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Jorge Berganza de la Torre, Personaje Ilustre de
Tulancingo
Hidalgo,
cuna de la transparencia
En la
entrega de la medalla Pedro María Anaya:
Jorge Berganza de la Torre. El niño, el hombre, el
oftalmólogo, siempre de Tulancingo
por Julieta
Berganza
Mitos
y leyendas
De mitos
II
México y el karma
De mitos I
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Cristina de la Concha aquí con un clic
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7.Dic.17
Cristina de la Concha
Jorge
Berganza de la Torre:
Ver más allá
Ver más allá
sería lugar común para un título de esta índole,
escribir sobre
un
oftalmólogo,
pero no para hablar sobre un hombre de mano dura, como él mismo se
calificara, el doctor Jorge Berganza de la Torre, destacado tulancinguense
que rigió su ciudad natal del año 76 al 79 del siglo pasado y murió el
pasado 8 de noviembre.
Ver más allá es lo que me evocó y mis viejos anteojos de la infancia.
“Si sólo no ve, que le pongan anteojos, ¿para qué va a ir con el Dr.
Berganza?” El rostro al instante se enrojeció y volteé a ver a mi madre para
hurgar en su mirada si de verdad mis ojos no merecían esa consulta. El
doctor es una eminencia. “¿Qué es “una eminencia, ma’?” La escasa visión
recién descubierta cuando noté que mis compañeras en la escuela sí leían el
pizarrón y yo no, se hizo evidente cuando me señalaron un globo que se había
elevado al techo del comedor de la casa de mi infancia y yo no lo
distinguía. “Ah, entonces, de veras no ve”. Ir a la consulta de una
eminencia quizás era demasiado. La mirada buscada me indicó que no hiciera
caso. Pero la cita tardaría, a veces dos meses y había que insistir en el
teléfono hasta conseguir ese instante que entre llamadas diera línea
desocupada para obtener un lugar en la agenda del prominente médico.
Así, llegamos muy temprano al consultorio una de esas mañanas frías
tulancinguenses, había gente afuera esperando entrar o conseguir una cita.
Mi madre me hablaba del privilegio de esa consulta, de personas que llegaban
de madrugada, unas que venían desde muy lejos por un diagnóstico, de otros
estados de la república, de otros países, de Sudamérica, de Europa, que el
doctor a algunos no les cobraba si eran pobres e incluso ni la cirugía. En
la sala, nos sentamos junto a un hombre con sombrero de palma y una mujer de
rebozo con una pequeña niña y una bolsa de mandado a sus pies, que fueron
atendidos antes que nosotras.
Era un hombre adusto, muy serio y yo no le entendía. Pero me hizo ver más
allá del armazón verde fondo de botella cuando, años después, me dio una
recomendación de un médico en la ciudad de México para la adaptación de
lentes de contacto y así eliminar los puntos ciegos de los anteojos y el
bulling del que inevitablemente era objeto. No volví a su consultorio
sino ya entrado este siglo, en que se afectó mi visión y no sabíamos que se
debía a un problema de la tiroides pues esta membrana sigilosa en sus
síntomas no me los había hecho notar lo suficiente para ese momento y
recurrir al especialista respectivo, pero cuánto le agradecí,
y mi padre quien se lo solicitó,
por
la
revisión
y
la
prontitud ante la emergencia.
Este señor adusto, muy serio, de pocas palabras,
caminaba por las calles del pueblo, era deportista, practicaba la equitación y
el tenis, y mi padre me daba cuenta en detalle sobre cada partido que
jugaba con él.
E inamovible en sus conceptos y determinaciones, era muy respetado y
lo
seguirá siendo su memoria por la generalidad, no únicamente por su calidad
profesional sino también por su mandato como alcalde de Tulancingo.
