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DE Un viaje al paraíso chihuahuense (Barranca de Batopilas)
 

de Román Corral Sandoval 

 
 

19.Jun.08

     
     
     
  en venta la obra donativo  
 

  de Agustín

 
 

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MI CONTACTO CON LOS TARAHUMARAS DE BATOPILAS
 

Por Román Corral Sandoval 

No me explico el porqué los tarahumaras o rarámuris, auténticos y originales dueños del estado de Chihuahua, viven en cuevas de las barrancas o sierras, vestidos con harapos y alimentándose como en la Prehistoria, sirviendo como bestias de carga y soportando  enfermedades, hambrunas y explotación. En Batopilas  observé indígenas tarahumaras en condiciones infrahumanas:  sin la luz del alfabeto, cargando sobre sus espaldas muebles, vigas, bultos pesados, por el pedregoso “camino real”, desde el  Mineral de La Bufa hasta el poblado de  Batopilas, cuesta  arriba y cuesta abajo, sin inmutarse y sin quejarse  de nada. Los veía pasar todos los días por el “camino real” por un lado de mi salón de clases   caminando solos o en pequeños grupos. Al igual que los habitantes de la Misión de Satevó, los tarahumaras sufren de los mismos males y marginación social pero en mayor escala;  los mestizos  o   “chabochis”, como nos llaman los tarahumaras nos sentimos “superiores” a los hermanos rarámuris y algunos moradores de la Misión de Satevó los creían inferiores porque estos indígenas se ponían apellidos de animales o cosas: Juan Ratón, Pedro Pitahaya, etc. Y así iban los tarahumaras a buen paso recorriendo el “camino  real” cargando sobre sus espaldas pesados bultos y el gran peso de la marginación social. El “camino real”  es la vía de comunicación de la Barranca de  Batopilas y de otras municipalidades vecinas; es la columna vertebral que une a todas las comunidades de la barranca y la sierra que en  1970 carecían de carreteras pavimentadas como las que existen en el altiplano y desierto chihuahuenses; en este 2008, la mayoría sigue en la misma situación.
 

 

REPARTO DE COBIJAS EN LA MISIÓN DE SATEVÓ

En 1972 bajaron de las serranías cercanas a la Misión de Satevó cientos de tarahumaras, se concentraron en el patio escolar y alrededor del templo en espera de que les fuera proporcionada una cobija. El gobierno federal cuyo titular era Luis  Echeverría Álvarez envió un gran helicóptero con quinientas cobijas que beneficiaron a igual número de personas principalmente tarahumaras.  En el cuarto anexo  a la Casa del Maestro de 25 m2  y en mi habitación fueron apilados los cobertores desde el piso hasta el techo; durante tres noches dormí en el pasillo estrecho que quedó entre los cobertores apilados. El Comisario de Policía Dolores Gil Hermosillo recibió la orden de llamar a los tarahumaras de las serranías cercanas a la Misión de Satevó   y por espacio de varios días éstos se presentaron para recibir el obsequio del gobierno de la república; la escuela fue utilizada para dicho trámite porque en esta pequeña comunidad no existe otra institución oficial.
 

 

UNA HUELLA DIGITAL: ÚNICA CONSTANCIA DE SU EXISTENCIA

Los tarahumaras sin pronunciar palabra firmaron de recibido en unos documentos especiales estampando la huella digital del dedo pulgar derecho; no sabían leer ni escribir y no tenían nombres ni apellidos, tal vez en su comunidad los llamaban o se comunicaban de alguna manera; eran chihuahuenses que no figuraban en el Registro Civil por lo que oficialmente no existían y casi ninguna autoridad se preocupaba por su status legal; nadie sabía las fechas de sus nacimientos, tal vez ni ellos; lo que era seguro eran sus fallecimientos  en la Barranca de Batopilas en el interior de alguna cueva, en un jacal, a orillas del río, en algún atajo o en la profundidad de algún abismo o precipicio de esta irregular orografía, de lo cual tampoco quedaría constancia legal.
 

