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20.Dic.17

Cristina de la Concha

 

Llamados y desatinos

 

 

 

Al teléfono, se suele reconocer la voz que habla por su tono, su acento, sus frases particulares, si es una amistad o si es de una empresa, aunque ahora el identificador de llamadas al menos nos dice que se trata de un desconocido, probablemente de un banco lo que nos induce a no responder, lo que no sucedía hace unas décadas. “Perdón, número equivocado” es la frase común para estos casos con la que intitularon aquella película de 1948, Sorry, wrong  number, en que la protagonista, por una llamada equivocada en la que se cruzan las líneas, se entera del asesinato de una mujer que, al final, resulta ser ella misma. Quizás hasta hace una década eran muy frecuentes los cruces de líneas telefónicas en que se podían escuchar cosas verdaderamente extrañas porque carecían de contexto. Una tarde llamé a mi madre del Distrito Federal a Tulancingo y hablando con ella escuché mi nombre en una voz masculina grave y tenebrosa. De momento, creí que era alguien en la extensión de su casa que trataba de jugarme una broma pero la voz me era completamente desconocida. “¿Quién habla?” No hubo respuesta. “¡¿Mamá?! ¡¿Mamá?!”, repetí y no respondió, en ese instante el susto se registró de la punta de estos pies a la de los cabellos sobre mis hombros y colgué. No sabía qué hacer, sólo detuve lo peor imaginable en mi mente, marqué su número. Ocupado. Esperé un par de minutos e intenté de nuevo. Su voz sonaba tranquila. Le conté lo ocurrido, ella no había escuchado nada, únicamente se le cortó la comunicación. No había pasado nada en realidad.

Hoy día no se cruzan las líneas como en esas épocas, sólo se interceptan.

“Perdón, número equivocado”, fue lo que dijo un conocido luego de leer una carta que creyó que era para él. En la década de los 80, en la enormísima ciudad de México, un argentino de apellido alemán, digamos que era “Bachmann”, en su oficina recibió una carta proveniente de Alemania, escrita en alemán que él leyó fluidamente pero no reconoció al remitente quien le hablaba afectuosamente, con mucha familiaridad y le mencionaba viejas anécdotas que tampoco recordaba. Bachmann telefoneó a su padre a su país, Argentina, para preguntarle sobre esta persona, quien tampoco la halló en su memoria. Pasados unos días, con la misiva de sello postal alemán sobre su escritorio, “473”, observó. ¿Qué no el número de la calle de su oficina era 475? ¿Sería verdad que alguien con su mismo nombre y apellido tuviera el domicilio del vecino? Salió a averiguar. Tocó el timbre y preguntó “¿es la casa del Sr. Hans Bachmann?” “Sí. ¿Quién lo busca?”  “Hans Bachmann”. Sucedió.

Si usaran dos apellidos, como en México, quizás no se habría dado esa confusión. El nombre se alarga pero da más señas. Los dos apellidos, el del padre y el de la madre, establecido en ese orden, dan cierta claridad y su lógica facilita papeleos, trámites e identificación de parentescos, lo cual se pierde con la aprobación del uso indistinto del apellido del padre o la madre para los hijos en el Distrito Federal (reformas del  Código Civil 2014) y otros lugares. Pero también nos encontramos con homónimos, de mi madre, María Cristina Ortiz Olvera, supimos de varios, y de alguien que tenía un hermano llamado Rafael como uno de los hermanos de mi madre. Se requieren otros datos y señas que los diferencien, como la edad, la profesión, quizás con mayor precisión la foto o el domicilio, sería extraño que dos personas llamadas María Cristina Ortiz Olvera vivieran bajo el mismo techo aunque podría darse el caso.

Así igual es confuso en los países en que la mujer pierde su apellido de soltera al casarse y, después, al divorciarse se queda con ¡el apellido de casada! ¿no ya se divorció? En esos países, por cierto, en general la mujer es más libre y tiene menos problemas de equidad de género, ni se padece feminicidios como los habidos en nuestros países latinoamericanos, lo que hace pensar que el apellido no incidiría en nada en la equidad de género en países con altos niveles de educación, entonces para cuando seamos un país educado ya no nos interesará la ley del uso indistinto del apellido del padre o la madre para los hijos. Pero para las mexicanas, una victoria hubo al mantener nuestros apellidos de solteras en el ámbito profesional y casi en cualquier otro.

En mi caso, si sucede que ponen mi nombre en el buscador en internet y aparece “Cristina… la concha tu madre” (con todo respeto a la señora a quien se refiere), yo les contestaría “De la Concha, mi padre, no mi madre”, pero en Argentina, desde donde ahora escribo, les replicaría, si el buscador lo permitiera, “De la Concha, de ambos, mi padre y mi madre”… o, como me dijo en una ocasión el poeta Chiquito Escudero, “Si todos somos de la concha”.

 

   
                 
                 

 

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