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Saúl Ibargoyen

 

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22.Dic.10

MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA

SEGUNDA ENTREGA


DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN

 


 

SEGUNDA ENTREGA



Sexto: aparecen en el texto dos bichos, o mejor sería decir bichotes, ya extintos y siempre incomprendidos. Dinosaurio uno y dos. Haciendo memoria vemos que solo en el mundo del cine, donde incluso llegan a amarse, se muestran con una carga de identidad positiva. El Uno aparece como lo indescifrable, ligado a lo escatológico que es la sustancia más afín al mundo y a la condición humana. El Dos no es más que el símbolo de nuestro fracaso y por ende del fracaso de nuestra cultura. Nuestro espejo perfecto: testimonio de nuestra involución. Los dos sumados o sustraídos serían el libro acabado del ser humano: incapacidad de conocer y de saber. Y más terrible aun, incapacidad para ver más allá de nuestra propia inmundicia: “Son mercancías de plástico barato / son viles marionetas de tevé / son los últimos bichos / que no pueden borrarse / de la fosilizada memoria humana (Dinosaurios 2, 25)”. “Estos Lagartos indescifrables / levantaron torres de mierda / cuando el planeta era más joven. Sus huesos de piedra / son temas de libros y películas / como si aquel añejo hedor / se hubiera disipado (Dinosaurios2, 24)”. Pero Ibargoyen no se olvida de poner un pedazo de esperanza en el otro platillo de la balanza. De ellos queda un calco, como del rinoceronte una especie de unicornio, que los redime: la lagartija. Aunque igual que ellos ajena al éxito y a la gloria. “Velocísima metáfora / finísima tortuga / gavial indeciso / caimán infantil / cocodrilo fracasado / Lagartija, 35)”. Podríamos decir que estos Dinosaurios tan manoseados en nuestro tiempo son simples variaciones del animal metafísico y sus diferentes manifestaciones. Matices de su diaria e impecable mediocridad. Ibargoyen percibe con absoluta claridad que aunque no somos, estamos en cada uno de ellos. Somos sus fragmentos, sus átomos, sus moléculas en continua ebullición, sus metidas de patas, sus callosidades y de tanto en tanto sus huevos y sus polluelos y su futuro y la tanta literatura que generan.

 

Séptimo: el inventario se completa con dos bichos nuevos. Uno, no precisamente por su falta de existencia, sino porque su re-definición lo hace aparecer como lo que de verdad es a pesar de su naturaleza proteica: un bicho de doble o triple moral: Otánico u Otaniense. Bicho moderno de lo más primitivo, que recurre a todo tipo de artimañas para salirse con la suya, o hacerle creer a los demás que él es la razón de ser de todo cuanto existe o encierra un “valor” o razón de ser. Su principal víctima es la paz y la justicia a las que asesina en nombre de las mismas. “Pertenece a una turbia / infraespecie protoprimatológica / de los mares del norte /. Mutante desenfrenado/adora la clonación / de cadáveres infantiles / y recurre a escopetas y cuchillos / hachas y cañones / discursos y misiles /. Detesta la paz y la justicia / pero mata y destruye en su nombre / (43)”. Sin comentarios.

 

Octavo: el bicho que cierra la clasificación es un ente sin referente real, pero que es a la vez alfa y omega, principio y fin de todas las cosas: Zuzú. Bicho difícil de clasificar. Aparentemente no tiene que ver nada con los otros, pero se las ha arreglado para convertirse en su síntesis y razón de ser. También en síntoma permanente de confusión y de negación. Bicho mecánico-virtual, producto de una exquisita imaginación y de la técnica. Esperanza pura y puro nihilismo. Bicho de convergencia y negación. Monstruo de mil cabezas que no sabe nada de ellas y que sin embargo las controla todas a sus anchas y que se ha convertido sin saberlo y a su pesar en una caja de resonancias infinitas y de espacios de perversión y libertad: “Su nombre surgió / de su susurro: / es bicho híbrido / de la realidad virtual / y de la contaminada / imaginación humana (Zuzú, 58)”.