Porque esta eminencia internacional, su fama y la generosidad con que
asistía a aquellos carentes de recursos, no pasaron desapercibidos al
partido en el poder y, sin tardanza ni pereza, a mitad de la década de los
70, se dirigió a adherirlo a sus huestes para lanzarlo como presidente
municipal. Yo puedo imaginar que lo presionaron. Él era médico y no tenía
interés en la política, lo que demostró en su gestión, pero además lo
supimos a través de personas cercanas a su círculo social. Y con esa presión
fue que aceptó. Se hablaba de que él sería un buen presidente, que era un
gran médico, como si ambas cosas fueran de la mano, lo cual en mi
adolescencia no entendía más que como “un premio” por ser una eminencia y no
que por serlo ya sería buen político, lo que resquebrajaba mis conceptos de
entonces en que un premio era para disfrutarse y no cuadraba con lo que mi
padre nos señalaba: que los cargos públicos eran terroríficos, aunque hoy
día son considerados como “premios”. Ahora sabemos que buscan a los famosos,
conocidos, reconocidos, notables, destacados, inteligentes, carismáticos,
trabajadores, creativos para sumarlos a sus tropas y embarrarlos de sus
suciedades, –pero no al doctor Berganza, no a él–, para cubrir las
apariencias mostrando a la ciudadanía que una persona inteligente, generosa
y sobresaliente está con ellos, –pero no el doctor Berganza–, y aceptó la
“candidatura”, con comillas pues sabemos que de todos modos lo colocarían en
el cargo, aunque de igual manera él habría ganado la contienda, de haberla
habido con todas las de la ley. Puedo imaginar esa presión después de
vivirla aun cuando sean casos disímiles, por supuesto, sin la fama que él
obtuvo, ni una centésima de las cartas credenciales que él tenía para
entonces, no puedo menos que pensar que la presión fue tremenda.
En 1976, el 16 de enero, tomó posesión y a partir de entonces y hasta el 15
de enero de 1979, se extendieron las sábanas de los estados de cuenta y
balances de cada día, con los que se vería más allá, sobre el pizarrón de la
puerta principal de la antigua presidencia municipal, aquella que él cuidó
tanto, que mandó apuntalar para restaurarla y reconstruirla y que un mal
gobierno, años más tarde, hiciera desaparecer de la noche a la mañana, así
simplemente, un día amaneció sin ella mi ciudad natal, como muchos otros
días amanecieron sin otros edificios históricos, uno cada vez, en esa
bendita tierra, como un ataque a las raíces, a la memoria, que la gente no
recuerde, que se le extravíe la identidad para que no proteste.
Y en esos estados de cuenta no figuraba su salario, él determinó
que no cobraría sueldo por el cargo, si bien tenemos noticia de
Martín García
quien de igual modo no recibió remuneración salarial
como alcalde, eran otros tiempos.
Curó enfermos de la vista, curó muchos ojos, y así igual trató
de hacer que el pueblo viera más allá en la política, mostró cómo: exigiendo
cuentas.
Con estos estados de cuenta marcó a Tulancingo como “cuna de la
transparencia” en nuestro país, como escribiera César Cruz, y El Doctor
queda como un prócer de la patria en estos tiempos de exacerbada corrupción,
de una corrupción que ha sido el origen de casi 100 mil muertos en cinco
años, junto con 27 mil desaparecidos y números similares en el sexenio
anterior, de centenares de fosas clandestinas con millares de restos óseos
de desconocidos, cómo no llamarlo prócer frente a lo que se ha estado
viviendo
en el país
y no sólo creer que los héroes son los que libran las batallas y
mueren en ellas sino los que no sucumben a la avaricia y se esfuerzan con
honestidad y honradez. Él libró esa batalla y otras, una guerra contra
quienes pretendieron involucrarlo y él ganó.
Al concluir su mandato, entregó dos camiones de la basura, como ésos que
pasan por la casa donde viví en Montreal o los que he visto por calles
argentinas, enormes, flamantes, modernos, relucientes e incluso elegantes
que no se ven con frecuencia por tierras mexicanas. En unos meses,
desaparecieron de la localidad. Nadie respondió, nadie protestó, nadie supo
qué pasó con ellos, aunque hubo quien sostuviera que estaban en Pachuca, que
por algún motivo extraño laboraban allá, ¿en cobro por su gestión? ¿para que
su pueblo no lo recordara? Él demostró que la administración municipal
arroja saldos suficientes para eso y no deudas cuantiosas como otras
administraciones.
Obviamente, no faltaron los nubarrones y una desgracia. Época ya
de porros y desmanes, en su lucha armó a la policía y en un tino errado, un
disparo dio en la vida del adolescente Polo Mazzotti. De unos 18 años de
edad, Polo se juntaba con Senén González que conducía un vocho verde,
ambos de mi grupo de amistades quienes, como jóvenes inquietos, a veces
echaban arrancones y les gustaba pisar el acelerador. Fue un mal momento, la
mala suerte o los halos fallidos del destino en esa pequeña población de dos
semáforos. Alrededor de las 8 de la noche, fueron sorprendidos por la
policía a velocidad indebida, los persiguió, el vocho aceleró y en el
cuello de Polo
pegó
un disparo al dar la vuelta en una esquina. Tristes horas siguieron al
hecho, el dolor de la madre, la familia, los amigos llenaron el cementerio,
larga fue la procesión a su última morada y la lamentación en los días
siguientes, era inconcebible, inaudito, increíble, inaceptable, e
incomprensible sobre todo para nosotros adolescentes, los mayores
comprendían mejor, y se organizaron manifestaciones, una frente a la
presidencia donde estuve con Juan del Villar que estudiaba derecho y me
explicaba, otra donde desfilaron los estudiantes[1]
con
ataúdes, a lo que según sus propias palabras, El Doctor les respondió: “a
mí los muertos no me espantan porque he visto muchos en mi carrera de
medicina, ya pueden guardar los ataúdes”[2].
