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(...) Deseo iniciar comentando, en mi calidad de investigador del
pasado, que lamentablemente he comprobado y sufrido la laguna
historiográfica existente, específicamente para la región de
Tulancingo, ya que no han sido realizados estudios pertinentes. Es
por ello que el empeño realizado en el trabajo que hoy nos comparte
el Maestro Menes Llaguno es, en primera instancia, meritorio de
agradecimiento por parte de los tulancingueños interesados en
conocer sus cómos y sus por qués. Puesto que este trabajo es el
fruto de una ardua labor que cumple dos objetivos básicos y de suma
importancia; en primer lugar representa una colaboración
significativa para cubrir los huecos existentes en nuestra historia
estatal y local; y en segunda instancia, lo realiza con la virtud de
ir entrelazando las historias particulares de las diferentes
regiones del actual estado de Hidalgo, añadiéndole la difícil
cualidad de ser un texto de lectura ágil y amena.
Los
tulancingueños podemos en esta obra apreciar claramente cómo nuestro
pasado se incluye y se muestra como pieza clave en el mosaico
geográfico y cultural que es el territorio hidalguense. Desde las
primeras páginas el autor nos va conduciendo para conocer de forma
breve y precisa los primitivos asentamientos humanos datados para la
región, así como la presencia teotihuacana en nuestro maltratado
Huapalcalco.
Pasa después a relatarnos sustanciosamente cómo las diferentes
culturas prehispánicas se fueron asentando en el territorio estatal,
dejando su influencia cultural que aún hoy podemos observar en
muchos de los usos y costumbres de los grupos indígenas que han
logrado subsistir. Para nuestra zona, la permanencia temporal de Ce
Acatl Topíltzin, mejor conocido como Quetzalcóatl, en el mismo
Huapalcalco, es de interés esencial y nos refiere el mito de su
desafortunada caída, rematada por el incesto cometido con su hermana
mayor, causa de su auto destierro; castigo que demuestra claramente
cómo en esa sociedad “las leyes estaban soportadas en una moral de
respeto entre los hombres” como nos dice el autor.
A
la llegada de los españoles, en tierra hoy hidalguense, sólo
permanecían independientes dos señoríos, el de Meztitlán y el de
Tutotepec, para lo que tuvo que influir necesariamente su posición
geográfica de difícil acceso. No así, por ejemplo, Apan, cuyos
llanos fueron el primer sitio hidalguense al que llegaron los
españoles en su retirada hacia Tlaxcala buscando refuerzos.
Nuestro anfitrión en esta Historia mínima del estado de Hidalgo,
nos ayuda a entender cómo fue repartido el espacio para la
evangelización, principalmente entre las órdenes franciscana y
agustina. Los ancestros tulancingueños quedaron sujetos a la
autoridad espiritual de los franciscanos desde el año 1527 pues
fueron los primeros en llegar. Una década después llegaron los
agustinos por el lado noroeste en Acatlán. En este tema, el autor
nos señala, atinadamente cómo, a través de los frailes, la Corona
española logró dos propósitos: la conversión de los indígenas al
catolicismo y la sumisión total hacia la autoridad del gobierno
español.
En
cuanto a este gobierno, durante la época colonial, la hoy tierra de
Hidalgo estuvo política y administrativamente dividida en cinco
corregimientos, entre ellos Tulancingo, y nueve alcaldías mayores.
Llama la atención de forma simpática y sorprendente el hecho de que
los alcaldes mayores tenían que saber leer, no así los corregidores,
aunque ambos cargos eran otorgados a españoles peninsulares.
Mientras que, en contraparte, el Maestro Menes nos habla de varios
personajes ilustres nacidos en territorio hidalguense que, siendo
indígenas o criollos, ocuparon altos puestos públicos en la Real y
Pontificia Universidad de México e incluso fuera del virreinato en
Perú.
Cabe señalar que para el siglo XVIII Tulancingo alcanzó la
nominación de Alcaldía Mayor, lo que significa que su máxima
autoridad civil sabía leer.
