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La poesía,
creación surgida en las palabras, el sonido, la imagen,
fluye conduciendo la bruma hacia la luz del sentido.
Vuelve a brillar desde el silencio cuando arranca del
olvido los destellos de memoria. La poesía, obra del ser
que rescata el sentimiento del remoto origen, la
vivencia de la olvidada tragedia del nacimiento, de
haber sido arrebatados del Edén maternal, la Tierra
Amada. Esta labor del poeta es la agonía de luchar desde
el amor en la pugna con la nada. Y se logra el brillo,
el ardor del fuego, entre el humo y la niebla donde
habita silencioso el viejo abuelo Huehuetéotl.
Hoy
me honra abrir el telón para que el lector asome su
mirada hacia el Mictlan del origen, donde las escenas
primarias de la vida se suceden una a otra en constante
efervescencia, la inquietud de la energía vital, el
movimiento del deseo que es la vida y es el Eros. El
drama de vivir recomienza cuando se pone en marcha la
creación, los primeros instantes, semanas, años, siglos
o milenios de un transcurrir que surge de los mundos
internos y se eleva como el árbol, de la tierra a las
alturas bajo el sol y emite la semilla vuelta al seno
oscuro de la madre. Esta poesía nos lleva al encuentro
de uno mismo.
Es como un
leve mecimiento de la cuna, una carrera de huída, un
movimiento de encuentro, gesto armónico de danza, o
vuelo sutil de emigración hacia todas partes, pero
principalmente al punto originario. Las palabras son
aladas, nos llevan a la imagen, al ritmo de palomas, de
gaviotas en vuelo. Los espíritus sagrados aparecen
invocados por el ritmo. Se presentan, nos motivan, nos
inquietan, como el fantasma del padre de Macbeth en
busca de justicia. O como el padre de Nezahualcoyotl que
inspira la gran obra del hombre que a su vez inspiró a
Motecuhzoma en su búsqueda del misterio de la Historia.
Si el
padre es la fuerza que conduce hacia la luz en
movimiento como el sol de la poesía, la madre es la
fuerza que nos lleva a mirar y descubrir el interior de
cada uno hacia el fondo arcaico. Hacia la nada que a la
vez es el principio y vibrar con el pulso de la sangre
en el regocijo sufriente de vivir. Este es el recorrido
que hace posible la autora de la Terra Amatha.
Las imágenes sugeridas, el ritmo logrado en la sucesión
de las palabras, el profundo sentido forjado en el
lenguaje sobre el silencio, es una experiencia muy
intensa. Un asomo al abismo de la belleza. La terrible
vivencia estética de la vida, de la guerra y el dolor,
la agonía y la muerte.
La autora
Cristina Caballero ha merecido ya con un poema anterior
un premio notable. Su talento es vasto y de altura, como
se evidencia en sus poemas, sus grabados y sus óleos. La
vida cotidiana del creador parece ajena a la obra, pero
es su abrevadero. Le alienta a recuperar con el vigor de
ahora, las experiencias emotivas, vivenciales,
reflexivas del pasado, fuente inagotable de materia
prima para que forje el artista en el presente la
memoria para la posteridad.
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