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Mitos
y leyendas
El karma: la proyección
de lo que hacemos
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por
Cristina de la Concha
El
Metl
Esos árboles de pencas largas como manos que llaman, que ofrecen, esos que
solían bordear los caminos hidalguenses, cuando el pulque alcanzara su más
alta producción en el siglo XIX y todavía hace no mucho, unas cuantas
décadas, antes de que su depredación los pusiera en peligro, forman parte
importante de la cultura de nuestro país, como parte de nosotros mismos que
vemos su presencia de modo tan cotidiano en infinidad de aspectos desde
tiempos prehispánicos que parecemos no notarla. El Metl, el árbol de
las maravillas, el maguey.
Esas pencas con sus estilizadas líneas, pétalos gigantes y fornidos, de lisa
textura delineada con espinas, que su propia punta como pluma estilográfica
caligrafía con elegante y sugestiva sinuosidad, se van escribiendo a sí
mismas, pencas inspiración para los antiguos que supieron verter de ellas
materiales para acompañarse en su quehacer, para mejorar sus vidas y
enriquecer su cultura.
Pencas dadoras de sabor al platillo de carnero que abrazan
sumergidas en la tierra sobre el fuego que lo cuece, dadoras de
sabor con su fina cutícula a los mixiotes, exquisito guiso que halla
su cocimiento en sus hojas que lo envuelven.
Pencas que acunan las largas larvas blancas –“gusanos de maguey”–
que se degustan crujientes enrolladas en hojuelas de masa de maíz,
nuestras tortillas. |
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Magueyes madriguera de las larvas rojas que anidan a sus pies, los
chinicuiles que además de crujir en tacos aderezan diferentes salsas.
Y su aporte se vuelve emblemático en la culinaria con el aguamiel que brota
de sus entrañas, el meyolote, delicia que hacía parte del alimento de los
recién nacidos y con ello los antiguos fortalecían el sistema inmunológico
de su progenie, delicia que con su fermentación se convierte en pulque,
bebida de los dioses que nos regaló la diosa Mayahuel,
“cocido,
se hace como vino, y dejándolo acedar se vuelve vinagre; y apurándolo el más
al fuego es como miel; y a medio cocer sirve de arrope,”
relató José de Acosta en el s. XVI. Pulpa que se talla,
el quiote asado o su piña o su penca para obtener dulces a saborear. Y, de
entre sus 274 especies, unas brindan con mezcal o tequila.
Aunque quizás la mayor delicia que nos da esta planta sean las flores de
fresco sabor, los guolumbos, manjar y belleza que corona en lo alto, sobre
esos pétalos gigantes que como manos parecen ofrecer al cielo su
inflorescencia.
Pero las pencas dadoras inspiraron a los antiguos desde su punta hasta sus
raíces, desde su punta para coser los hilos de los textiles pero también del
ixtle de sus fibras y estas pencas dadoras han sido las madres de mecates y
lazos, de costales y morrales, ayates, huipiles, petates, hamacas, cuerdas
para instrumentos musicales y, en su más fino acabado, de chales, manteles,
carpetas e incluso aretes de curiosa creatividad, también con sus raíces, de
escobas, escobetas y sus derivados. Y, como de cualquier otro árbol, se
puede hacer papel de él.
Una maravilla son estos árboles, si acaso se les puede llamar así. El árbol
de las maravillas
produce tres veces más oxígeno que un árbol y extrae el monóxido de carbono
del medio ambiente, una maravilla contra el cambio climático.
Una maravilla dadora de vida de la que algunas especies se encuentran en
peligro de extinción, cometiendo injusticia a la Madre Tierra, injusticia al
planeta, planta como manos que ofrecen, que llaman a su cuidado.
cristinadelaconcha@hotmail.com
https://www.facebook.com/cristina.delaconchaortiz
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