La poeta Cristina de la Concha, en una conjunción de
prosopopeya-metáfora, nos dice que los árboles son:
Habitantes enramados
de cuellos largos
y rozagantes melenas
de este amado suelo
ramas que se replican
por dentro de la tierra
que la atan y sostienen
de copas donde beber almíbar
y a sorbos la sombra al sol
me significan hogar
Si hiciéramos una comparación con el poema
CAD GODDEU
“Las tres batallas frívolas de Bretaña” nos
encontraríamos interesantes similitudes que sin embargo
parecen contraponerse por su tono:
El ciruelo es un árbol
que no aman los hombres;
el níspero de naturaleza parecida
soporta una labor severa.
El frijol cobija en su sombra
un ejército de fantasmas.
Pareciera que Cristina es el día, la naturaleza viva,
joven, donde prosopopéyicamente los árboles son
seres enramados de cuellos largos y largas melenas, y el
poema
CAD GODDEU
el árbol del frijol cobija fantasmas, es la tarde que
presagia noche severa. Sin embargo, ambos poseen es ese
mismo tono lúdico.
Sin embargo hay momentos donde ambos poemas presentan
similitudes, Cristina de la Concha escribe:
efigie arbórea
eres guerrera
con tus foliares
que el veneno atrapan
y en elíxir convierten
Imagen totémica[i]
y animista[ii],
valga la expresión, ancestral, y, por otro lado,
perfecta del momento agónico por el que atraviesa la
naturaleza, la metáfora que describe al árbol como una
guerrera convirtiendo el veneno que atrapan en elixir,
es clara alusión al proceso de la fotosíntesis.
En
CAD GODDEU
es un noble caballero (un roble tal vez) cuya corte está
formada por olmos:
El pino en la Corte,
fuerte en la batalla,
por mí muy elogiado
en presencia de reyes,
los olmos son sus súbditos.
En los dos poemas se teje un fresco paisaje. Un traje de
lujo para que la naturaleza vista su cuerpo desnudo con
musgo y flores, poblando esos senderos hoy casi
perdidos.
Más adelante, en ambos poemas hay una enumeración casi
similar, en Arbóreo mirar hay una especie de
transmutación: el árbol se convirtió en objetos íntimos
y lejanos, pero igualmente entrañables. El árbol, la
madera, es instrumento de expresión artística, el ojo de
Cristina con mirada a vuelo de drone, valga la
palabra, lo recorre palmo a palmo:
Te veo y te siento
En el lápiz con que escribo
En el pliego donde dibujo
En la silla de mi asiento
En los libros que leo
En la mesa donde me alimento
En la tablilla que sostiene el incienso
En el piano y sus teclas golpeantes
En las castañuelas que escucho
En las vetas de mis muebles…
En Las tres batallas frívolas de Bretaña el tono
más bien es guerrero, aunque tiene lazos con Arbóreo
en tanto que también la madera es instrumento para
expresarse artísticamente:
He sido un escudo en la pelea.
He sido la cuerda de un arpa,
encantado durante un año
en la espuma del agua.
He sido un atizador en el fuego.
He sido un árbol en un refugio.
No hay nada en que yo no haya estado
Cristina de la Concha está preocupada por el medio
ambiente, el calentamiento global que está destruyendo
el planeta en que vivimos, su forma de “protesta” es
hacer poesía, revivir la foresta en un instante de luz
eterna, crear su selva y bajo un árbol contemplar esta
realidad, este complicado mundo en que vivimos.
Su poema-juego Amazonia, nos trae a la mente ese
importante lugar productor de oxigeno que el ser humano
está devastando paulatina y peligrosamente,
contribuyendo a que se agudice el calentamiento global
, pero también nos recuerda que el juego es eje central
de la creación artística.
Hay un impasse que incluye una prosa poética
denominada Un planeta
en la
galaxia, donde
enunciados dioses “siembran de vida” el planeta
inventando al árbol como símbolo de la naturaleza. El
tono es de cuento infantil o de parábola, fresco y
breve.
….
El libro termina con varios poemas como el que dice:
Tuve una nube/ que regaba con mucho sol/ y floreaba
nubecitas… Una nubecita que se transformara en
tormenta inundando ciudades y castigado al hombre,
simbolizado por el reactor nuclear… Y otros en donde la
poeta implora, canta y sufre:
y lloré mi humanidad/ y le lloré a su desenfreno/ a su
exceso /a su violencia…
se queja y reclama la civilidad, en el sentido
peyorativo de la palabra, del ser humano que ha
asesinado a la naturaleza, incluído él mismo, para
construirla… y aunque anterior
el poema llamado Hielonieve, redondea la temática
del libro, donde un invierno ¿nuclear? sirve de
advertencia para el ser humano.
Gracias