 

Y una curiosidad final: Ibargoyen como hombre de palabras, no podía excluir de su inventario ese bicho raro y a la vez tan conocido que es el Poeta. Bicho “híbrido” que es la suma de todos los otros bichos, por adición o por sustracción, y que en el texto aparece muchas veces como puente de comunicación, o nexo lingüístico que permite una re-definición más afín a la naturaleza de cada bicho. Bicho que se ha endiosado o lo han, cuando la verdad es que se arrastra todos los días como una pegachenta babosa o la más despreciable de las alimañas. “Bicho metafórico / productor de versos / tan inútiles como estos. / Hasta ahora ha sido / históricamente inevitable/ (Poeta, 49)”. Sería bueno reflexionar un momento sobre el adverbio “históricamente”, ya que este adverbio acaba con la trascendencia que al poeta le han inventado sus adoradores, o que el mismo se ha inventado para su propia gloria.

 

Ibargoyen lo radiografía a la perfección sin ningún tipo de consideración ni respeto, y lo saca al sol con todo su ropero. En el poeta convergen, o se dan cita, todo tipo de bichos por pura necesidad e interés. Ibargoyen se vale de todos ellos para darnos un retrato más afín a sus rarezas y, sobretodo, de esa obsesión enfermiza de querer ser y de permanecer, aunque sea lo que no quiere ser y donde no quiere estar. En todos los bichos y sus bicherías siempre hay algo afín al poeta. Aparte de ser innecesario, metafórico, histórico, inevitable, también es un bicho que puede ser todos los otros bichos con la vana-esperanza de convertirse en prototipo de la especie. Es un bicho híbrido que toma de todo lo que lo define por segmentalidad y metamorfosis. Cambia constantemente, no tanto por el color que toma cuando le es necesario o ventajoso, sino por su desproporción, hipermetabolismo y rapidez para la reacción. Es bicho reactivo, puesto que necesita depender de, y especialmente porque necesita ser afirmado en él mismo, desde el punto de vista del otro que él identifica como él mismo. Podría ser Abeja y Águila y Alacrán y Basilisco y Amiba y Madre y Bacteria y Padre y Serpiente e Inversionista etc. Bicho neurótico, siempre buscando en lo otro ser único y diferente, precisamente porque sabe que no puede serlo. Bicho temático, bicorne, e hiperbólico, parecido a un espejo que refleja siempre a los otros con su rostro inconfundible, como el padre que quiere que todos los hijos sean su copia o su calco. “Nunca es uno solo / este macho tonante / parecido a un espejo / donde el dios quiere / que siempre nos miremos (Padre, 44)”. O también bicho feminado como la madre. “Hembra adaptada / a incontables funciones. / Alguien dijo en un tango / que había una sola /. Menos mal / que es así (Madre, 37)”.

 
La verdad es que el espectáculo o el inventario sería desolador y macabro a no ser por la cuota de humor fino y delicado conque el autor delinea, matiza y construye sus bichos y sus bichadas. La crítica implacable con que el autor demarca y estructura estos textos, no sería suficiente medicina que nos impida caer en lo amorfo y la desesperanza, si esa crítica no recurriese a juegos semánticos y a explosiones permanentes de humor. Unas veces, un humor negro y cáustico que quema, despelleja y abre viejas heridas; otras, las más, un humor de una ternura infinita que deja las puertas abiertas a la compasión, la generosidad, el reconocimiento y el entendimiento. Humor que desemboca como un afluente incontenible en la ironía, que a la vez se transforma en sarcasmo que se hace paradoja, acertijo, adivinanza, y golpes de iluminación. Y lo más importante es que por ningún motivo aparece en ninguno de los textos el recurso moral o pedagógico como estrategia narrativa o desenlace conceptual. La ambigüedad permanente de los textos y el cambio de perspectiva de la voz poética nos libera de la idea a través de la idea misma. Y si aparece algún viso de enseñanza moral esta no sabe cómo decirse o no puede ni quiere decirse a plenitud. “Anoche destrocé / por mero error / y de un solo manotazo / a un mosquito volandero. / Algo crujió enseguida / al sur de la galaxia (Mosquito, 41)”.
 

