A Garibay, como persona, se le tomaba o se le dejaba de inmediato. Sus amigos se contaban con pocos dedos, sus lectores crecen. Tal vez por eso, algunos escritores más jóvenes tuvieron frases severas para él luego de su desaparición física o algunos periodistas morbosos “indagaron” sobre la “leyenda negra” del inmenso escritor, es decir, sus relaciones con el poder, al que, dicho sea de paso, veía con desprecio.
Lo adecuado es conocer sus ideas sobre literatura y sociedad. Concluyo con la segunda parte de la entrevista hecha en 1969:
RAF: ¿Y la crítica literaria nacional, Ricardo?
RG: Es ignorante, perezosa y convenenciera. Hace diez o 15 años estaba en manos de personas que procuraban ser honorables, que tenían serios antecedentes librescos, tenían objetividad creciente. Ahora la ejercitan bufones de barriada provinciana, carteros, burócratas soñolientos encajonados en dos o tres convicciones primarias y mentirosas, a caza siempre de relaciones estrábicas con “los nuevos valores” y con los viejos. Me refiero, claro, a la crítica más visible que se dice oficial, la de apodo pollino, que ya jadea. Hay excepciones: entre los “enojados” escritores jóvenes y cuando aquellas personas honorables retoman su tarea.
RAF: Un escritor, ¿debe vivir de su trabajo estrictamente literario?
RG: Sí. Y duele que en México eso no suceda ni pueda suceder todavía, porque mientras no se viva de escribir, mientras no se coma de escribir no se es cabalmente escritor. Eso de pasar la vida en faenas varias y aborrecibles y apartar hoy una hora y mañana otra “para escribir, usted sabe, primero está la obligación y luego la vocación”, es hacer del oficio aristocracia o pasatiempo, y de éste, antología de minucias, bisutería. El escritor es artesano, nada más.
RAF: ¿Es útil y, sobre todo, válida la publicidad y aún la autopublicidad?
RG: Es útil, válida, necesaria, urgente. ¿Por qué lo es, sin discusión, a propósito de un actor de cine, de un lápiz labial, de un programa de gobierno? Sí es de desearse que no adopte maneras ruines o cirqueras, y que obedezca a la línea madre de la buena publicidad: “no mentir jamás, el producto deberá ser de calidad probada, no adulterada ni venenosa”.
RAF: ¿Cree que es fácil, en México, publicar en revistas o editar libros?
RG: Creo que es fácil, puniblemente fácil.
RAF: ¿Puede marginarse el escritor y no participar en la búsqueda de soluciones a los problemas que padece el país?
RG: Pregunta fuerte. Pongamos dos ejemplos. Durante el Ateneo, José Vasconcelos y Alfonso Reyes tenían preocupaciones diferentes. Aquél la política, éste la literatura; aquél las ideas, éste las imágenes; aquél el porqué y el hacia dónde: éste el cómo. Entre oleajes de discusiones y proclamas, Reyes llegó a decir: “A mí que me den mi palmera, y arriba comiendo cocos me pondré a hacer poemas”. Según corrientes de moda Reyes era un acomodaticio, un no comprometido, un manso, un despreciable. Veámoslo a 70 años de distancia: la obra de Reyes es desembocadura de una necedad genial, de una vocación inapelable: “Empecé haciendo versos, sigo haciendo versos, moriré haciendo versos”, y es nuestra puerta de entrada a la gran literatura del siglo XX; las páginas de Vasconcelos que no morirán son literatura, literatura puramente, tantísimo quehacer político, como tuvo, se le diluyó en los días que ya casi nadie quiere recordar.
¿Que el escritor pretende participar en “la búsqueda de soluciones a los problemas que padece el país”? Magnífico, adelante, el campo es todo tuyo; ¿que no?, lo mismo, bienvenida su aparente inutilidad actual, sus frutos se darán, y nunca serán tardados.
He aquí, pues, a Ricardo Garibay de cuerpo completo. Dueño de una sintaxis peculiar, de un estilo distinto y rico, cuando escribía y cuando hablaba. Su recuerdo siempre me acompañará y jamás dejaré de admirar al hombre desdeñoso, erudito, autor de obras maestras, irónico, ajeno a cualquier tipo de adulación que a otros ha encumbrado, a veces destilando una justa amargura. Pero ésta es la historia de México, de su cultura.
Josefina Estrada, conocedora profunda del tema, en una antología del narrador hidalguense, precisa: “Para amar a Ricardo Garibay hay que leerlo”. Es correcto, hagamos de lado al hombre rudo y agresivo, “gruñón”, como decía
Vicente Leñero, y dejémonos orientar por la belleza de su arte literario.