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Ni Dumbledore ni Gandalf… Julio Torri-C. 2ª versión

 

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17.Mar.24

Cristina de la Concha

 

 

 

Ni Dumbledore ni Gandalf… Julio Torri-C.

 

 

 

Sí. No podría conocer ni a Gandalf, el istar que fue enviado a la Tierra Media para ayudar a sus habitantes a luchar contra el “señor oscuro” de El Hobbit y El Señor de los anillos, ni a Dumbledore, director de la escuela de magia de Hogwarts en la saga de Harry Potter, el mago más poderoso, paternal y protector, pero sí conocí a Julio Torri-C. en la adolescencia, quien fue para mí como ellos para Frodo y Harry. Incluso en alguna ocasión lo llamé, de manera completamente espontánea y sin pensar, “Gandalf”, y él se carcajeó, porque había magia en sus palabras, un enorme aprendizaje en sus discursos que mi tiempo no me permitió asimilar pero mucho de ello, con esa magia, quedó allí, aquí, para que, con los años, la madurez, buscara hacerlo mío, fue como si me diera los cabos de diversas hebras para que yo las extrajera y extendiera frente a mí ese conocimiento. Fue “El Maestro”. Y él dijo aquello tan doloroso.

Como Gandalf, quien un día apareció en Bolsón Cerrado, en la tierra de los hobbits, así apareció Julio en Tulancingo y allí decidió radicar, no era claro por qué pero corrí –y muchos más– con la fabulosa suerte de encontrarlo y tener mi Dumbledore o mi Gandalf de largas barbas blancas y singular atuendo.

Vivía con humildad y sencillez, célibe desde largo tiempo antes de ordenarse sacerdote. Él, como Dumbledore que dirigió su propia muerte, se sacrificó, tomó actitudes y decisiones que llegué a entender como sacrificios por ciertos fines, por salvar o salvaguardar cosas que para él eran de suma importancia. (He conocido personas así, que han sacrificado unas cosas por otras, que se han expuesto a cambio de algo, que no les ha importado y cuánto lo he valorado y admirado.)

Tenía un formidable sentido del humor, uno que podría hacer sobrellevar cualquier escollo, era ocurrente e histriónico. En un diciembre lo sorprendió la policía golpeando con su bastón una de las piñatas que se habían colocado para adorno en La Floresta. Nos hablábamos de “usted” y besaba mi mano al saludarme, lo que me hacía ruborizar al principio, después lo tomé como una de sus ocurrencias, abandonó esta costumbre al ordenarse. Me llamaba “Kitty Kitty on the wall”, yo (de pesada) comencé a llamarlo “Mr. Floppis” que fue una ocurrencia espontánea y rápida y él se enfurruñaba cada vez; el primer apelativo, en alusión a mirror mirror on the wall del cuento de Blancanieves –“espejito espejito” en la versión española–, porque a veces leíamos textos en inglés, poemas o cuentos de Edgar Allan Poe o Shakespeare, de Hawthorne o los hermanos Grimm; el segundo apelativo correspondía a un extraterrestre que había sido el logotipo de una discotheque, una de ésas que solo duraron unos meses.

Nos hablaba de historia, psicología, literatura, pintura –era un estupendo artista–, leyendas y brujería, filosofía, religión y, al igual que Gandalf y Dumbledore a sus aprendices, nos dejaba mensajes crípticos. Y una tarde en que tomábamos café en la mesa usual del lugar de siempre, él, con gravedad y las manos cruzadas sobre la empuñadura de su bastón que escondía un estilete, dijo eso. “El efecto psicológico…” Yo, con una risa nerviosa queriendo pensar que era una broma, insistí en mi pregunta. “¿Qué? Nooooo ¿cómo? …” “… Público, lo que es del pueblo, el público es el pueblo”, respondió.

Había ocurrido unos meses antes la violación de Yuri –figura pública– y más recientemente las de las sexoservidoras –mujeres públicas–, crímenes cargados de simbolismos.

El cabo de una hebra que muchos años después fui extrayendo. (Cuando sucedieron estas violaciones, poco se trataban esos casos, ni se mencionaban, se negaban, eran como inexistentes, porque involucran vergüenza, dolor, culpa. A mediados de los 90, en este país ya había más información y se difundían los efectos psicológicos en las víctimas –sumisión, rezago, tristeza o apatía, sometimiento, dolor, miedo, silencio–, y peor cuando éstas no hallan consuelo en quienes deben protegerlas –los padres, la familia, las autoridades–. ¿Cómo curarse? Hablándolo para concientizarlo, traer del inconsciente a la conciencia todos esos efectos, desmenuzar, comprender, ver que no hay culpa ni vergüenza, que eso es lo que los violadores quieren sembrar para obtener el silencio de las víctimas; y con el perdón, no para que aquellos queden impunes sino en las víctimas mismas, para el alivio y resurgir como ave fénix.

… quizás como el ave fénix de Dumbledore que sana y salva…)

 

 

 

 

   
                 
                 

 

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