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4 de julio, 2023
Cristina de la Concha
La historia se hizo sola
cuento
Fue una tarde
en que charlaban en la sobremesa después de una opípara comida. Ella reía
como solía con las tonterías que comentaba –a decir de su marido– y los
comentarios del invitado usual, ese amigo muy estimado en esa casa de la
pareja recién casada formada por Lorna y Ludvige donde divergían los ánimos
a causa de sus gustos y el amigo, Fabricio, siempre divertido, con su
presencia consolaba sus desacuerdos. Ella amaba bailar, él no. Ella
apreciaba la risa y la tontera, el sentido del humor, él no. Ella extrañaba
acudir a alguna fiesta o un salón de baile, una disco o un antro –como le
llamaban en estos tiempos– y mover el cuerpo a ritmo y lo emitía entre cada
tontera. Esa tarde recordó su vieja amistad de la infancia, Danilo, que
hacía tiempo no veía, que vivía con su propia pareja homosexual y que casi
consideraba como un hermano o un primo pero de hasta los primos dudaban –lo
que tardaría ella en comprender–– y dijo:
–Ah,
ya, ¡iré con Danilo a bailar!
Su
marido, por supuesto, sabía que era homosexual y muy buen amigo de su mujer,
Fabricio no lo sabía pero ¡ella lo dijo! en esa conversación superficial,
entre tontera y tontería, ella lo dijo:
–Es
un amigo de la infancia, homosexual y muy simpático, también le gusta mucho
bailar… lo voy a invitar…
Y
allí quedó implícita la idea de que no sería una salida de coqueteo, de una
mujer con un galán, de flirteo, porque no podía ser, y que eran como
hermanos pero el tiempo pasó, cinco años que culminaron con el divorcio de
Lorna y Ludvige, también Fabricio de su mujer y ninguno se volvió a ver.
Otra
tarde otros años después, Lorna, luego de algunas decepciones amorosas,
conoció a Leónidas, un aparentemente buen tipo que la cortejó con más o
menos buen gusto, a ella le agradó y se dejó llevar. Pero Leónidas conocía a
Fabricio, a ella no le preocupó, por qué habría de preocuparse si ella lo
apreciaba bien, muchas fueron las ocasiones en que él comió, desayunó y cenó
en su casa con su marido y ella lo atendió como la mejor de los anfitriones.
Sin
embargo, Leónidas la engañó. Ella no lo hubiera creído, él le ofreció
matrimonio y le dio con la puerta en las narices el día que se encontrarían
en su oficina, dijo no conocerla y le negaron verlo. Ella no entendía. Nunca
había ido a su oficina, habían acordado que lo buscaría allí para ir juntos
al registro civil a fijar la fecha de boda, ella iba radiante, al día
siguiente compraría su vestido, uno sencillo pues sería una ceremonia de
solo ellos dos. Él negó conocerla. Debía ser un equívoco, insistió. Ella
podía esperar otra decepción, por qué no si otros la habían decepcionado
pero no un engaño. Lo vio salir de la oficina con una mujer mucho más joven.
Lo buscó de nuevo pasados unos días, ¿la mujer? podría ser solo una
compañera de trabajo. Le telefoneó, él no respondió, nunca más habló con él
y la relación terminó sin ninguna explicación.
Él,
por su parte, se saboreaba su venganza. Los habían presentado en una
reunión, él se sintió atraído pero vislumbró su oportunidad. Había vengado a
Ludvige –a quien no conocía– de lo que ella le hacía durante su matrimonio:
salir con otros hombres a flirtear con el pretexto del baile e incluso a
relacionarse sexualmente, lo que supo por Fabricio cuyo relato fue que ella
solía ir a bailar con amigos porque a su marido no le gustaba bailar y la
historia se hizo sola.
cristinadelaconcha@hotmail.com
https://www.facebook.com/cristina.delaconchaortiz
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