La poesía
bronca de Max Rojas, “El Aullante” en Turno
por
José Antonio Durand
A Max Rojas
se le conoce por su profunda invitación al sufrimiento. Parte de
su ser de poeta está contenido en el libro El turno del
aullante y otros poemas, que publicó Trilce Ediciones en su
colección Tristán Lecoq, reuniendo dos libros de Max: El
turno del aullante, de 1983 y Ser en la sombra, de
1986.
A
partir de dicha publicación el nombre de Max Rojas ha recorrido
de arriba abajo los vericuetos del laberinto de las emociones,
especialmente entre los jóvenes y lectores de sesenta años y
más, pues sus textos desvanecen todo abismo generacional en
tanto la universalidad del sentimiento que la poesía “Maxista”
expresa.
Rojas
se ha desempeñado como director del Museo-Casa de León Trosky
(1994-1998), amén de un rosario de actividades de promoción a la
cultura, en donde destaca su participación en la organización
del Consejo de Fomento Cultural en Iztapalapa o el Circuito
Museos del Sur, AC, entre muchos otros.
Fue
miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2006-2009 y
hace un par de años publicó Antología de cuerpos, Linaje
Editores, con fragmentos de sus siete primeros libros de poesía.
Su
espíritu bohemio lo ha llevado de esta a aquella cantina y de
uno a otro encuentro de escritores. Su participación en el
Taller Permanente de Poesía Cartago, fue fundamental para
la producción literaria de sus integrantes, varios de los cuales
han obtenido diversos premios por sus obras de contundencia
inobjetable.
La
poesía de Rojas es una invitación a aullar rompiendo el silencio
para sembrar el dolor con múltiples gemidos en medio de aquellos
recuerdos que nos hieren como hierro candente sobre la piel,
inscribiendo en la carne viva la experiencia trunca de aquel
encuentro que jamás llegó.
Sus
textos constituyen el tiempo de lobos y luna llena, el tiempo de
escuchar el llanto y las quejas de un poeta que salió no tan
ileso tras sobrevivir una larga temporada en el infierno.
La
colección de poemas que Max nos ofrece bajo el título de El
turno del aullante y otros poemas entreteje vivencias
personales de estricta intimidad, con textos que refieren una
comprometida forma de pensar del ser que asume con inconformidad
y rebeldía un sospechoso orden moral, que a la par denuncia y
critica con fuerza y sin ambages como fórmula inequívoca del
ejercicio intelectual del poeta verdadero: ése que en su voz nos
contiene a todos.
La
furiosa seriedad que campea en sus escritos es una muestra
elocuente de la intención que lega al género. Es, sin lugar a
dudas, otra forma de entender esta carcajada llamada vida. Y si
no, ¿cómo podría entenderse que haya en su libro poemas que
deben leerse a las 9:30 y más de la noche so pena de morir en el
intento?
En el
contexto global de la conducta humana, “por hosco o burdo que
sea el sentimiento, su transformación en palabra revela el
esfuerzo cotidiano por domarlo y darle cauce como producto
tramposamente neutro, para que no hiera, para que nos ablande el
rencor” y perdonemos a nuestros deudores. Pero el poeta Rojas,
de suyo iconoclasta, ateo irredento, no claudica ni otorga
perdón alguno, y su poesía arremete para echar en cara la
desfachatez de quienes se llevan todo, que lapidan el alma y
devastan las paredes que contienen nuestros mejores sentimientos
dejando en cambio solo escombros, pero no contentos con ello los
depredadores se llevan incluso los escombros, para entonces,
ahora sí, no dejarnos nada, absolutamente nada… Ni el vacío
siquiera:
TRENOS
Max Rojas
V
Vinieron
por el hueco
vinieron
luego por la pared y los clavos
se llevaron
ladrillo tras ladrillo
se llevaron
los goznes
desmantelaron todo:
a pisotadas
demolieron la escalera,
a puñetazos
acabaron con los vidrios,
arrasaron
con todo,
chamuscaron
el pasto, pisotearon
tristísimos
huesitos de paloma;
se llevaron
el frío, se llevaron las últimas botellas,
se llevaron
incluso la pared de enfrente,
se llevaron
la cama y el montón de yerbas,
se llevaron
la mesa y su montón de escombros,
se llevaron
incluso los escombros,
arrasaron;
arremetieron después contra el silencio,
un gritadal
dejaron en vez de aquel silencio,
deshilacharon más después mis alambradas,
sépase a
mis puitas qué le hicieron,
pateáronme
después mi fiel madero, mi astilla de querencias,
la dolorida
armazón de donde cuelgan mis colgajos,
heláronme
la voz heláronme la brasa,
se llevaron
en fin, finada, a mi hosca huesa,
me llevaron
a mí, me quedé solo,
di un
traspiés, caí, caí hasta el fondo,
allí me
derrumbé, me hice de herrumbre,
me puse a
masticar mi triste hilacha,
pensé en
llevar a hojalatear mis cuarteaduras
mejor me
desistí, me eché un requiéscat,
un trago de
mezcal,
cavé mi
hueco
crepité
-concluye todo.
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