A 40 años del movimiento estudiantil del 68
Atacan a la Universidad porque discrepamos.
Viva la discrepancia que es el espíritu de la universidad.
Viva la discrepancia que es lo mejor para servir.
Javier Barros Sierra.
Buenos días, integrantes del Consejo y compañeros universitarios.
La alegría enorme de estar hoy con ustedes tiene una estrecha relación
con la solidaridad, esa capacidad crítica que rompe con moldes
individualistas y permite brindar desinteresadamente lo que está a
nuestro alcance para apoyar a otros hombres y mujeres; causas ciertas
y sus razones, con las cuales nos identificamos en sentimientos y
capacidades como la dignidad y la honestidad, cuyo valor radica
precisamente en su sencillez. Así entendida, no podría continuar sin
manifestarle mi solidaridad al director de la Facultad de Filosofía y
Letras, Dr. Ambrosio Velasco Gómez, en un momento tan triste, por la
irreparable pérdida que acaba de sufrir. De él he recibido grandes
lecciones de humanismo.
Enseguida, debo hacer mención de lo importante que fue saber que no
estaba sola en los momentos más agobiantes de una situación que
ustedes conocen y en la cual no quiero abundar. Para mí fue muy
valioso conocer que desde la UNAM, se condenaba la masacre.
Basta con precisar que luego de sobrevivir a acontecimientos
terribles, actos viles e infames y de sufrir la injusta e irreparable
pérdida de cuatro amigos y compañeros; con heridas físicas y
emocionales despiadadamente abiertas, fue invaluable el apoyo que
representó para mí la expresión decidida y valiente de la Universidad
en su conjunto, del rector, Dr. José Narro Robles, del director de mi
facultad, de los académicos, de los trabajadores y los estudiantes,
quienes de inmediato emprendieron acciones de solidaridad.
Hoy, gracias al apoyo de la comunidad universitaria, de legisladores
que han asumido tan dignamente su labor, como la senadora Rosario
Ibarra de Piedra, y de muchos sectores de la sociedad, gracias a la
intensa campaña de solidaridad que se realizó por mi retorno a la
patria, he decidido poner fin a un injusto exilio, para recuperar mi
vida personal, familiar, académica y enfrentar los procesos jurídicos
que, sin fundamentos ni razones de derecho pesan en contra mía y de
otros universitarios.
Es menester, compañeros, expresarles junto a mi gratitud, el orgullo
de ser integrante de una comunidad que hace honor a su carácter
universitario al no permitir que se limite la libertad de pensamiento,
la investigación in situ, el contacto con los procesos sociales vivos
o la expresión de nuestras convicciones políticas.
Desde Nicaragua, enfrenté y aún enfrento una campaña que desde los
medios de comunicación se orquestó en contra de quienes fuimos
víctimas del terrorismo de Estado. Además, he tenido que responder a
los procesos penales que absurdamente se establecieron con el ánimo
de proteger a los responsables de los crímenes de lesa humanidad y de
criminalizar nuestro derecho a ser críticos.
Asimismo, he estado al tanto de las acciones porriles que se han dado
dentro del campus universitario, de las amenazas, agresiones y
persecución a estudiantes, así como de los casos de compañeros
universitarios injustamente presos, que enfrentan condenas arbitrarias
y desproporcionadas.
Se hace necesario, entonces, defender nuestra Máxima Casa de Estudios
y a nuestros compañeros universitarios para que sigamos cumpliendo en
ella el objetivo de conocer el mundo para transformarlo. La
Universidad ha recibido absurdos ataques, cuando lo que ésta requiere
es mayor apoyo para cumplir con sus tareas y compromisos con la
sociedad.
Por último, solicito de este Consejo un pronunciamiento ante las
autoridades correspondientes para que se decrete el no ejercicio de la
acción penal de procesos que significan una amenaza para mi seguridad
y mi libertad y la de otros compañeros. Asimismo, los invito a
realizar el homenaje que merecen los universitarios Juan González,
Verónica Velásquez y Fernando Franco, así como nuestro compañero
politécnico Soren Avilés.
Atentamente,
Lucía Andrea Morett Álvarez