Aparte de estas singularidades o rarezas, para no decir extrañezas, en el campo semántico estructural y ontológico, todo el texto o inventario esta permeado por la duda, la ambigüedad, la contradicción, la negación radical o sugestiva, la interpolación o interposición, oposiciones permanentes, síntesis descabelladas e ingeniosas, absurdidades, insinuaciones que se transforman en afirmaciones sorprendentes, mascaradas sin rostro, finos procedimientos de disección que nos conducen de lo posible a lo imposible o viceversa etc. Lo que se dice, por ejemplo, de las abejas (texto ya citado) se podría aplicar a todos los especímenes de la colección: “ ...? por qué nos enseñaron / que son como no son? (9). Este tipo de visión o intento de definición donde la gramática y todos sus componentes actúan como un síntoma de la impermanencia, -más que una forma de conocimiento o estructuración-, le permite al autor introducir en cada texto nuevas relaciones y oposiciones que nos obligan a percibir y entender la realidad desde otro ángulo o punto de vista. Pero no se trata de negar para volver a llenar los espacios vacíos con nuevas entelequias sino, más bien, de darnos a nosotros como lectores las herramientas para que nosotros mismos podamos crear o recrear nuestra propia realidad y forma de ver el mundo. “En un añoso libro / hemos leído / que invento anzuelos / flechas y redes / para cazar al pescador (Pez, 46)”.

 

El texto está armado de tal forma que nos permite establecer diferentes tipos de relaciones, oposiciones y yuxtaposiciones entre los entes de toda esta fauna perversa. Combinaciones y síntesis tan arriesgadas y monstruosas que dibujan-inventan una atmósfera donde todo se presta a la “confusión”. Puntos de convergencia y/o de encuentro fortuito donde se hermanan situaciones, objetos, entidades, funciones, acontecimientos... que aparentemente no tienen nada en común y que carecen de un valor o significado indispensable para la vida. Permanentes antítesis se retro-alimentan en todo el texto creando una red compleja de encuentros y desencuentros. Antítesis que a la vez que atisban u sugieren una posible síntesis no logran encontrar un punto de encuentro y por lo mismo hacen más intensa la contradicción. O simplemente antítesis que devienen otra cosa diferente de la fuerza que se les opone o les sugiere un momento de convergencia. Así que, más que antítesis, lo que aparece en el texto son diferentes escalas, dimensiones y secuencias reiterativas de ser de otra forma las cosas y sus reflejo-idea. “Escondido / en la blanca sombra / de su extinción / ya no se atreve / a transformarse en sirena (Manatí, 38)”. Es tal el número de bichos que insinúan otros bichos que no aparecen en el texto, ya sea por relación directa o indirecta o incluso por omisión, que el texto se vuelve circular o espiral. Bichos sacados de los “comics”, la televisión, la publicidad, la literatura, la religión etc. Como ya reiteré más de una vez, no se trata solamente de lo que está sino de lo que falta, y de lo que un lector avisado puede sumar a la colección ya que el texto es un texto abierto a la imaginación y a la continuidad. El poeta esta cerca de dios, lo que ya es un exabrupto, pero también del mercader y del fascista y del padre y de los políticos, -como ya lo afirmé-, pero también de las amebas. Bicho insignificante (-las amebas-) y ninguneado que de toda esta lista de deidades inamovibles es el que sale mejor librado. “Esta gota de gelatina / se mueve en ciertas ocasiones / como un amoroso corazón humano / (Amiba, 11)”. Extraña forma de reivindicar el corazón humano y al hombre por extensión en un ente microscópico tan desacreditado.

 

