En el marco del 2o Encuentro
Latinoamericano de Escritores Tulancingo 2008, tuvo lugar un
reconocimiento al poeta uruguayo mexicano Saúl Ibargoyen en el que
participaron Marisa DSantos, Cristina de la Concha y Mariluz Suárez, su
compañera de vida. Transcribimos aquí la intervención de Marisa DSantos.
Para el Diablo Apacible, alias Saúl Ibargoyen
La
narrativa de Saúl Ibargoyen es como un volcán en plena
erupción, desde ese centro de múltiples manantiales van
desbordándose ríos de ácido fuego en forma de palabras
que, a su paso, arrasa y enciende las otrora verdes
laderas de las ideas; en su narrativa, Ibargoyen lleva
estas ideas hasta las últimas consecuencias. No hay
pudor en su escritura, ni moral, ni vergüenza: arrasa
con cualquier impedimento que le impida llegar a la
esencia misma de lo que quiere decir, como nos muestra
en “Sangre en el Sur”, obra inquietante en la que habla
sobre torturadores y víctimas. En esta narración, Saúl
Ibargoyen abre la llave de su particular lenguaje y
cuenta la historia de Gabriela… “Era una chava guapa
de verdad de cuerpo firme y trabajado por el deporte y
la vida sana. Como no pudieron probarle su militancia
política y sindical en el séctor de la salud pública, un
oficial, un hijo de su putísima madre adiestrado en
academias gringas de Panamá, se le ocurrió traer a uno
de los perros utilizados para vigilancia, búsqueda y
cateos especiales. “¡Desnuden a la detenida, muchachos –dijo
la voz del cerdo abusivo– procedan, que tenemos carne
pal gancho! ¡Así mismito, en bolas y en cuatro patas,
como buena perra! Luego: “¡Ya trajeron al Bicho?” agregó
la voz, medio ronca ya de la excitación. El Bicho era el
perrazo que, de inicio no más, empezó a olfatear a la
Gabriela por cuantas partes podía, y a lamerla también.
La chava temblaba de asco, de los dolores acumulados, de
la vergüenza interminable. Luego, la salivosa voz del
oficial: “¡Subite Bicho! ¡Trépate a la perrita puta!” Y
el bicho se trepó, desgarrando las pieles de la espalda
a punta de pata, babeándose sobre la nuca, buscando
furiosamente la posición para el encuentro, mientras a
la Gabriela la sujetaban entre dos milicos…” |
Saúl
Ibargoyen, es un escritor de fronteras; sociales,
culturales, biológicas, físicas, afectivas y lo reafirma
en la novela La última copa, en la cual predomina
la frontera de los estados provocados por el alcohol,
que hacen que el personaje viva en diferentes
realidades: con un pie está en el mundo de la propia
realidad y, con el otro, en una muy distinta contra la
que no existe amparo posible. La última copa es
un acercamiento a la realidad del alcohólico, ese
personaje que deambula por pasillos oscurecidos,
prostíbulos malolientes y vigilias envilecidas por los
vapores del alcohol, en eterna fuga; huyendo de las
propias emociones, buenas o malas, porque para él
sentir es causa de sufrimiento; por
tanto, su meta es anestesiarse, lograr el total
desarraigo de una realidad que no acepta. En la novela,
Ibargoyen nos cuenta un trozo de la historia de un
hombre–muchacho–niño: “…
Apoyado en la barra de un burdel llamado El Infiernillo,
el mozo se dijo:“…Ya ni veo lo que estoy chupando, y
sintió de un madrazo que el cuerpo se le achicaba, que
había entrado con aprestos de hombre, para luego pasar a
mero muchacho y después a casi niño, un niño que se
agarraba del borde de la barra, mientras las náuseas le
estallaban hasta por los ojos y narices… |
Como ya
nos tiene acostumbrados a lo largo de su obra, el
narrador juega con el lenguaje; de pronto nos
encontramos ante un párrafo de palabras encadenadas en
las que prevalece una letra que se repite una y otra vez
hasta dejarnos sin aliento: “…En un bar hirviente de
ruidos, risas, reflejos, rechazo, recaídas, respiros,
renuncias, relajos…” Sobre esta modalidad, el
autor comenta: “Sé que algunos piensan que mi prosa es
muy barroca, excesiva, demasiado metafórica, pero es lo
