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Entre la variedad de temas que
abordan estos textos aparecen: la condición de la mujer en la sociedad
actual; el acoso laboral (“No resisto su mirada animal recorriéndome
todo el día”, “lo que necesita no es una empleada, es una mujerzuela que
haga como que trabaja” dirá Olivia en “Las horas muertas”); el abuso de
la relación filial; el machismo y la desvalorización del trabajo y/o del
nivel intelectual de las mujeres.
Sus textos y paratextos sugieren
“puestas en escena” minimalistas. El divorcio entre la literalidad de
las obras y el sentido del habla de sus actantes advierten sobre la
denuncia del ambiente en que suceden.
Así, por ejemplo, los datos de
las escenografías juegan a trasvestir una casa en oficina,
cuestionándonos cuánto se asemeja la decoración de una oficina moderna a
la estética hogareña. Y ambientan relaciones laborales que puedan
confundirse con las familiares, ámbitos de poder del trabajo que puedan
trasladarse al ámbito de lo privado.
Por otra parte, el uso de
índices de tiempo elementales y discretos, incorporados a la vida
cotidiana de los individuos representados, exige para su detección
espectadores atentos e inteligentes (el mandil de una mujer mejora su
calidad con el avance de las escenas; etc.).
La mayoría de los personajes no
están individualizados (a veces son simplemente la madre de, el padre
de; o ella y él) lo que, desindividualizándolos, los generaliza.
Los roles protagónicos, en casi
todas estas obras de Mariluz Suárez, están reservados a personajes
femeninos. Personajes que muestran una resignación, respecto de su
capacidad de modificación de la vida, harto significativa. Tienen el
futuro inscripto en su pasado: cuando el jefe le pregunta a Olivia si le
gustaría conocer su futuro, ella le responde: “con lo que sé de mi
pasado es suficiente”. Maura, confesando su vida, explica lo atada que
se encuentra a continuar procediendo siempre igual.
Olivia Ochoa (la protagonista de
“Las horas muertas”) siempre aparece uniformada, evidenciando que
pertenece a, que no es ella en un rol específico sino el rol en ella
misma. Y termina la obra igual que otro personaje femenino secundario,
hablando en off, confesando: “Soy una fuente seca, tengo miedo de mí,
cada día tengo más miedo de encontrarme, cada día se hace más dura mi
piel. No quiero ver, ni oír, soy una fuente seca, sí, seca y oscura.”
Maura, miserable y avara, en un
repetitivo monólogo relata una vida de contención y ahorro permanentes.
Y llega al punto de aprovecharse que el cura se durmió (durante su
extensa confesión justificativa) para rehacerse, en el templo mismo, del
diezmo que acababa de ofrecer.
En la obra que da nombre al
libro el proceso de alteración mediante el cual el actor se convierte en
personaje, encubierto desde los orígenes del teatro (escena=skene,
tienda) aparece al descubierto, mostrando -en el proscenio- cómo mudan
de roles con la simple modificación de sus vestuarios y representando de
qué manera los espacios de la vida privada aparecen invadidos por el
mundo de lo público.
El paratexto “Las horas muertas”
alude a una vitalidad perdida del tiempo. La obra tiene como centro a
una joven y acontece apenas integrada al mercado laboral, mostrando la
pérdida o retracciones que le significó en cuanto a sus derechos
elementales: al estudio, a las amistades, al respeto de su propia
persona, incluso.
Fernando Andacht ha dicho que
parcelamos el tiempo para creer que lo consumimos. En esta obra, ambos
padres de la protagonista solo están pendientes del pasaje del tiempo
para ver qué más pueden consumir: “Sólo eso quieren, dinero y más
dinero, cosas materiales que puedan tocar, oler, estrenar, ingerir,
alardear, tragar, gastar, gastar, gastar. (...) Dinero para tirar,
dinero para irse de putas, para cambiar el color de pelo, de uñas, de
ropa, de zapatos.”
Existe un delicado y sugerente
juego con base en el lenguaje coloquial de los personajes. Por ejemplo,
ambos padres admiten que están pendientes de su hija; pero, mientras la
madre se queja de que parecen sus esclavos, el padre le propone que
elija de entre varios términos el que más se ajuste a la relación que
tienen con ella: guardianes, custodios, vigilantes, dice. El listado
permite un traslado semántico desde la seguridad (guardián) al filo del
acoso (vigilante) que es una de las claves de interpretación del texto.
“Breves y muy breves” es una
serie de textos cortos que parecen deudores de los tiempos televisivos:
fugaces, incisivos, mordaces, efectistas. Con tragicidad, sus personajes
no son más que individuos comunes, sencillos, con los que puede cruzarse
el pueblo mexicano en su vida cotidiana. El juego de las apariencias (en
“El tiro por la culata”) sirve de pretexto para poner en escena una
relación de travestis o (en “Días vividos”) para cuestionar los lugares
comunes del lenguaje. Una fuerte carga poética estructura la elaboración
del brevísimo parlamento de la única actriz que aparece, con tono de
reproche, en “El homenaje a las muertas de Juárez”, con referencia
directa a la tragedia sucedida en la mina de carbón Pasta de Conchos en
el año 2006. “Diálogo sutura” es una conversación hilvanada en círculos,
donde los actores inician su discurso con la última palabra del que los
antecede (principian donde cierra); simula una comunicación fática, por
el sencillo hecho de mantenerla, no de ahondar en sus contenidos.
Flavio y Fabricio, en “Cuatitud”
(una de las pocas obras en las que no se incluyen personajes femeninos)
aparecen no solo distanciados en edad –adolescente, uno; adulto, el
otro– sino también en condiciones de desigualdad durante su
diálogo-combate. Actualizan vínculos que muestran el ambiente social en
el que se insertan. Tanto el rol de uno como la desnudez del otro
establecen una relación de sometimiento que evoluciona hasta un clímax
de asesinato.
En suma, Las horas muertas
es una serie de texturas de mujer para mostrar y repensar la vida
cotidiana.
Wilson Javier Cardozo
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