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27.Ene.18
Cristina
de la Concha
Instinto en contra
Luego de lavar los trastes y sin secarme las manos, coloqué los dedos en
posición, índice y anular tras el pulgar, apunté y solté. La Titi giró el
rostro frunciendo el entrecejo y levantando las manos a manera de defensa.
Yo me carcajeé divertida. Ella respondió, con sus dos manos apuntó hacia mí
y soltó los dedos abriéndolos dejando salpicar lo que fuera que tenía allí.
Yo me volteé para el lado opuesto todavía riendo pero frunciendo el ceño,
levantado los hombros y las manos para protegerme. Ella se carcajeó todavía
más… no tenía nada en los dedos.
Algo desconocido con la posibilidad de brincar sobre nosotros nos hace
reaccionar instintivamente, aunque sea ínfimo, las manos, el rostro, el
cuerpo, las piernas reaccionan en defensa sin que podamos evitarlo. Y de ese
mismo modo, si algo inusual se mueve, reaccionamos, al menos con la mirada
buscando. Vemos por el rabillo del ojo un destello inusual, un movimiento
inesperado, y giramos la vista al instante.
Pero en estos tiempos, ni salpicar con gotas de agua despegan a un joven de
su móvil, y digo “joven” porque parece que ellos son los más afectados por
la tecnología, por haber nacido a la par que ella, quizás porque su
inconsciente la da por hecho, mientras que, los que pasamos de los cuarenta,
sabemos lo que es vivir sin teléfonos a la mano ni comunicación de wi-fi, lo
que nos hace reconocerlos y delimitarlos, no damos por hecho su existencia.
Y una de las grandes preguntas en estas últimas décadas de avances
tecnológicos es por qué estos aparatos producen esa especie de efecto
hipnótico, empezando por la televisión, y peor efecto es el de los teléfonos
móviles, de tal modo que hoy día parecen arrebatarnos la atención de
nuestros interlocutores, de nuestros familiares, de los jóvenes que no
atienden, no escuchan y permanecen en una reunión inclinados sobre sus
dispositivos, ausentes, olvidándose por completo de que llegaron a ese lugar
con el objetivo de reunirse con sus amigos o hermanos o padres a conversar y
compartir. ¿Qué es ese efecto hipnótico? El mismo que nos hace reaccionar
instintivamente ante unos dedos que pueden salpicar unas gotas de agua.
Hace unos años, por casualidad veía un documental de Discovery Channel o
quizás de History Channel, en el que abordaron el tema de estos reflejos del
cuerpo y un estudio al respecto planteaba que este instinto de supervivencia
es la causa de ese “enganche”, de ese efecto hipnótico de las pantallas de
los aparatos electrónicos por su virtud de iluminación con cambio de colores
y formas en instantes. Es decir que el ojo que está programado por la
Naturaleza con fines defensivos para voltear a mirar aquello que sale de lo
usual, estaría reaccionando al voltear a mirar el monitor de una computadora
o del teléfono móvil, sólo que los cambios en éstos son tantos que el ojo ya
no despega la mirada esperando al siguiente movimiento y podríamos reírnos a
carcajadas como La Titi de la reacción de alerta por algo que no sucederá.
La jugarreta del destino tendría que combatirse. Los jóvenes, insisto en
ellos porque no parecen percatarse del “vicio”, tendrían que sostener un
diálogo tête-a-tête con su inconsciente para explicarle que los
monitores no son peligrosos para su supervivencia. Lo difícil sería que
primero ellos aceptaran el motivo por el que no es saludable estar pegado al
celular, lo demás es pan comido. Intentémoslo, quizás logremos rescatarlos.
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