En
cuanto a la actividad económica desarrollada desde el inicio
colonial, el Valle de Tulancingo compartió con el Valle del
Mezquital y Tula el florecimiento de grandes haciendas agrícolas,
por lo mismo, estas regiones no estuvieron exentas de los pleitos
por despojo de tierras a los pueblos indios, nos dice nuestro autor,
apoyado en una minuciosa investigación en los archivos históricos
estatales, que fueron más de 3 millares de conflictos debido
precisamente a la fertilidad de los suelos.
Otra actividad en la que destacó nuestra zona fue en la producción
textil. En contraste con la actividad económica vivida en la comarca
minera: Pachuca y Real del Monte principalmente y sus haciendas de
beneficio, como las bien conocidas de San Miguel y Santa María
propiedades del famosísimo Conde de Regla en Huasca.
Esta diferencia en el desarrollo económico se reflejó nítidamente en
el plano social y político durante el siglo XIX. Por ejemplo,
Tulancingo, primer asentamiento franciscano, fue nombrado sede
obispal en 1862, mientras que Pachuca, sede administrativa y centro
urbano de los mineros, se distinguió por aceptar tempranamente las
ideas liberales, por lo que fue asumida como la capital del nuevo
estado de Hidalgo, decretado el 16 de enero de 1869.
El
liberalismo pachuqueño se debió, seguramente, a la influencia que
produjo en la población local la llegada de los mineros ingleses
desde 1824 y durante los siguientes 25 años, como nos comenta
nuestro cronista, su religión, idioma, arquitectura y costumbres se
plasmaron en el paisaje de la comarca.
Este importante hecho de la historia política del estado resultó de
suma significación en las relaciones entre pachuqueños y
tulancingueños, que sin dejar de ser buenas, afloraron en las
rivalidades casi costumbristas que todos hemos conocido, entre los
adolescentes de ambas ciudades por diversos temas: chicas, deportes,
estudios, etc., y que tendrían su origen remoto en aquella
designación.
Hacia los últimos capítulos el autor nos explica cómo se vivió en el
estado la llamada paz porfiriana, periodo de cierta estabilidad
económica y social, con los 20 años en que se mantuvieron en el
poder los hermanos Cravíoto, tiempo en que Tulancingo logró
posicionarse como la segunda ciudad en importancia dentro del estado
debido principalmente al auge de las haciendas agrícolas y ganaderas
y la producción textil que volvió a incrementarse.
Para ir finalizando y dejar un muy buen sabor de boca, nos relata
cómo, mientras fueron pasando por el territorio los diferentes
grupos revolucionarios, y distinguidos hidalguenses participaban en
la discusión de los artículos de la que finalmente sería la
Constitución de 1917, en los llanos de Venta Prieta, por primera
vez en la historia mundial de la aviación, un avión biplano
transportaba “543 cartas y 61 postales enviadas de la capital del
estado a la ciudad de México”, hazaña que realizaba Horacio Ruiz
Gabiño asesorado por el aviador pachuqueño Juan Guillermo Villasana
López. Pero para evitar rivalidades, el Maestro menciona también a
otro pionero de la aviación, el tulancingueño Amado Paniagua, quien
hacía ejercicios de acrobacia en Balbuena de la ciudad de México.
Al
final, y muy acertadamente para la historiografía política, nos
ofrece una breve reseña de los gobernadores del estado, desde 1917
hasta la actualidad; asimismo, gráficas que muestran la evolución de
la población, del analfabetismo y de las escuelas, desde 1869 hasta
el año 1995.
Éstos son sólo algunos ejemplos de lo interesante que resulta este
trabajo que, como cualidad académica ha de reconocerse el rigor
metodológico con que fue realizado, para el que el Maestro Menes
Llaguno se basó en los fondos documentales más importantes para la
historia hidalguense, de los que él mismo fue su salvador y ha sido
su más comprometido dirigente: los acervos del Archivo Histórico del
Poder Judicial del Estado de Hidalgo y el Archivo del H. Congreso
del Estado de Hidalgo, conjuntamente con investigación en el Archivo
General de la Nación, periódicos del siglo XIX, y una bibliografía
de más de cien obras historiográficas, lo que sustenta sólidamente
esta labor y la convierte en una lectura obligada para los
hidalguenses y texto indispensable de nuestras bibliotecas.
Patricia Sanabria-Vargas |
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