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Al
inicio del siglo XX, en el Valle de Tulancingo, la Iglesia católica junto
con hacendados de la región y funcionarios de gobierno organizaron dos
congresos agrícolas dada la tradicional importancia agrícola y hacendera
de la ciudad; como dice Friedrich Katz, en los años del Porfiriato, las
haciendas de México alcanzaron su máxima extensión en la historia del
país. Aunque no participaron directamente los labradores y aparceros,
las descripciones de las condiciones de subsistencia -semifeudales- de
los trabajadores y los temas abordados retrataron en buena medida el
desarrollo de la vida en el campo, así como el tipo de relaciones
sociales y económicas entre los grupos sociales de hacendados y
trabajadores, ya que la hacienda funcionaba como célula de poder
político y militar y como núcleo de la estructura de vínculos
familiares. |
Los adelantos otorgados a
los peones aseguraban fuerza de trabajo permanente, pero sobre todo
creaban una relación protector-protegido entre el hacendado y los
trabajadores. Estas relaciones no eran sólo mercantiles, pues si el
endeudamiento restaba libertad a los peones, la hacienda les aseguraba
su sobrevivencia, a veces incluso les otorgaba servicios médicos. Los
hacendados pretendían ser “señores” con predominio social y control
político. Algunos de los préstamos eran pagados más con lealtad que con
trabajo o dinero, en especial los sueldos que adelantaban en Pascuas de
Resurrección, Navidad y/o para las bodas. |
En la región de
Tulancingo, de acuerdo con la visión de cuarenta y un hacendados, el
endeudamiento creaba un cierto resentimiento entre los trabajadores,
quienes no eran estimulados para trabajar más y mejor con los préstamos
sino, por el contrario, se volvían morosos: “flojos, borrachos, malos
trabajadores y muy remilgosos... Dejaban de trabajar el sábado antes de
Semana Santa, toda la Semana Santa se embriagaban y con trabajo se
lograba que salieran a trabajar el martes de Pascua.”
Sin embargo, este sistema persistió en la región, pues a principios del
siglo XX, 56% de los hacendados continuaban practicándolo. |
Como dijera Refugio
Galindo, médico y hacendado de Tulancingo, “Yo mismo, desde el año 1888,
quité de la hacienda de San Francisco Huatengo y en el rancho de
Tortugas la costumbre de dar habilitación en la Semana Santa, y desde
esa fecha se ha prestado cada Jueves Santo 50 centavos solamente a
cuenta de cada peón adulto, a las mujeres de ellos, para que compren ese
día algo más de recaudo...”, por lo que ya no necesitó contratar
trabajadores temporales para la siembra y la cosecha. Esto puede
significar que al aumentar la oferta de mano de obra, el hacendado
obtuvo mayor poder para imponer otros tipos de relación a los
trabajadores, como otorgar un mayor beneficio a la familia a través de
la mujer y tratar de limitar los vicios del hombre, extendiendo al plano
moral su pretensión de señores protectores. Esto demuestra también el
importante papel de la mujer en la familia, quien debía encargarse de la
administración económica del hogar para su subsistencia, además de
realizar los quehaceres domésticos cotidianos y ayudar al hombre incluso
en las labores agrícolas, así recaía en ella toda la obligación de
mantener la unidad familiar y, por lo tanto, la reproducción social, a
despecho de soportar los maltratos físicos y los vicios e infidelidades
del hombre. |
Entre los vicios de los
peones, mencionados por los propietarios, estaban la embriaguez, el
escándalo, el concubinato, la mentira y algunas veces el robo, el hábito
de iniciar sus jornadas hasta las 8 de la mañana en algunas haciendas,
además de poner a la mujer a acarrear leña y “otros trabajos rudos”
independientemente de sus labores del hogar como moler el maíz y cuidar
de los hijos. Luis Andrade, tesorero de haciendas, mencionó cómo, en
Santa Clara, “... se acostumbraba dar la llamada habilitación de los
peones, pero toda esa gente era la más inútil y faltista, y lo que hice
fue acasillar semaneros de pie, pagándoles 43 centavos diarios de sueldo
y sin obligación de préstamo”. Mientras que en los trabajos del
Ferrocarril ganaban 62 centavos diarios, en la compañía de Luz 75
centavos y un peón acasillado 31 centavos. |
Una variante del
endeudamiento de los trabajadores, que se pretendía como ejemplo a
seguir en la región para terminar con esos vicios, se dio en la hacienda
de San José de Atotonilco el Grande, propiedad de doña María E. Vega
viuda de Palma, donde se practicó un sistema de premios a la
puntualidad, obediencia y fidelidad, que se iban depositando en una caja
de ahorro que sólo se abría el 19 de marzo, fecha de la fiesta del
patrono de la hacienda, de ahí se pagaban los préstamos solicitados para
casamientos, bautizos, etc., y lo que sobraba se entregaba a los
trabajadores sin necesidad de descuentos en sus rayas semanarias. Los
gastos por enfermedad eran absorbidos por la hacienda. Este sistema
logró que disminuyera la embriaguez y por consecuencia aumentara el
rendimiento de los peones, además: “No hay ningún amancebado, pues la
señora Vega no consiente que trabaje en su finca nadie que viva de esa
manera, tiene misa en la capilla de la hacienda, y los domingos y días
festivos se guardan debidamente”. Este ejemplo muestra también hasta
dónde llegaba el control patronal sobre la vida privada de los peones,
más que ser sólo un recurso alterno al endeudamiento era una forma en
que el “señor”, en este caso “señora”, se investían de autoridad para
tratar de reducir los problemas sociales de su entorno.
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