. El amor, no cualquier parte. La música, no el
iPod o cualquier aparato que se le parezca. El hogar, no la
puerta. El libro, no la mano que sostiene la pluma. El amigo, no
la agenda. La charla, no el café. El buen rato, no el vino. La
guitarra y Diego, no el purista. La gente, no la sección
amarilla (o la otra). América, no el realismo mágico. Cuba, no
los artículos de opinión. El camino, no los pies. El instante,
no el calendario. La carcajada, no el chiste. La ternura, no la
sonrisa. La mirada, no los ojos. El alma, no San Agustín. La
derrota, no Televisa. El solitario, quizá, no la soledad. El
momento, no el cigarro. El churrasco, no el restaurante. La
literatura, no (sólo) las regalías.
¿Será esto un poema en prosa? Tengo que preguntarlo.
[...]
LXIX
Todo es un libro, todos somos libros; recordar es mucho más
complejo, y maravilloso, que conjurar fantasmas.
Este libro es verdad mientras no se demuestre lo
contrario.
Quizá es que a veces la verdad es más diminutivo que
concepto.
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