Tulancingo cultural

tras los tules...

Tulancingo, Hidalgo, México

Principal (portada) en las letras en la música en la actuación en la plástica sociológico y social histórico centros y actividades culturales diversas de Tulancingo gastronómico ciencia y tecnología municipios  hidalguenses
 
anteriores
 
danza performance teatro
 
cine
 
prehispánico
 
tradicional y legendario
interesante
 
hacedores
 
 

autores - los maestros en Tulancingo - autores tulancinguenses - autores hidalguenses - reseñas - presentaciones - talleres

 
 

bibliotecas - derechos de autor - convocatorias - publicaciones

 
________________________________________________________________________________________________________________
     

20.Dic.08

 
  Pterocles Arenarius  

 

   
  In Naturalibus  

Hay que leer poesía

     
  más de Pterocles Arenarius

 

 

 
     
     
  En Glocalia.com  
  México: El regreso de Lucía  Morett  
  por Carlos Fazio  
  http://www.glocalia.com/ detalle_noticia.php?id=2008121214031405ba279 1ba82c7f81d09c46e4adfe78b  
     
   
     
 

Fata Morgana

 
     
 

La confianza y “papelito habla”

 
 

por Cristina de la Concha

 
     
   
     
 

En México, carta del poeta Félix Pacheco

 
  y  
 

Desde Argentina, carta

 
 

de agradecimiento general y abarcativo a la comunidad toda de la localidad de Tulancingo, Hidalgo

 
 

de María Encarnación Anadón y Franco Gariboldi, participantes del

 
     
  2o Encuentro Latinoamericano de Escritores  
  en Tulancingo, Hgo., México   
     
     
 

Y de Valdivia, Chile 

 
     
     
  su continuación  
 

Desde Argentina, reseñan

 
 

Valentín Romano, alias "Gaucho",

 
 

aquí "comentario final",

 
 

en las escuelas

 
 

y

 
 

 Ana Cuevas Unamuno en:

 
  tejiendocuentos.blogspot.com  
  www.artnovelablog.com/ Tejiendocuentos  
     
  Desde Costa Rica  
  Carlos Villalobos  
  nos envía fotos del Encuentro:  
  http://www.nayangroup.net/gallery  
  con un clic donde dice Chile  
 

organizado por el Colectivo Paratopia

 
  http://colectivoparatopia.blogspot.com/  
     
   
   
Se presentó  
el Archivo Histórico Digital  
del Ex Convento Francisco y Parroquia del Sagrario de Tulancingo  
más con un clic  
   
   
     
  www.artelista.com  
 
 
 
 
  Receta para fabricar un mito  
     
   
 

 

 
 

Hay gente que alimenta su cuerpo con cosas (pues no debiera llamárseles alimentos) que son ineficientes para lo que se destina a los nutrientes: restituir al cuerpo del desgaste físico, dotarlo de la necesaria energía que le permita realizar las actividades necesarias y mantenerlo en buenas condiciones de salud. Hay gente que, por ignorancia o bien por vicio, alimenta su cuerpo con lo que se ha dado en llamar alimentos chatarra; muy otro caso de quien se alimenta con deficiencia por pobreza.

 
 

       Quien incurre en el consumo excesivo de alimentos chatarra sólo consigue obesidad y desnutrición simultáneas. Es decir torpeza, dificultades para manejar el propio cuerpo y a la vez debilidad, incompetencia para cualquier esfuerzo físico. La contraparte son los que se alimentan de manera equilibrada y con moderación para conservar un cuerpo esbelto, fuerte y sano, más o menos ―por añadidura pues ya depende de muchos otros factores― bello.

 
 

       Ahora pensemos en otro ámbito de la condición humana, el intelecto. A esta parte de la persona también podría considerársele un cuerpo, aunque no tenga las cualidades físicas de masa, volumen ni solidez física. Veamos, de igual manera que al cuerpo constantemente al intelecto le exigimos resultados en los hechos, trabajos que dan productos, se supone que se piensa cada uno de los actos que realizamos. Pero en las decisiones importantes del día o de la vida, tenemos que pensar con detenimiento para decidir. Y una larga época de la vida ―se supone― está dedicada a ejercitar el pensamiento, a fortalecer el intelecto. Porque, es cierto, una mente bien entrenada, sometida con frecuencia a la resolución de problemas intelectuales, nos vuelve cada vez más inteligentes, logra que nuestro pensamiento sea más refinado, que logremos mayor destreza para resolver los problemas que se nos presentan en las cotidianas labores. Esa larga época dedicada a adiestrar el pensamiento es la infancia y la primera juventud, el lugar es la escuela. Ahora bien, puesto que hemos considerado que el intelecto es un cuerpo ¿con qué alimentamos al intelecto?

