Excelentísimo señor, António Guterres,
secretario general de la ONU;
Miembros permanentes de este Consejo
de Seguridad de la ONU, miembros no permanentes;
Señoras y señores:
No vengo a hablar de seguridad como
sinónimo de poderío militar ni como argumento para el empleo de la
fuerza contra nadie; en cambio, mi planteamiento se basa en lo que
postuló ese titán de las libertades, según Pablo Neruda, que fue el
presidente Franklin Delano Roosevelt, cuando se creó la Organización
de las Naciones Unidas: el derecho a una vida libre de temores y
miserias, que sigue siendo el más sólido fundamento de la seguridad
para todas las sociedades y los Estados.
El principal obstáculo para el ejercicio
de ese derecho es la corrupción en todas sus expresiones: los
poderes transnacionales, la opulencia y la frivolidad como formas de
vida de las élites; el modelo neoliberal que socializa pérdidas,
privatiza ganancias y alienta el saqueo de los recursos naturales y
de los bienes de pueblos y naciones.
Es corrupción el que tribunales castiguen
a quienes no tienen con qué comprar su inocencia y protejan a
potentados y a grandes corporaciones empresariales que roban al
erario o no pagan impuestos; es corrupción la impunidad de quienes
solapan y esconden fondos ilícitos en paraísos fiscales; y es
corrupción también la usura que practican accionistas y
administradores de los llamados fondos buitres, sin perder siquiera
su respetabilidad.
Sería hipócrita ignorar que el principal
problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones: la
política, la moral, la económica, la legal, la fiscal y la
financiera; sería insensato omitir que la corrupción es la causa
principal de la desigualdad, de la pobreza, de la frustración, de la
violencia, de la migración y de graves conflictos sociales.
Estamos en decadencia porque nunca antes
en la historia del mundo se había acumulado tanta riqueza en tan
pocas manos mediante el influyentismo y a costa del sufrimiento de
otras personas, privatizando lo que es de todos o lo que no debe
tener dueño; adulterando las leyes para legalizar lo inmoral;
desvirtuando valores sociales para hacer que lo abominable parezca
negocio aceptable.
Veamos, por ejemplo, lo sucedido con la
distribución de la vacuna contra el COVID-19. Mientras las
farmacéuticas privadas han vendido el 94 por ciento de las vacunas,
el mecanismo COVAX, creado por la ONU, para países pobres, apenas ha
distribuido el 6 por ciento; un doloroso y rotundo fracaso.
Este dato simple debiera llevarnos a
admitir lo evidente: en el mundo actual la generosidad y el sentido
de lo común están siendo desplazados por el egoísmo y la ambición
privada; el espíritu de cooperación pierde terreno ante el afán de
lucro y con ello nos deslizamos de la civilización a la barbarie y
caminamos como enajenados, olvidando principios morales y dando la
espalda a los dolores de la humanidad.
Si no somos capaces de revertir estas
tendencias mediante acciones concretas, no podremos resolver ninguno
de los otros problemas que aquejan a los pueblos del mundo.
¿Qué estamos haciendo en México?
Hemos aplicado la fórmula de desterrar la
corrupción y destinar al bienestar del pueblo todo el dinero
liberado, con el criterio de que “por el bien de todos, primero los
pobres”.
Optar por los pobres implica,
adicionalmente, asumir que la paz es fruto de la justicia y que
ningún país puede ser viable si persisten y se incrementan la
marginación y la miseria. Por ello, sostenemos que la solución de
fondo para vivir libres de temores, riesgos y violencia, es acabar
con el desempleo, favorecer la incorporación de los jóvenes al
trabajo y al estudio, evitar la desintegración familiar, la
descomposición social y la pérdida de valores culturales, morales,
espirituales.
En México podrá llevarnos tiempo pacificar
el país, pero la fórmula más segura es atender el fondo, como lo
estamos haciendo; por ejemplo, otorgar a los jóvenes opciones de
estudio y trabajo para evitar que sean enganchados por la
delincuencia. La verdadera victoria sobre las bandas delictivas
siempre consistirá en privarlas de su semillero y de su ejército de
reserva.
Con este mismo criterio estamos
enfrentando el fenómeno migratorio. Las acciones fundamentales no
son las coercitivas sino las que incorporan a todas las personas al
estudio, al trabajo, a la salud y al bienestar en los lugares en los
que nacieron o residen, de modo que no se vean obligadas a abandonar
sus pueblos por hambre o violencia y que únicamente emigren quienes
deseen hacerlo: que la migración sea opcional y no forzosa; una
decisión individual y no un fenómeno de proporciones demográficas.
Hace poco le expuse respetuosamente al
presidente Biden una nueva forma de enfrentar el fenómeno
migratorio: sin ignorar la necesidad de ordenar el flujo, de evitar
el descontrol y la violencia y garantizar los derechos humanos; le
propuse aplicar de inmediato en tres naciones hermanas dos programas
que nosotros estamos llevando a cabo con éxito en Chiapas, estado
vecino de Centroamérica.
