Mis palabras, Cristina,  están rodeadas de agradecimiento por todas partes y hacia todos los que formamos la Unión de Escritores Latinoamericanos. Para mí, para los que buscamos la vena mayor de la literatura, no para desangrarla, ni para romper vidrios en lo alto de la noche, sino para que otros experimenten el contacto carnal con el arte, este IV Encuentro Latinoamericano logró engarzar otro ramillete de triunfos. Cuán necesaria la actividad artística en un país harto ya de la violencia. Testimoniar lo vivido en el jardín central de Tizayuca, escuchando al aire libre temas de interés nacional; o palpar los aplausos de los alumnos de la secundaria Tierra y Libertad, en el municipio de Emiliano Zapata, cuando entramos en su mundo escolar con girasoles de fuego, acelera el corazón con los recuerdos que comienzan a perderse, por su abundancia. Si me detengo a dar las gracias con palabras tradicionales, entre kilómetros de espera y asfalto, entre historias de barbacoa y sonrisas de pulque, con tangos a media luna, es para decirte que en el silencio que revienta en llamas en mi cabeza, siempre habrá un espacio reservado que reconoce tu trabajo, tu entusiasmo y la hospitalidad eterna de los hidalguenses.