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Corregido y aumentado: párrs. 1, 2 y 6, notas 10 y 11. 24 de marzo de 2024.

 

Ni Dumbledore ni Gandalf… Julio Torri-C.

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17.Mar.24

Cristina de la Concha

 

Ni Dumbledore ni Gandalf… Julio Torri-C. 2ª versión

 

 

 

Sí. No podría conocer ni a Gandalf[1] ni a Dumbledore[2] pero sí conocí a Julio Torri-C. que fue para mí como ellos para Frodo y Harry.[3] Fue “El Maestro”. Y él dijo aquello tan penoso.

Como Gandalf, quien un día apareció en Bolsón Cerrado, en la tierra de los hobbits, así apareció Julio en Tulancingo y allí decidió radicar, no era claro por qué pero corrí –y muchos más– con la fabulosa suerte de encontrarlo y tener mi Dumbledore o mi Gandalf con su báculo, largas barbas blancas y singular atuendo.

Vivía con humildad y sencillez, célibe desde largo tiempo antes de ordenarse sacerdote.[4] Él, como Dumbledore que dirigió su propia muerte, se sacrificó, tomó actitudes y decisiones incomprensibles para nosotros pero que con el tiempo las entendí como sacrificios por ciertos fines, por salvar o salvaguardar cosas que para él eran de suma importancia.[5]

Tenía un formidable sentido del humor, uno que podría hacer sobrellevar cualquier escollo, era ocurrente e histriónico.[6]

Era escritor y artista plástico[7]. Nos hablaba de historia, psicología, de arte[8], brujería, leyendas[9], filosofía, religión y, al igual que Gandalf y Dumbledore a sus aprendices, nos daba consejos para nuestras lecturas como leer todo de un libro y no omitir las notas al pie de página, y nos dejaba mensajes crípticos.[10]

Una tarde en que tomábamos café en la mesa usual del lugar de siempre, él, con gravedad y las manos cruzadas sobre la empuñadura de su bastón en que escondía un estilete[11], lo dijo. “El efecto psicológico…” Yo, con una risa nerviosa queriendo pensar que era una broma, insistí en mi pregunta. “¿Qué? Nooooo ¿cómo? …” “… Público, lo que es del pueblo, el público es el pueblo”, respondió.[12]

El cabo de una hebra que, muchos años después, fui extrayendo,[13] uno de tantos que me dio.

 


 

 


 

[1] El istar que fue enviado a la Tierra Media para ayudar a sus habitantes a luchar contra el “señor oscuro” de El Hobbit y El Señor de los anillos.

[2][2] Director de la escuela de magia de Hogwarts, el mago más poderoso, paternal y protector en la saga de Harry Potter.

[3] Incluso en alguna ocasión lo llamé, de manera completamente espontánea y sin pensar, “Gandalf”, y él se carcajeó, porque había magia en sus palabras, un enorme aprendizaje en sus discursos que mi tiempo no me permitió asimilar pero mucho de ello, con esa magia, quedó allí, aquí, para que, con los años, la madurez, buscara hacerlo mío, fue como si me diera los cabos de diversas hebras para que yo las extrajera y extendiera frente a mí ese conocimiento.

[4] Después de que se ordenó sacerdote, lo reprendían por verme, aunque esto era ocasionalmente pues yo ya estaba casada y vivía en la ciudad de México.

[5] He conocido personas así, que han sacrificado unas cosas por otras, que se han expuesto a cambio de algo, que no les ha importado y cuánto lo he valorado y admirado.

[6] Nos hablábamos de “usted” y besaba mi mano al saludarme, lo que me ruborizaba al principio, después lo tomé como una de sus ocurrencias, abandonó esta costumbre al ordenarse. Me llamaba “Kitty Kitty on the wall”, yo (de pesada) comencé a llamarlo “Mr. Floppis” que fue una ocurrencia espontánea y rápida y él se enfurruñaba cada vez; el primer apelativo, en alusión a mirror mirror on the wall del cuento de Blancanieves –“espejito espejito” en la versión española–, porque a veces leíamos textos en inglés, poemas o cuentos de Edgar Allan Poe o Shakespeare, de Hawthorne o los hermanos Grimm; el segundo apelativo correspondía a un extraterrestre que había sido el logotipo de una discotheque, una de ésas que solo duraron unos meses.

[7] Comenzó a pintar mi retrato, el cual nunca vi, y el cuadro inconcluso desapareció.

[8] En particular de literatura y pintura. Alguna vez lo vi escribiendo un texto que nunca tuve en mis manos ya terminado, en el cual más de la mitad de cada página eran notas al pie.

[9] Escribía una columna en el periódico sobre el tema.

[10] A veces se quejaba amargamente porque no lo entendíamos pero otras era tan directo que se ocasionó serios problemas, en los sermones en misa solía señalar actos y personajes nocivos que a muchos disgustaron.

[11] Bastón de madera con un estilete de tres lados que terminado en punta.

[12] Había ocurrido unos meses antes la violación de Yuri –figura pública– y más recientemente las de las sexoservidoras –mujeres públicas–, crímenes cargados de simbolismos.

[13] Cuando sucedieron estas violaciones, poco se trataban esos casos, ni se mencionaban, se negaban, eran como inexistentes, porque involucran vergüenza, dolor, culpa. A mediados de los 90, en este país ya había más información y se difundían los efectos psicológicos en las víctimas –sumisión, rezago, tristeza o apatía, sometimiento, dolor, miedo, silencio–, y peor cuando éstas no hallan consuelo en quienes deben protegerlas –los padres, la familia, las autoridades–. ¿Cómo curarse? Hablándolo para concientizarlo, traer del inconsciente a la conciencia todos esos efectos, desmenuzar, comprender, ver que no hay culpa ni vergüenza, que eso es lo que los violadores quieren sembrar para obtener el silencio de las víctimas; y con el perdón, no para que aquellos queden impunes sino en las víctimas mismas, para el alivio y resurgir como ave fénix.

 

 

   
                 
                 

 

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