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Academia de
Extensión Universitaria
y Difusión de
la Cultura de la FES Zaragoza
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La
película Un dulce olor a muerte
constituye un muy buen ejemplo de la forma como
se produce la verdad por consenso; construcción
con base en acuerdos de voluntades y al margen
de lo cierto. |
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Michel Foucault, en su soberbio e indispensable
ensayo “La casa de la locura”, señala que la
verdad se convoca por medio de rituales, se le
atrae según estrategias, para quedar sometida al
juego azaroso de las dominaciones como entidad
política, donde lo cierto, el hecho veraz, no
importa pues casi nunca tendrá cabida en un
discurso dispuesto para la dominancia.
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En el filme citado se aprecia con claridad
varios momentos del proceso constitutivo de
verdades basado en consensos carentes de pruebas
empíricas que les den certidumbre, y que
irremediablemente se imponen entre la gente como
realidades objetivas, y de los cuales habré de
referirme a dos de ellos que aparecen como
entidades de certeza de una comunidad proclive a
la ocultación, al simulacro y al engaño como
fórmula inequívoca de convivencia y
supervivencia de la clase media y media alta en
un ilusorio ámbito rural mexicano. Escenario por
demás propicio para establecer la forma fallida
como se resuelve en la apariencia una pesquisa
policíaca. |
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El contexto en el que se desenvuelve la trama
moralizante de la cinta es un feudo donde la
corrupción es el signo elocuente de una
complicidad ampliamente compartida. |
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Resulta pues que una relativamente inofensiva
confusión que da lugar, a su vez, a una
aparentemente irrelevante mentira termina por
convertirse en verdad, desprovista de lo que
llamaría Frege referente veritativo, como
resulta ser el inexistente noviazgo que sin
escrúpulos Ramón (Diego Luna) admite haber
sostenido con la mujer asesinada, pudiendo
suponerse que el protagonista asume tal papel
otorgando calidad de cierto a la impostura de
ser el novio por el status que de ello deriva:
prestigio ante su grupo de pares y en general
ante la comunidad dada la inobjetable belleza de
la joven muerta. |
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El segundo momento de supuesta verdad, vale
decir de mentira validada como verdad, es la
presunta culpabilidad asignada al errabundo
Gitano, a ese personaje cuyo solo
sobrenombre alude ya a extranjería, a nulas
raíces, a ausencia de compromisos, que se
yerguen como antítesis de los valores
sustentados en el feudo de Carrasco. |
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Por otra parte, no parece ser casual que el
nombre del representante de la justicia sea
Justino: anciano de marcha claudicante en
metáfora alusiva de la cojera de una justicia
que tropieza con usos y costumbres de la
comunidad, igualmente corrupta, quien le asignó
a Justino la tarea de convertir en culpables a
inocentes exonerando al verdadero asesino, como
muestra elocuente de la decrepitud con que
camina esa justicia de bastón. |
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La novia ficticia de Ramón, ante el deseo de
hacer del conocimiento público la clandestina
relación que sostiene con un hombre casado,
sufre la muerte a manos de su verdadero amante,
el cual prefiere matarla antes de que se
descubra la infidelidad de un esposo para quien
las apariencias y las simulaciones son
indispensables en ese frágil ordenamiento del
mundo con que vive o sobrevive Carrasco. |
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Finalmente, considero que Un dulce olor a
muerte es una excelente película
(realizada por Gabriel Retes en 1999)
que
mueve de manera inteligente al espectador, hacia
un cúmulo de interrogaciones sobre sus propios
valores y principios. |
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