El hecho, que tuviera lugar a unos cuantos días de iniciar su gestión,
indudablemente sería usado para presionarlo políticamente y restarle
popularidad. Él presentó su renuncia que fue rechazada.
Una de sus faenas fue con gente de su propio círculo social pues con El
Doctor no habría “influencias”, y soportó el escarnio de las habladurías por
el rechazo de esta medida. Se cumpliría el pago de infracciones y la
detención por tres días, si tal era el caso, sin importar rangos ni
posiciones económicas, ya fuera por estacionarse en lugar prohibido, subir
los autos a las banquetas –lo que era usual en mi pueblo–, conducir con
aliento alcohólico o, más aún, en estado de ebriedad. Sin lugar a dudas,
habría quienes no lo creyeran y quienes lo desafiaran. Un conocido
personaje, de mi alta estima, fue detenido en su auto en circunstancias
semejantes y al no lograr acceder al edil –su amigo– con el fin de suspender
la orden, obtuvo un certificado médico sobre su deficiente estado de salud
–lo que además era verdad– y pasó tres días en el hospital con un policía en
la puerta de su habitación, mientras uno de sus hijos pasaba los mismos días
en la cárcel y jugando baraja con los reos por haber acudido a
"defender"
a su padre e insultado a las autoridades. Del mismo modo,
al gobernador le levantaron una multa por estar mal estacionado, al titular
de Obra Públicas, e incluso a él mismo, y
encarceló a
colaboradores suyos.
Él se mantuvo en su determinación. Su tenacidad, su fuerza de voluntad, su
carácter tuvieron que ser férreas para su emprendimiento. Y se rumoraba, y
yo misma llegué a emitir, que era autoritario, pero en realidad no sería el
término adecuado si nos referimos al autoritarismo con que se han impuesto
normas y gobernantes en nuestro país, cargos de elección obtenidos sin la
votación necesaria, reformas a las leyes sin la aprobación de la ciudadanía,
abuso del poder público, personas encarceladas por protestar en contra de
ello, esto es que se han asumido en los cargos para ejercerlos con
autoritarismo a su favor y para su beneficio, en contra de la opinión del
pueblo, pero peor: en contra de la paz y el bienestar social, en contra de
la salud y de la educación, en contra del bien común, ¿fue esta la actitud
de El Doctor? No y veamos un poco más allá haciendo a un lado el rumbo
equivocado en estas acepciones, ese rumbo que conviene al enemigo: alegar
que fue autoritario con el objetivo de que la gente no aspire a tener un
gobernante como él. El Doctor tuvo la entereza para mantenerse en su
convicción y no cedió a la amistad porque veía muy claramente la diferencia
entre la relación de amistad y la que se desprende del cargo público y que
en éste no es posible actuar a favor de lo personal si se incurre en falta
contra el Estado, que en el cargo se debe defender el Estado de Derecho
comenzando por lo más nimio, que en el cargo la persona deja de ser
individuo para ser parte del Estado y actuar por el Estado, por la gente,
por el pueblo. Esto es que la gestión pública se debe ejercer con rigidez en
lo que dicta la misma gestión, acatar las leyes, porque para eso se es
funcionario público, no con el fin de servir como “agente” de amigos y
empresarios para concertar negocios y consentir desmanes.
Si alguien cede a la cancelación de una detención de tres días por amistad,
¿no cederá al fracking o la construcción de un centro comercial por millones
de pesos? o ¿con qué autoridad moral se negaría a ello si ha repartido como
estampitas de colección permisos de salubridad y de uso de suelo entre sus
“cuates”? Esto es que la abrumadora corrupción que sufrimos ahora comenzó en
nimiedades como la de cancelar una infracción hasta llegar a los desvíos de
cientos de miles de millones de pesos.
Y, asimismo, esto nos lleva a que la única forma de exigir rectitud es
manteniéndose en la rectitud, que los “dobleces” en la rectitud de un
funcionario conllevan dobleces en la de la población, si los funcionarios
aceptan “moches”, cabe que los ciudadanos conciban que por qué ellos no, si
los funcionarios son corruptos, ¿por qué la ciudadanía habría de mantenerse
recta en sus trabajos, en sus oficios y profesiones?