 

COBIJAS NUEVAS PARA CUBRIR UNA MARGINACIÓN ANCESTRAL

Los moradores que fueron a buscar a los tarahumaras a la Cumbre llamada “El Pajarito” y a otras serranías seguramente hablaron con los gobernadorcillos como Bernabé   Herrera de la comunidad de “Buena Vista” o con Julio Noriega de “El Chilicote”. En los días en que desfilaron por el patio escolar centenares de tarahumaras desde lugares desconocidos en el mapa del estado de Chihuahua, pude observar sus rasgos físicos,  conducta, hermetismo o introversión y desconfianza hacia los “chabochis”. Desnutridos, de cuerpos demasiado delgados, piel reseca y lacerada por las inclemencias del tiempo, vistiendo harapos y descalzos los rarámuris volvían a sus comunidades con una cobija nueva de colores llamativos que contrastaba con sus rostros tristes, miradas perdidas   y su miseria ancestral. No he observado desde entonces a seres humanos tan callados, sufridos y marginados. Es de agradecerse lo que hizo el gobierno federal por los tarahumaras, supuestos dueños de los bosques  chihuahuenses; pero la verdad es que nuestras etnias merecen un mejor destino y nivel de vida; cuando a estos humildes seres humanos se les da una limosna, es el pan de hoy y el hambre de mañana ya que son tantas sus carencias que estas cobijas recibidas solamente prodigaban un paliativo a su miseria ancestral; durante los días de la repartición de tan llamativos cobertores observé en vivo y a todo color  los matices de la marginación social.
 

 

LA SITUACIÓN DE LOS TARAHUMARAS

Son los rarámuris y los antiguos tubares los que han conocido palmo a palmo, los caminos, veredas y atajos de las barrancas y sierras donde han dejado  gran parte de su vida al recorrer a pie esas grandes distancias para  ir a las tiendas de los  “chabochis”  a comprar manta, manteca y mercancías  con el escaso dinero que obtienen por rentarse como si fueran animales de carga o por la venta de panelas o quesos que elaboran con la leche de las cabras si es que algunos las poseen  o por la venta de  hierbas  medicinales mismas que utilizan para curar sus males. Los tarahumaras de las barrancas no viven igual que sus hermanos de las partes altas de la sierra; los primeros viven en jacalones o en cuevas donde existen pinturas rupestres o huesos petrificados  de seres  humanos que hace miles de años probaron lo agreste e inhóspito de estas montañas y profundos cañones; son los descendientes de los rarámuris que ayudaron a los misioneros jesuitas a construir el templo de la Misión de Satevó, salidos de las  cavernas de las barrancas donde nacieron y donde seguramente  morirán; estos indígenas nunca han visto de manera directa los adelantos científicos y tecnológicos de la “civilización”; es lamentable decirlo pero entre más  progreso económico existe en nuestro país las etnias  y otros grupos sociales sufren más marginación; así lo percibía en 1970 y ahora en el 2008, esta cuestión sigue igual, pues oficialmente existen en México 60 millones de  personas que viven en pobreza extrema. Los tarahumaras de la Barranca de  Batopilas en 1970, no eran mexicanos de cuarta ni de quinta o sexta categoría, sencillamente no encajaban en ninguna categoría socio-económica, porque cientos de ellos, por las condiciones en que los observé en la Misión de Satevó, me dio la impresión de que vivían en la Prehistoria, aunque el hombre había llegado a la Luna en julio de 1969.   Grant Shephered  dejó claro en su texto que le parecían tristes, solos y abandonados los habitantes de la Misión de Satevó, pero los tarahumaras de las serranías  vecinas a esta comunidad de plano no merecieron un estudio profundo o comentarios extensos para este escritor norteamericano quien escribió el libro “The Magnet Silver”. Históricamente los tarahumaras  y otras etnias del estado de Chihuahua, ocupaban las tierras fértiles del altiplano chihuahuense, antes de la llegada de los españoles a estas tierras norteñas encabezados por  Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, pero debido al miedo de ser exterminados por los conquistadores europeos, huyeron hacia la zona montañosa de la Sierra Madre Occidental. Sin embargo el avance español llegó hasta las barrancas y las sierras, acompañados por los misioneros jesuitas, que realizaron su obra evangelizadora en las serranías y construyeron las misiones con ayuda de la mano de obra indígena.
 

 