que yo hago; siempre necesito buscarle algo, ese
barroquismo, la metaforización, en definitiva: buscarle
algo más a la palabra”. |
Pero la
narrativa de Ibargoyen no siempre es desvergonzada y
lenguaraz, con frecuencia nos encontramos con fragmentos
en que la poesía prevalece y su lenguaje se vuelve
musical, amoroso “… El niño cerró la quijotesca
lectura de esa tarde, puso el libro en su lugar y ya
dirigiéndose hacia la calle, vencido el solitario
espacio de los primeros patios, miró hacia la recámara
de don Silvio. El niño vio una cama de alineadas
sábanas y mantos, una silla sin nadie encima; dos
varoniles zapatos desorientados al pie de un pálido
ropero y una mesa desnuda de manteles y jarrones: sobre
su tapa de existencia cotidiana, dos vasos delgados, el
uno puro de vidrio transparente y el otro con una mitad
plena de fulgor amarillo. Dos vasos casi pegados a la
botella madre....” |
La obra
narrativa de Saúl Ibargoyen está relatada a través de
varias voces; fiel a las palabras dichas por Saramago:
(…no importa quiénes sean los narradores, no importa
cuántas voces haya, lo que importa es que el relato
fluya…) Ibargoyen construye su historia al amparo de
esa multiplicidad de voces, que al mismo tiempo
son múltiples puntos de vista. |
Y
para los que pensamos que todo escritor le da vueltas a
sus propias obsesiones, yo diría que en la obra de
Ibargoyen hay un tema recurrente y éste es el hechizo de
la Musa. Aún no sé si él persigue a las musas o si éstas
lo persiguen a él, pero siempre están presentes en su
obra: la Musa parece ser tan necesaria para el escritor
como el vino para el alcohólico. Ese oscuro objeto de
deseo, a veces Querube, a veces Mesalina coquetea con
él, hace que sangre su pluma o que se detenga. Sin ella,
sin la Musa, la búsqueda de palabras se hace inútil. A
la inestable Musa la odia, la desea, la insulta; en
ocasiones las viste con níveas túnicas y en otras las
desviste y las deja en calzones negrísimos y breve
sostén, porque bien sabe Ibargoyen que a la inasible
Musa no le bastan las palabras encadenadas, ni los
versos, ni las décimas, ni siquiera los sonetos: ella lo
que quiere es torturar al autor, chuparle la savia hasta
dejarlo a él en calzones y cuando lo consigue se va con
otro; al fin mujer, como dirían algunos hombres. |
En
su desesperación por conocer los tortuosos senderos de
las diferentes Musas inspiradoras, en su último libro de
cuentos, Ibargoyen le pregunta a una de ellas “… ¿Cómo
te llaman, eh? ¿Cómo te pronuncian en lo sonoro? Decime…” |
–“¿Cómo? Pues… ni sé. A veces… Miriam… María…
Mara…Algunos, como perdidos, me dan el apelativo de
Musa…? |
–¿Musa? |
–Sí. |
–¿Y eso qué es? Parece un nombre como de música cortita,
sin acento, interrumpida a media respiración…” |
–Qué te digo, pues…Así esos…aquellos me andan
nombrando”. |
Al leer
la narrativa de Ibargoyen las fronteras se desvanecen.
En algún momento de la lectura, siento que los mares que
separan a la humanidad se vuelven uno solo al conjuro de
sus palabras y es entonces cuando pienso en lo que el
escritor ha dicho más de una vez: La palabra escrita
tiene mucho poder y yo añado que, a menudo lo
olvidamos y es ahí cuando la escritura se vuelve
irresponsable y vana. |
También
dice que los huérfanos de patria como él y algunos más,
tienen que inventarla cada día desde la propia memoria
y, en esa búsqueda continua de hacerte un lugar, uno va
conformando patrias, la patria de los amigos, de los
amores, de la escritura, de la lengua materna, pero
siempre hay una orfandad, una orfandad de patria. |
Y, desde
este valle llamado Tulancingo, sede y reunión de locos
escribidores, este sencillo reconocimiento de mi parte
al poeta, al narrador, al incansable hacedor de Musas;
pero sobre todo, mi reconocimiento al amigo entrañable
que para mí es Saúl Ibargoyen.
Marisa
DSantos |
11 de
octubre de 2008 |
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