 
 

       Al igual que las ofertas más tentadoras para alimentar el cuerpo con delicias (inútiles), el mercado, insaciable de ganancias y ausente de la ética ofrece para alimentar al intelecto productos tan chatarra al menos como los así llamados alimentos. La televisión ofrece ejemplos ad náuseam y es común que la misma televisión sea el gran escaparate de estos seudoalimentos.

 
 

       Por cierto y ya que hicimos el parangón entre el cuerpo físico y el intelectual, es clara la relación entre ambos, su interdependencia. Aunque tenemos que admitir que el cuerpo físico pocas veces es capaz de obtener resultados plausibles sin el concurso del pensamiento consciente; de hecho, en algunas circunstancias nos asombra, nos asusta que protagonicemos un suceso en el que hayamos actuado sin pensar, sin consciencia, “en automático”, decimos. Por otra parte, el intelecto sí es capaz de realizar logros con el mínimo concurso del cuerpo físico. La relación entre el cuerpo y el intelecto es tan intrínseca como la que hay entre ―en términos cibernéticos― el hardware, el cuerpo y el software, el intelecto.

 
 

       Ahora bien, un intelecto alimentado con los productos chatarra de la televisión y los tristes, tontos cómics comerciales, provoca que quien tal consumo realice se convierta en un obeso, un torpe, es decir, casi un incapacitado intelectual. Así como los productos “intelectuales” de la televisión ofenden a la inteligencia, los alimentos chatarra dañan al cuerpo físico cuando se consumen no como un bocadillo, como un pecado menor, como un desliz, sino como una costumbre pervertida, como un vicio. Giovanni Sartori, el teórico italiano, ha dicho y, creo, con razón, que la televisión causa daños graves a las facultades intelectuales (los que hayan ejercido el oficio de enseñar lo habrán notado: los niños, los jóvenes tienen una casi nula capacidad de fijar la atención, uno de los más claros y referidos síntomas de los niños teleadictos). Pero Sartori asegura además que los daños de la teleadicción son también físicos. La televisión, un instrumento formidable de comunicación, lastimosamente en manos de personas que sólo ven al espectador como un signo de pesos y que cancela las posibilidades incalculables de este medio como difusor de cultura, de conocimiento, de civilización.

 
 

       Pero la circunstancia humana no se queda en lo que he mencionado. Existe el ámbito de los sentimientos que es no menos importante, pues en gran medida determina el comportamiento inmediato de las personas, con gran frecuencia por encima incluso del pensamiento. ¿De qué alimenta el mercado nuestros sentimientos? De la mezquindad telenovelesca, de uno de los anzuelos favoritos de la televisión, la concupiscencia, que no llega a erotismo (pues el erotismo es un arte, aunque el sublime ejercicio de tal arte no sea público); la concupiscencia castrada, escandalosa pero por estúpida y además hipócrita de los cómics, otro tóxico es el de la insensibilidad animal con que se permiten presentar matanzas humanas por decenas o cientos en un solo programa o en una película y que pretendan que somos tan imbéciles que nuestra inteligencia, nuestra razón aceptarán sus historias. Así, intelecto y sentimientos bien alimentados jamás aceptarían productos tan embusteros y perniciosos. La televisión es el alimento chatarra para los cuerpos intelectual y sentimental de los seres humanos. A propósito, una de las más espantosas enfermedades es el llamado mal de Alzheimer, el que según dicen, está relacionado con dos de los vicios modernos, la mala alimentación causada por el consumo de alimentos empacados que contienen colorantes, saborizantes y conservadores artificiales. Y la otra es la falta de ejercicio mental, pues la inteligencia, como cualquier músculo se atrofia con la falta de uso.

 
 

       Basta. No hablemos más de esa corruptora, de esa difusora de la estulticia, de esa engañadora, de esa puta emputecedora, la televisión.

 
 

       Vamos a la salvación, al contraejemplo, a la antítesis de lo anterior. ¿Cómo alimentar al intelecto y a los sentimientos?

 
 

       Creo que la cumbre en estos ámbitos humanos la consigue el arte, las artes. Y, en particular, como dice Octavio Paz, la poesía en su sentido más amplio, la que aparece en toda obra de arte cuando ésta consigue tal estatura, la de obra de arte.