LAS CARRERAS DE BOLA

Otro aspecto que conocí de los tarahumaras fueron sus fiestas religiosas que observé con destalle el 01 de febrero de 1971. Para esta descripción me basaré lo escrito en mi Diario. Lunes 01 de Febrero de 1971. “...Mis alumnos del turno vespertino del tercero y cuarto grados estaban muy inquietos dentro del aula escolar, se paraban y desde sus mesa-bancos  se asomaban por la ventana para observar a los numerosos tarahumaras que transitaban por el “camino real” provenientes de las montañas cercanas a la Misión de Satevó para reunirse con otros que ya descansaban alrededor del templo  y que habían llegado desde las serranías desde las primeras horas del día. En breve iniciarían  las Carreras de Bolas en vísperas de la celebración del “Día de la Candelaria”. A las 05:00 p.m  opté por terminar las clases y mis alumnos presurosos corrieron atravesando el patio o cercado escolar, para luego tomar por el “camino real” hacia el sur, pasando el arroyo seco que divide a la comunidad en dos partes; en la parte sur se localiza el templo y a su alrededor estaban sentados en cuclillas numerosos rarámuris con su piel curtida por el sol, su atuendo singular y algunas prendas valiosas para apostar en las Carreras de Bolas. También me enfilé hacia el templo para ver de cerca dicho encuentro festivo-deportivo; algunos  moradores de la Misión de Satevó y un sinnúmero de tarahumaras descansaban recargados en el cercado de piedras del frente del templo: esperaban con atención el inicio de las Carreras de  Bolas. La primera carrera fue de diez vueltas: así fue el acuerdo de los dos equipos contrincantes integrados por seis miembros. La bola era de madera del tamaño de una de béisbol, hecha con guásima o de palo rojo.  Con el pie derecho, cada equipo, con la bola reposando en el suelo trataría de aventarla hasta los puntos escogidos ex profeso, de ida y de vuelta, hasta completar diez vueltas. La carrera dio inicio y surgieron las apuestas (manta, velas, dinero, objetos de valor, etc.) por el equipo favorito: la partida fue en el lado poniente del templo: hacia el sur se llegaría hasta el puerto del panteón para completar una vuelta en el arroyo ubicado a unos cuantos metros al norte del templo. Los equipos de tarahumaras representados con sus mejores corredores estaban listos en la meta de salida esperando ansiosos con su pelota de madera reposando en la tierra; esperaban la señal de partida, mientras los asistentes estaban a la expectativa reunidos en pequeños grupos platicando y riendo nerviosamente: cada vuelta duraría en promedio siete minutos. Cuando la carrera dio inicio el público gritaba apoyando a su equipo y las palabras en rarámuri sobresalían al español hablado por los chabochis…”. Era la primera vez que era testigo de la algarabía que encerraba esta competencia entre los tarahumaras pero también que los veía contentos, debido a que no tienen muchos motivos para estarlo dada su marcada marginación social: palpé la gran resistencia física  de esta etnia y dominio pleno del terreno montañoso, me sentí inferior frente a estos atletas indígenas, a pesar de que a mis diecinueve años de edad había caminado y recorrido distancias en forma suficiente debido a mi origen humilde, ya que mi familia nunca tuvo automóvil. Después de más de una hora de dura competencia donde los participantes dieron muestra de una extraordinaria condición física el equipo ganador fue ovacionado a la manera de los rarámuris; riendo y apenas enseñando la dentadura, pero sin escandalizar. En ese momento el sol se estaba ocultando entre las montañas y quizá no lo había hecho porque deseaba  esperar el desenlace de esta espectacular  Carrera de Bola donde reunió a cientos de espectadores…”.
 

 

HISTORIA DE LAS CARRERAS DE BOLA

Algunos historiadores señalan que durante la Época Colonial, los corredores indios llevaban el correo desde la Ciudad de Chihuahua hasta el poblado de Batopilas  por una distancia de 400 kilómetros de terreno abrupto en tres días; descansaban un día: efectuaban el regreso en tres días más. Por otra parte, lograr alcanzar a un venado a pie puede parecer imposible para cualquier persona, pero no para los tarahumaras, que desde su infancia son adiestrados para las carreras de larga distancia. Las razones para dar tanta importancia a la Carrera de Bola son estrictamente sociales;   las carreras tarahumaras a pie pueden durar días, ya que las piernas de los rarámuris son poderosas; también se prolongan por días las tesgüinadas. Sin duda alguna, el alcoholismo, la tuberculosis y una desnutrición lacerante son los enemigos mortales que diezman a los tarahumaras; no obstante, pueden cargar sobre sus espaldas lo equivalente a lo que un arriero transporta en el lomo de una mula por el pedregoso “camino real”: así son los tarahumaras de la Barranca de  Batopilas a los que tanto admiré en los dos años de mi estancia como maestro rural en la Misión de Satevó, tiempo que marcó para siempre mi interior y le dio un sello especial a mi forma de ser y de pensar. Por todo esto puedo concluir que los rarámuris son los chihuahuenses a los que más admiro y respeto.
 