Se trata, según Ibargoyen, sin tener una misión asignada, ni una actitud moralizante imperativa, de desmitificar la condición humana y su entorno. De intentar una nueva visión de las cosas, acciones situaciones, visiones y todo tipo de meta-ficciones y meta-funciones. De volver a “definir” como mejor se pueda un mundo en estado de coma, cambiando de perspectiva cada vez que sea posible y dejando de lado la definición misma como imperativo, o como producto de aprioris de un conocimiento generalmente al servicio del poder y de sus intereses oscuros. Lo que Ibargoyen se propone es rescatar el impulso como estrategia de conocimiento; la intensidad de la idea y de la visión dejando de lado el ritmo preestablecido y estipulado como función dominante tanto en el significante como el significado. Reinventar, si todavía es posible, lo que echamos a perder para encontrarle una posible razón de ser a lo poco que queda, o a lo poco que quizás podamos y valga la pena salvar, ya que “Este bicho casi inédito / comete a menudo / el error metafísico / de parecerse demasiado / a la realidad / (Camaleón1, 17)”. Denunciar, poner en tela de juicio, volver a poner las cosas en su sitio, aunque sea el sitio que no les corresponda; dejarnos ver al menos por un instante el otro lado de nuestra imperfección, o el otro que somos; destapar la olla podrida de todos nuestros sueños y conquistas y ver que tanto los unos como los otros se escapan por todos lados como bichos retorcidos y asustados. Con el hombre y sus conquistas pasa lo que pasa con el chivo: “Expiatorio o no / como enseña Martín Fierro / va a parar al asador (19)”.
 

Ibargoyen insiste hasta el “desespero” en que el valor de las cosas no está en lo que creemos o glorificamos, o nos han hecho creer, sino en lo que falta o fue sustituido generalmente con fines-intereses oscuros. La confusión de fines y medios y la asimilación desesperada de antítesis innecesarias nos han convertido en seres oscuros e indeseables. Y por lo mismo, por haber sobrevalorado o subvalorado lo que somos, e incluso lo que no somos, hemos perdido el rumbo y ciertas cosas que quizás a pesar de su aparente falta de valor eran más afines a nuestra vida que la vida que compramos todos los días en cualquier mercado. Y lo más terrible es que estamos condenados a esta situación ya que, en el fondo, siempre queremos o deseamos ser lo que no somos. Antítesis que es la raíz misma del hombre. Su única puerta de salida pero, también, su perdición o marca inevitable. A las águilas, símbolo del poder y del éxito y de lo que nos hace diferentes y nos perpetua, Ibargoyen las disecciona y nos las muestra como simples objetos sobrevalorados que “un viento de neutrones borrará ( 9)”.

 

Cada bicho es un universo aparte, un microcosmos poli-afónico continuo e imprescindible que es afectado de forma fortuita o intencional por bichos de otras galaxias sin que podamos evitarlo. Así que somos tan responsables como ajenos a nuestros actos. En consecuencia, lo que ES desde nuestro punto de vista, no es lo que parece SER; lo que cuenta, quizás, es LO-OTRO que hemos relegado a un segundo plano. Hablando del caballo nos recuerda que este “No es noble / ni bruto: / es el caballo (Caballo 1, 16)”. Un fonema arbitrario; una convención sustantivada; una realidad que definimos no tanto en ella misma sino en nosotros mismos o en función-de o para-qué. Este bicho tan glorificado y amado igualmente puede ser “…esta mortadela / que galopa con su pan / entre mis dientes / (Caballo 2, 17)”.
 

Este Bichario es una radiografía perfecta del ser humano y su entorno. No solamente en esta época moderna tan paradójica y empobrecida, sino de sus obsesiones históricas, políticas, ideológicas y metafísicas. Es nuestro currículo vitae. Hoja de vida que compartimos con todos, o que converge en cada uno de los bichos habidos o por haber habidos. Historia personal que llevamos escondida por temor de ser sorprendidos infraganti en nuestros descalabros, o porque tenemos miedo de convertirnos en nuestro propio sicoanalista y sofá. No son solamente bichos bípedos o de cuatro patas los que deambulan por estas páginas, sino, también, retorcidas entelequias, cosmovisiones agónicas, ontologías desgastadas, mecanismos inconsecuentes, imperativos devastadores, huecos, gramáticas perversas, resabios semánticos, etc. Hacer un inventario de todos los golpes certeros que se escuchan es esta diminuta caja de resonancias infinitas y de múltiples deseos, daría no solamente para muchas páginas sino para muchos libros. Cada texto actúa como un aforismo bien delineado y conciso que a pasar de su reducido número de palabras se basta a sí mismo. Cada palabra es un campo de fuerza de infinitas posibilidades tanto en lo significativo como lo creativo. Infinitos planos que se entretejen y se retroalimentan creando una geometría de axiomas interminables que se reavivan en la contradicción y en la paradoja. Aquí no hay lugar para los atributos ni las síntesis innecesarias. Adjetivar, catalogar, o estructurar es ineficiente y poco agradable para el placer del entendimiento. Como cuando llevas esas listas largas y pormenorizadas al mercado que terminan acabando con nuestra salud individual.