 
 

       En ninguna otra de las empresas humanas aparecen mejor empleados en simultaneidad los atributos humanos de intelecto y sentimientos que en el arte. Ahora bien, con salvedades, creo que la obra de arte más accesible es la literatura. En este instante vale la pena preguntarnos ¿Para qué sirve la poesía?

 
 

       La literatura, que tiene como fuente y como esencia a la poesía; la obra de arte que se hace con las mismas palabras que empleamos a cada momento para comunicarnos. La literatura que es, como casi ninguna otra actividad humana, un ejercicio intelectual pero que contiene los más profundos y sublimes sentimientos que en algún momento han brotado del corazón humano. Profundos pero no necesariamente, diríamos, positivos. También los perversos y aun los criminales. De igual manera que, se ha anotado, los sublimes. Por eso es plena de sabiduría la afirmación del esplendoroso Jorge Luis Borges (ahora hay que escribir su nombre completo siempre, para combatir la confusión que a este respecto introdujo cierto personaje otrora investido de gran poder, pero recubierto de asombrosa ignorancia), Borges, cito de memoria, dijo que “gracias a la literatura en esta vida he vivido varias vidas”. Ya lo creo. La literatura excita de tal manera a la imaginación, convoca con tal fuerza a los sentimientos pero a la vez estimula a la inigualable agudeza de la inteligencia que, no tengo la menor duda, es el más nutritivo, el más poderoso alimento no sólo para el espíritu sino para los sentimientos. Y es por semejantes impresiones que, en efecto, se cumple la sentencia borgiana; no es necesario presenciar ni cometer un asesinato, Dostoyevski nos pone a vivir (y a sufrir) tan espantoso trance con lujo de detalles, con inigualable dolor y con bárbara brutalidad. ¿Qué impresión quieres vivir? ¿El erotismo desaforado, orgiástico, libérrimo o libertino hasta la enfermedad? Ahí está el divino Marqués de Sade o Guillaume Apollinaire o Leopold Von Sacher Masoch. ¿Qué impresión quieres vivir? La literatura no tiene límite. Por la poesía, llegamos sin duda a la asunción de la máxima latina clásica: Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno.

 
 

       La literatura, la poesía en su condición más amplia, nos feminiza en el mejor sentido de esta palabra, es decir, nos hace detonar las mejores cualidades femeninas: la compasión, la sensibilidad, la delicadeza. La poesía nos hace tolerantes porque nos otorga la inmensa virtud de sentir lo que otros sienten, imaginarlo, conmovernos y por ese camino llegar a uno de los mejores sentimientos humanos: la compasión (compartir la pasión del prójimo, el próximo) compartir con quien se ama la pasión, con todo lo que implica. La pasión es lo que a alguien le pasa (a veces por encima, arrasándolo).

 
 

       Gracias a la literatura, a la poesía en su manifestación más amplia, entendemos todo lo humano. Y gracias a ella, ya lo dijo el poeta, “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan/Mi plumaje es de esos”. Porque lo leído, lo vivido (lo bailado, pues, ni Dios lo quita). Ah, pero gracias a la literatura tiene usted la libertad de elegir el mencionado verso del volcánico bardo veracruzano, y proclamar (y vivir diciendo) “Mi pantano es de esos”. La literatura es el plumaje que nos permite entrar en el pantano y, si queremos, permanecer inmaculados aunque, ciertamente, no inocentes. Pero además da la oportunidad de descubrir, de valorar, el propio pantano. Esto es, el conocimiento más invaluable de cuantos conocimientos existen, el conocimiento de sí mismo.

 
 

       Tan sólo lo anotado justificaría con creces a la poesía, a la literatura. Pero la literatura, la poesía, pues, es capaz de llevarnos más allá.

 
 

