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14.Oct.19

Cristina de la Concha

 

 

Sabe tanto que no sabe, rayando Rayuela

 

 

No me extrañó cierta familiaridad, un déjà-vu que se fue pintando al transcurrir Rayuela, esa misoginia difícil de describir pero Cortázar me la estaba relatando, un déjà-vu de muchos déjà-vus de un solo déjà-vu, cómo va pensando el misógino, el discriminador, el macho y el macho intelectual –lo que al final parece ofensivo para el intelectual porque o es o no es– que se cree saberlo todo y para quien, por lo tanto, cualquier persona de pocos conocimientos es insignificante cosa, cuánto más lo sería esa mujercita provinciana y violada que no estudió y tiene un hijo al que llama con un nombre tan barroco como Rocamadour, él, que se burla de ella por su ignorancia, que se desespera de su ignorancia, que se harta de su ignorancia, que se avergüenza de ella, pero qué buenas sesiones sexuales tiene con ella, sigue con ella, pero cómo quisiera que ella supiera que el sexo no debe ser así, cuánta culpa que él no reconoce ni le aclara a ella porque al final su intelecto no ha alcanzado el cenit, no lo ha llenado de los vastos conocimientos requeridos que conducen a la humildad, a la honestidad, a la humanidad, para hablar de ello y lo deja pasar como deja pasar el conflicto de continuar viviendo con ella, lo que cuestiona como un conflicto con Rocamadour y tener que tolerarlo. Y cuánto maltrato que ella, en su inocencia, no percibe porque fue violada, despreciada, malviviente social, que no alcanza a darse cuenta de lo indebido, no ve las burlas, no las nota, ella piensa, ella admira que él sepa tanto. Pregunta algo. Él advierte que ya va a preguntar y busca desviarse del momento, su mente se evade pero no, no pudo evitar anticipar el momento y así tantas veces, él se cree tan inteligente que ya sabe, su superioridad en inteligencia y conocimientos la menosprecian. Ella es tan libre y espontánea, tanta frescura hay en ella que él disfruta, y ríen a carcajadas.

El déjà-vu del misógino, del discriminador, del macho intelectual es que Cortázar reproduce o se adelanta, casi diría yo, a todos estos machos generados de la lucha social de las mujeres en México a finales de los 60, esa asunción de comportamiento de los intelectuales a raíz del planteamiento de las mujeres, a raíz del establecimiento de sus derechos y libertades, del posicionamiento de su valía, de su intelecto, de su capacidad profesional, ante todo lo cual, afloró el miedo masculino y en los intelectuales y académicos floreció en una misoginia tal y como describe Cortázar, esos machos que se van formando para dos o tres décadas después arrojar al ser misógino de la ciudad de México –que  es donde se ha concentrado la intelectualidad del país–, un ser que desprecia a la mujer por la enorme competencia que significa, temeroso de no cumplir los requisitos para rebasarla, y que antes de que suceda más se abalanza en una contienda sin precedentes, ataca sin que nadie haya dicho nada y a chantajes va golpeando, chantajes muy elaborados, tanto que es difícil desbaratar, es lo que le brinda su intelecto, y el trato a la mujer, ahora feminista, en estos ámbitos se transforma, se crea una tremenda exigencia de conocimientos hacia ellas, y es el mayor chantaje, enredijo de enunciados y sofismas difícil de combatir.