 

Ya solo me queda agregar que este Bichario igualmente encierra una actitud crítica fresca y abierta contra un mundo que aunque parece que todo lo ha logrado, lo ha perdido casi todo. Esta es la paradoja o contradicción esencial del texto: el progreso es un arma de destrucción, ya que crear de alguna forma implica destruir; y lo más irónico es que no nos queda otro camino. Vivimos en un mundo confundido, atragantados por un montón de cosas inservibles, pero igualmente hay pequeñas cosas, a veces solamente una palabra, o una entidad subestimada, que nos es suficiente para continuar adelante: “Suele soñar / -dijo el poeta- / con túneles sabrosos / de interminable luz (Lombriz, 36)”.

 

Ibargoyen nos ha regalado con su Bichario una nueva ciencia o campo de conocimiento que como el universo no se contrae sino que se expande y cuando se contrae es solo para dilatarse con más intensidad. Ciencia que podríamos llamar Bichología o Bichería. Campo de fuerzas en permanente tensión y regeneración que nos obliga a repensarlo todo y a reinventarlo. Cuerpos vacíos de tanta plenitud como diría Deleuze. Hemos sobrevalorado al extremo entes, hechos, situaciones, símbolos… y minimizado otros a tal extremo que esta actitud tan humana ha empobrecido y debilitado la fuerza expresiva del hombre y su capacidad para sentir y actuar. Igualmente hemos empobrecido la sociedad como un todo. Esta antítesis dominante en nuestra cultura, que exige excluir uno cualquiera de los términos para sobrecargar el otro de un valor que en realidad no le corresponde, en su totalidad es producto de una oposición o yuxtaposición que obedece más a una conducta social dominante que a una necesidad emocional o racional. Exaltar algo y convertirlo en el modelo es perder, no sólo el sentido de lo que se sacrifica sino, también, lo exaltado, ya que casi siempre el agregado no se ajusta a las propiedades reales del ente o de la realidad, creando, por lo mismo, un hiper-monstruo de difícil remoción o transformación después que ha sido consagrado y deificado. El hombre ha creado dichos engendros y se alimenta de ellos a tal punto -nos dice Ibargoyen- que ya no sabe más que de lo mismo, aunque se niegue a reconocerlo. Una acumulación exagerada de atributos diversos que repiten el panfleto ontológico de lo uno y lo único, impiden que el animal viviente encuentre una luz en el camino. Y lo peor es que no le queda más remedio que llevar o soportar una carga que no está hecha a la medida y necesidad de sus instintos, sus deseos y su capacidad. “Más fuerte que Sísifo / conduce su bola de caca / a través de las heces / de los humanos mundos / (Escarabajo, 27)”.

 

Bibliografía

Arreola, Juan José. Bestiario. Joaquín Mortiz. México, D.F., 1982
Curley, Michael J. Physiologus. Austin: University of Texas Press,
Ibargoyen Saúl. Bichario. México: Ediciones del Ermitaño, Minimalia, 2003.
Moliner, María. Diccionario de uso del español. Editorial Gredos. Madrid, 1990.
Seco, Manuel y otros. Diccionario del español actual. Aguilar, Lexicografía. Madrid, 1999.

Notas

(1) Fue uno de los libros más populares de la Edad Media. Se divulgó en griego, latín y la mayoría de las lenguas vernáculas de Europa. Como su autor es desconocido, el texto fue atribuido a varios autores cristianos, Peter de Alexandria, Basil, John Chrysostom, Athanasius, Ambrose y Jerome. También se dice que autores de antes de la era Cristiana, tales como Salomón, Aristóteles y Heródoto, escribieron parte del mismo. Michael J. Curley, Physiologus, Austin, University of Texas Press, 1979

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1ª Entrega DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN

 

     
 

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