Hoy estamos plantando allí 200 mil
hectáreas de árboles frutales y maderables y ese programa da trabajo
a 80 mil sembradores. Asimismo, en esa entidad del sureste mexicano
trabajan como aprendices 30 mil jóvenes que reciben un salario
mínimo para capacitarse en talleres, empresas y otras actividades
productivas y sociales. Si estas dos acciones se aplicaran de
inmediato en Guatemala, Honduras y El Salvador, se podría lograr que
permanezcan en sus países unas 330 mil personas que hoy están en
riesgo de emigrar por falta de trabajo.
Pienso que estas propuestas deben ser
aplicadas por la ONU a fin de ir al fondo de los problemas en los
países pobres. Es necesario que el más relevante organismo de la
comunidad internacional despierte de su letargo y salga de la
rutina, del formalismo; que se reforme y que denuncie y combata la
corrupción en el mundo; que luche contra la desigualdad y el
malestar social que cunden en el planeta. Con más decisión,
profundidad, con más protagonismo, con más liderazgo.
Nunca en la historia de esta organización
se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres,
pero nunca es tarde para hacer justicia. Hoy es tiempo de actuar
contra la marginación atendiendo las causas y no solo las
consecuencias.
A tono con esta idea, en los próximos días
la representación de México propondrá a la Asamblea General de las
Naciones Unidas un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar. El
objetivo es garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de
personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios.
La propuesta de México para establecer el
Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar se puede financiar con un
fondo procedente de al menos tres fuentes: el cobro de una
contribución voluntaria anual del 4 por ciento de sus fortunas a las
mil personas más ricas del planeta. Una aportación similar por parte
de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el
mercado mundial y una cooperación del 0.2 por ciento del PIB de cada
uno de los países integrantes del Grupo de los 20. De cumplirse esta
meta de ingresos, el fondo podría disponer anualmente de alrededor
de un billón de dólares.
En su informe anual, la ONU podría
destinar un día para otorgar reconocimientos o certificados de
solidaridad a personas, corporaciones y gobiernos que destaquen por
su vocación humanitaria ayudando a financiar el Plan Mundial de
Fraternidad y Bienestar.
Los recursos de este fondo deben llegar a
los beneficiarios de manera directa, sin intermediación alguna,
porque cuando se entregan fondos supuestamente para ayudar a los
pobres a organizaciones no gubernamentales de la sociedad civil o a
otro tipo de organizaciones, no quiero generalizar, pero en muchos
casos, ese dinero se queda en aparatos burocráticos, en pagar
oficinas de lujo, en mantener asesores o se desvía y termina por no
llegar a los beneficiarios. Por eso, repito, los recursos para los
beneficiarios deben llegar de manera directa, sin intermediación
alguna, mediante una tarjeta o un monedero electrónico
personalizado.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional podrían colaboran en la creación de la estructura
requerida y, desde el año próximo, hacer un censo de los más pobres
del mundo y una vez definida la población objetivo, en cada país,
comenzar a dispersar los recursos para el otorgamiento de pensiones
a adultos mayores, a niñas y niños con discapacidad; becas a
estudiantes; apoyos a sembradores y a jóvenes que trabajen como
aprendices en actividades productivas, así como hacer llegar vacunas
y medicamentos gratuitos.
No creo, lo digo con sinceridad, que
alguno de los miembros permanentes de este Consejo de Seguridad se
oponga a nuestra propuesta pues esta no se refiere a armas nucleares
o invasiones militares ni pone en riesgo la seguridad de ningún
Estado; por el contrario, busca construir estabilidad y paz por
medio de la solidaridad con quienes más necesitan de nuestro apoyo;
estoy seguro que todos, ricos y pobres, donantes y beneficiarios,
vamos a estar más tranquilos con nuestra conciencia y viviremos con
mayor fortaleza moral. Aquí recuerdo lo que sostenía Adam Smith:
“por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente, hay
algunos elementos en su naturaleza, que lo hace interesarse en la
suerte de los otros, de tal modo, que la felicidad de éstos le es
necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de
presenciarla”. Con otras palabras, solo siendo buenos podemos ser
dichosos.
Y nunca olvidemos que es un deber
colectivo de las naciones ofrecer a cada una de sus hijas e hijos el
derecho a la alimentación, la salud, la educación, el trabajo, la
seguridad social, el deporte y la recreación.
Cierro recordando a dos patriotas y
libertadores de nuestra América: José María Morelos y Pavón, Siervo
de la Nación mexicana, que hace poco más de dos siglos, demandaba:
“que se modere la indigencia y la opulencia”; y, casi al mismo
tiempo, Simón Bolívar aseguraba que “el sistema de gobierno más
perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor
suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
Es un honor estar con ustedes, miembros
permanentes y no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que
es lo más parecido a un gobierno mundial y que puede llegar a ser el
organismo más eficaz para el combate a la corrupción y el más noble
benefactor de los pobres y olvidados de la tierra.
Muchas gracias.
Nueva York, Nueva York, 9 de noviembre de 2021
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