       He hablado de la compasión; de los sublimes sentimientos, del poderoso intelecto inmejorablemente nutridos por la poesía, cuya amplitud nos lleva más allá todavía. Los grandes poetas sufren de un hambre de infinito que con frecuencia los hace despreciar al hambre de comida, qué vulgaridad. La gran literatura siempre va la los extremos. Así, no es tan extraño que los poetas alcancen el vislumbre, el deslumbramiento de la divinidad. Sé de ateos recalcitrantes que a través de la poesía han debido admitir que el universo no es sólo material o al menos que, ya lo dijo, otra vez, Borges (no José Luis, no Borgues) “¿Pero hay algo que no sea sagrado?”; la divinidad que reside en cuanto existe. Por otro camino, la compasión en su último extremo no es otra que el sacrificio crístico, que nada tiene que ver con jerarquías eclesiásticas de cardenales y obispos gordos que “dirigen” a la cristiandad (no pocos de los cuales practican la pederastia, lets remember Marcial Maciel y sus legionarios del billete). Pero mejor que esos hablemos de La noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz, del “no sé qué que queda balbuciendo”, o de la (...) sombra de mi bien esquivo/ imagen del hechizo que más quiero/ bella ilusión por quien alegre muero/ dulce ficción por quien penosa vivo. La poesía mística; la que lleva a los poetas a vislumbrar un más allá en el que las delicias de los gozos divinos los hacen decir que Vivo sin vivir en mí/ Y tan alta vida espero/ que muero porque no muero. Como a Santa Teresa de Jesús.

 
 

       Ver un mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre/ hace que el infinito quepa en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora. Es la pasmosa idea que William Blake, en un estado del espíritu, con la consciencia alterada quién lo duda, fue capaz de decirnos, para que, a través de la poesía nos comunique tan incomunicables sensaciones, estados de la mente, del espíritu. En efecto, porque la poesía, la literatura en general nos permite vivir lo que no viviríamos por más intensa y variada de estímulos que fuera nuestra existencia. En tal sentido, la poesía nos puede llevar a una existencia, que sería nuestra elección angélica como dice Borges que dijo Emanuel Swedenborg: buenos sentimientos, buenos pensamientos, buenas acciones, lo que no es otra cosa que el ser bueno y ser (por eso) bello, el areté griego. La frónesis, la prudencia en la vida, derivada de la sabiduría. El culmen espiritual.

 
 

       Hay un filósofo ruso, creo, medio empírico, medio iluminado, medio esotérico, quizá masón, Piotr Demianovich Ouspensky que, sin embargo, sostiene una idea que no deja de ser interesante, habla de que el estado ideal del hombre es el equilibrio entre el cuerpo físico, el intelectual y el espiritual. Bendito es aquél que en algún momento de su vida haya llegado a semejante equilibrio: el vigor físico, el poderío intelectual y el oro del espíritu, la percepción de la divinidad.

 
 

       Y sólo hasta ahora podemos responder a la pregunta planteada, ¿para qué sirve la poesía? En realidad no sirve para cosa alguna de las que se consideran valiosas en este mundo materialista y hoy globalizado. Pero la poesía sirve para ejercer la libertad más allá de toda moral y conveniencia material. Para algo que no es material ha de servir puesto que los mejores humanos se han interesado y han gozado de la poesía, en efecto, hay un gran prestigio de la poesía a pesar de que “no sirve para nada”. Y agreguemos que la poesía es un medio que nos permite el Conocerse a sí mismo que es una respuesta a una de las más terribles preguntas que cualquier humano puede plantearse: ¿para qué estamos en esta vida?

 
 

       La poesía es salvación. La civilización que llamamos occidental está gravemente enferma. Cada vez se animaliza, huérfana de espiritualidad, gracias a sus prodigios tecnológicos que han terminado siendo algo así como profanaciones de cuanto tocan. La civilización occidental ha olvidado la poesía. Es decir, la salvación.

 
 

       Lo dijo Paz en El arco y la lira, “si la poesía está olvidada no es que la poesía esté enferma, en decadencia, la enfermedad radica en la sociedad”. O algo así.

 
 

       Nadie vaya a creerme. Nadie intente realizar experimentos como los que aquí se anotan sin la supervisión de un adulto (entiéndase un gurú, un experto, un chamán, un iluminado) o que cada cual haga como dijo Françoise Rabelais que se estilaba en el monasterio de Theleme, cuyo reglamento era regido por un precepto único: Haz lo que quieras. Que cada uno haga lo que quiera. Al fin que existe la poesía.

 
 

       Por último. Acerca del cuerpo, bueno, basta con que consumamos carne, pescados y mariscos, leche, huevos, frutas y verduras. Excepcionalmente, ¿por qué no?, alguna porquería de ésas, un alimento chatarra, como cuando accedemos a la debilidad de ceder a un exceso, aplicarnos una mediana borrachera o cometer un pecadillo contra nosotros mismos.

 

 
     
     

 

   

 

_______________________________________________

Gracias por su visita

 www.tulancingocultural.cc ® Derechos Reservados

tulancingocultural@hotmail.com

Aviso legal para navegar en este sitio

contador web

web counter

Free Website Hit Counter
Free website hit counter