César Cruz
(Diario
Plaza
Juárez,
28/08/07)
La semana
anterior y
por segunda
vez en poco
menos de
ocho años,
la ciudad de
Tulancingo
padeció el
efecto de
serias
inundaciones,
motivando la
implementación
del Plan DN-III
y la
declaratoria
de desastre
natural.
Además de
elevados
niveles de
precipitación
pluvial
producto del
huracán Dean,
empero, en
este
fenómeno
intervinieron
el azolve de
la presa “La
Esperanza”,
así como una
severa
deforestación
en las
laderas de
las
formaciones
que rodean
al Valle de
Tulancingo.
Factores que
exacerbaron
las
problemáticas
implícitas a
una
infraestructura
hidráulica
deficiente y
una poco
adecuada
orientación
al
crecimiento
de la mancha
urbana. Esto
último no
obstante las
recomendaciones
de los
planes de
desarrollo
urbano
elaborados
primero
durante la
gestión de
Guillermo
Rossell y
después en
la de Jesús
Murillo
Karam, para
los que se
realizaron
innumerables
estudios.
Así que si
alguien
desea buscar
responsables
de la
situación
caótica que
se vive hoy
en
Tulancingo,
puede
empezar por
escarbar
sobre
quienes
promovieron
y
autorizaron
el
fraccionamiento
de los
predios
inundados,
desatendiendo
los límites
y reservas
territoriales
fijados
mediante
decreto del
gobierno del
estado.
Empero, como
el daño ya
está hecho,
debemos
enfocarnos a
resolver de
fondo el
asunto y eso
sin duda nos
hace mirar
hacia “La
Esperanza”.
Tras más de
60 años de
operación,
esta presa
prácticamente
ha concluido
su vida
útil. Las
estimaciones
más
recientes
ubican que
está
azolvada
entre
sesenta y
setenta por
ciento de su
capacidad
original.
Así, en el
mejor de los
casos, el
volumen de
agua que
generó el
derrame en
esta ocasión
–110 por
ciento,
según el
gobernador
de la
entidad-
representa
alrededor de
la mitad de
su capacidad
al entrar en
servicio en
1943.
Desazolvar
la presa,
conforme a
la CONAGUA,
resulta
incosteable.
Razón por la
cual las
opciones se
reducen a
dos:
construir
una nueva
presa o
aumentar la
capacidad de
almacenamiento
de la
actual.
Resultando
urgente
efectuar los
estudios de
factibilidad
correspondientes,
dado el
estado de
emergencia
que se vive.
Atendiendo a
la limitada
disponibilidad
de recursos,
desde luego,
parece más
viable
aumentar la
capacidad
actual de
almacenamiento
de “La
Esperanza”.
Afortunadamente
esto sí es
posible, sin
alterar las
condiciones
de seguridad
establecidas
originalmente
para la
misma.
La
alternativa
consiste en
elevar cerca
de tres
metros la
cortina de
la presa
mediante una
represa de
goma
denominada
Rubber-Dam,
soportada en
ambos lados
por losas de
hormigón
armado y los
machones
necesarios
para anclar
cada uno de
sus tramos.
La represa
puede
inflarse o
desinflarse
según las
condiciones
de operación
de la presa.
Sin duda
necesario,
toda vez que
por varias
décadas
hemos
explotado de
manera
inmisericorde
nuestros
bosques, de
manera
paralela se
propone
instrumentar
un programa
intensivo de
reforestación
en toda el
área de
escurrimiento
del Valle de
Tulancingo,
con la
participación
de la
SEMARNAT.
Esto para
recuperar la
capacidad de
absorción de
los terrenos
elevados en
el valle
donde se
asienta la
ciudad.
Más que el
costo
inherente a
ambos
proyectos,
debemos
considerar
que el
riesgo es
latente y
mayor
conforme
transcurre
el tiempo.
Sabemos que
se trata de
una cuenta
regresiva
para que
detone
nuevamente
el estado de
emergencia.
Lo que no
sabemos es
en que
número va la
cuenta. Por
eso la
propuesta ya
fue hecha
llegar a
Miguel Ángel
Osorio Chong
y los
delegados en
Hidalgo de
ambas
dependencias
federales.