Entonces, esto no es autoritarismo sino apego a las convicciones. Basta ver
que el mismo personaje llegó a ser una eminencia en su área, apegándose
escrupulosamente a lo que demandaba su especialidad. Rigidez,
inflexibilidad, que, infiero, no debió haber sido más que por protección de
sus principios que estuvieron, muy seguramente, al filo del acantilado con
tanta tentación a su alrededor porque quién no se siente tentado de quedar
bien con el gobernador o de ayudar al amigo, quién no se siente apabullado
por el rechazo de sus amistades, y si sólo se trata de una minucia, ¿por qué
no? Con la generosidad que lo caracterizó en su profesión, ¿no iba él a
sentirse tentado a evitar la detención de un amigo? Se necesita una fuerza
interna, fuerza de espíritu, una ética inquebrantable para no ceder al
afecto y la aprobación de quienes forman el círculo social, incluso de la
propia familia, en la vida pública, qué terrible y qué temible circunstancia
que por ella muchos han cedido en el panorama nacional, que por ella muchos
han caído causando graves perjuicios al pueblo.
Y ¿de qué otro modo hacer frente a ese sistema corrupto que nos han impuesto
sino con una negación rígida ante sus planteamientos?, ¿de qué otro modo
sino siendo inflexibles ante sus negociaciones de facto a su favor?,
¿de qué otro modo combatir la desidia con que han contagiado al pueblo, la
apatía que hace a la gente actuar contra el pueblo mismo, contra ella misma
sino haciéndole ver, traspasando esa apatía, que con su tibieza se está
provocando daños a sí misma?, ¿cómo hacer ver a la población que nosotros
les hemos dado manga ancha al dárnosla a nosotros mismos al aceptar sus
imposiciones?
Fue entrevistado por Televisa que, además, cubrió sus informes. La revista
Contenido de circulación nacional, le hizo un reportaje y con su foto en la
portada publicó: “Increíble: un presidente municipal honesto”.
Pero fue
llamado “mal ejemplo” por muchos políticos, fue atacado por su “mano dura” e
incluso alusiones hubo a sus cirugías gratuitas como algo que “muchos
médicos hacen”, minimizando así su filantropía, “estrategia” muy común de la
gente de esos partidos, enviar mensajes subliminales con el fin de golpear a
quienes consideran un peligro para su política, como el mencionado párrafos
arriba: tacharlo de autoritario para que la gente lo rechace.
En una ocasión, hace unos seis años tal vez, fui a tomar café en la mesa de
los contertulios que lideraba Wences Angulo en la Santa Clara, en La
Floresta. Allí estaba El Doctor esa mañana. Conversaban, con los periódicos
en la mesa, sobre la pena de muerte y la pertinencia de matar a los
asesinos, di mi opinión contra lo que fuera que me respondieran, me
arriesgué: “¿qué no es cometer el mismo acto del que se acusa a los
asesinos?”.
Nadie me respondió, yo esperaba que al instante se volcaran contra mí. Sólo
hubo silencio. Yo me hubiera atenido a un debate, aunque Juan del Villar,
amigo de toda la vida y asiduo al lugar, me había dicho un día: “a ti no te
contestan porque eres mujer”. Dirigí la mirada a cada uno de los presentes y
cada uno la fue esquivando, claro que cuando llegué a El Doctor, pasé la
vista con rapidez y pudor por el respeto que me imponía… él no emitió una
sola palabra pero me miró fijamente por unos instantes y… asintió levemente
con la cabeza, no obstante su muy persistentemente llamado autoritarismo y
su conservadurismo, asintió levemente con la cabeza. Creo que me ruboricé,
lo que no es extraño.
El Doctor Jorge Berganza de la Torre afirmó en una entrevista en 2012: “los
ojos son el órgano del sentido más primordial de nuestra vida diaria, aunque
a veces no somos capaces de ver más allá”[3],
frase
esta última
que es, de este hombre de “mano dura”, paradójicamente, el legado que nos
deja no sólo con su profesión, también con su vida, su filantropía y su
gestión política.
[1]
Léase "porros". Leopoldo Mazotti y Senén González no pertenecían a esos
grupos.
[2]
Versión en caché de http://www.tulancingo.com.mx/entrevista/berganza.htm.
[3]
http://www.periodicoruta.com/noticia.php?seccion=tulancingo&no_noti=2241
Ningún funcionario es intocable, por eso deben
actuar con honestidad y educación.
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