Pero no… alto, no, también refleja misogenia, la falta de conocimiento como motivo para no querer a la gente, para rechazarla, por supuesto no solo en hombres sino también en mujeres. Ese ámbito se vuelve exigente desde todos lados hacia todas direcciones y discrimina a todo aquel que no cumple el mínimo nivel y desprecia las ciudades de la provincia por su mal gusto y su mala educación –según ellos– sin detenerse a la reflexión… cuántos somos y quiénes somos, los privilegios de unos cuantos, como los neoliberales millonarios que discriminan al pobre, estos intelectuales discriminan al pobre de conocimientos y lo tratan como Oliveira a la Maga, sean hombres o sean mujeres, sin considerar que sus conocimientos son el resultado de un estatus, de un nivel socioeconómico, de una metrópoli como la enorme ciudad de México donde están las mejores universidades, los niveles educativos más elevados, o sea, para solo unos cuantos, y no lo consideran porque no lo saben todo como ellos creen, entonces, no son lo que creen ser, no saben cómo viven las personas, no conocen los medios en los que se han desenvuelto ni los de sus padres ni demás antecesores, no saben nada. El conocimiento no debe ser solo de filosofía, historia, literatura o ciencia, de qué autores dijeron qué, en qué fechas o lugares, qué descubrimientos o inventos, el conocimiento tendría que ser de todo, no basta saber datos si no se comprende cómo vive la gente, qué piensa la gente, cómo son sus rutinas, qué lee, qué noticias les llega, en qué se entretiene… entonces, no se sabe nada…

Oliveira le exige. La libertad de la Maga de vivir con él, sin pruritos, lo reta, él la desafía del modo en que ella no puede responder, en su ignorancia, porque ya las cosas, ahí, París en los 50, en su mundo del “Club” las cosas no son como antes, la Maga vive en unión libre y libre ella, tiene un hijo en una época en que es rechazada la madre soltera y cuánto hemos visto que ha avanzado la lucha que hoy día se puede ser madre o padre soltero, así que él, para sí mismo, en ese debatir consigo mismo, se enfrenta a ella con el arma de que ella no dispone, el conocimiento, y ahí tiene cómo ganarle, la coloca en completa desventaja, abuso machín, y la misoginia se proyecta, un desprecio profundo trasluce la narrativa del autor quien, por otra parte, muestra a su personaje feliz con todo lo demás que es ella, y esto devendría en una lucha, tal vez, por su libertad frente a la esclavización de enamorarse y, más grave, enamorarse de una ignorante, lo que lo colocaría como un gran imbécil porque cómo él siendo tan inteligente, taaan intelectual y con taaanto conocimiento puede enamorarse de una plebeya en su reino de la cognoscencia donde él es príncipe, o bien, quizás la ignorancia de ella sea el elemento perfecto para negarse al amor de pareja, el pretexto para no tener que vivir atado, aunque un fin muy claro y previsto en multitud de ocasiones en las décadas posteriores es el de someter, tal y como él intentaba hacer.

El hijo muere mientras ellos toman mate a unos metros de distancia, él se da cuenta y no dice nada, esto es de lo más escabroso e inhumano, se calla, él parece preferir conversar con los miembros del Club que han ido llegando, y con disimulo le informa a uno y éste a otro y a otro pero nadie le dice a ella, a la madre, que su hijo ha muerto, transcurre el tiempo y entre ellos murmuran sin que  ella lo advierta… él tenía que haberlo dicho en el instante en que lo vio, pero quizás su cobardía, o tal vez que no quería el escándalo, el ruido, los gritos, el llanto, los trámites, o porque este hombre tiene tantos conocimientos sin asentar que se confunde y no sabe qué hacer, los tiene en piezas de rompecabezas como la novela misma, él cree que lo sabe todo que no sabe cómo actuar en esa circunstancia, sabe tanto que no sabe, él, que le exige tanto a ella, no puede enfrentar una exigencia del destino: actuar con sensatez y avisar, llamar al médico porque quizás, no lo sabemos, el niño tenía todavía salvación, es decir, él nota que está frío, no lo percibe respirar, él debió reaccionar por su vida en lugar de concluir para, al menos, verificar y reconfirmar, pudo haber sido un instante en que le salvara la vida porque pudo haber sido ese instante en que no respirara, pudo haber sido… pero su ignorancia humana –es decir, su ignorancia sobre humanidad, sobre cómo ser humano– no le permitió comprender, un déjà-vu muy simple y llano.

 

 

 

   
                 

 

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