 

LAS DANZAS DE LAS PASCOLAS

Una vez terminadas las Carreras de Bola se iniciaron los preparativos para  la Pascola  (danza de los tarahumaras)  donde participaron  los adultos al compás del violín  y  tambores. En esta ceremonia convivieron los rarámuris en una clara hermandad con los chabochis o mestizos, o sea, los moradores de la Misión de Satevó; al anochecer en el interior del enorme templo a la luz de las velas, cachimbas y teas  noté alegres los rostros de los asistentes, algunos vistiendo vistosos atuendos, coloridos y llamativos recién elaborados para la ocasión; pronto dio inicio la música monótona de la Pascola, donde los niños se integraron a la fiesta colectiva danzando junto con los adultos quienes vestían atuendos para esta fiesta religiosa en forma multicolor. Aunque varias  personas no danzábamos, con nuestra presencia y respeto nos sentíamos integrados a esta fiesta pagano-religiosa: fue la primera vez que deseaba profundamente ser tarahumara para integrarme a su espiritualidad y poseer la nobleza de su alma…”.
 

 

EL TESGÜINO

“…A las 10:00 p.m. de ese 01 de febrero de 1971 después de observar durante dos horas a los incansables danzantes acompañé a  Don Francisco Soto Fierro, presidente de la mesa directiva de la sociedad de padres de familia a tomar tesgüino en la casa de Aída Cruz Cruz, madre de mis alumnos Petra, Clotilde y Felipe Torres Cruz. Esta bebida elaborada con la fermentación de los granos de  maíz es parte primordial de estos festejos: era la única forma en que podía ser partícipe de tan contagiosa alegría. La mayoría de los moradores de la Misión de Satevó habían preparado tesgüino para brindarlo, en un gesto de hospitalidad a los danzantes y acompañantes; también lo elaboran los tarahumaras que habitan las montañas que rodean a esta comunidad y lo consumen como motivo general de sus fiestas y ceremonias religiosas pero además como válvula de escape para olvidar, al menos unas horas, su triste realidad  y los problemas inherentes a la pobreza que sufren en forma ancestral; también consumen lechuguilla  o bebida que se extrae de una especie de maguey  o agave, y al sitio donde se realiza esta operación o proceso le llaman vinata.   Conforme fue transcurriendo la noche el tesgüino empezó a desinhibir a los rarámuris y chabochis mientras la danza cobraba más ritmo y el número de participantes aumentaba; en el interior del templo los danzantes de la monótona música de la Pascola, al ritmo del violín y tambores, parecían no conocer la fatiga; carcajadas y gritos se dejaban escuchar de parte de los chabochis y otros rarámuris que se encontraban en grupos pequeños en una notoria hermandad en esa noche fría en el exterior del templo a la luz y el calor de numerosas y grandes  fogatas, en una notoria hermandad; me integré en uno de esos grupos después de que había observado a los danzantes en plena acción con sus atuendos vistosos; fue la primera vez que tomé  tesgüino    hasta marearme para experimentar y olvidar un poco mis problemas. Me retiré en la madrugada  porque la fiesta parecía no tener fin; en el trayecto a la Casa del Maestro pensaba que tanta algarabía y el ruido de los pascoleros me iban a servir de sedante para dormir profundamente, aunque los vasos de tesgüino que ingerí ya habían cooperado en algo con este propósito: eran las primeras horas del martes 2 de febrero de 1971, “Día de la Candelaria”…”.
 

 

AL DÍA SIGUIENTE...

“…Caí como bulto de cemento en las tablas apoyadas en los mesa-bancos  de mi cama improvisada; desperté a las  06:00 a.m. y desde el patio escolar, pude observar  alrededor del templo y seguramente en el interior, cómo yacían  muchos tarahumaras dormidos en el suelo soportando la resaca, pero además los había en los arenales del río donde al despertar beberían suficiente agua o la mezclarían con pinole en una lata usada; otros probablemente recostados  a la sombra de la vegetación espesa que bordea a lo largo del “camino real” temprano se habían encaminado a sus pequeñas comunidades dispersas en esta parte de la Barranca de  Batopilas donde moran en cuevas o jacales; el tesgüino y la jornada maratónica de la fiesta religiosa los habían dejado exhaustos. Al mediodía, la mayoría de los rarámuris, después de comer algo en las viviendas de los moradores de la Misión de Satevó  o de sus propios alimentos, como el  pinole elaborado con maíz tostado  y molido iniciaron el retorno a sus hogares…”.
 

 

LA "GUERRA" PERDIDA CONTRA LA MARGINACIÓN SOCIAL

“…Los tarahumaras seguirían con su rutina: comiendo raíces o ramas de diversas plantas de la región cuando la necesidad así lo ameritara, pescando bagres en el Río Batopilas o cazando pequeños roedores u otras especies de la fauna de la Barranca de  Batopilas, para poder sobrevivir en el entorno de su lastimosa situación. Numerosos indígenas dormidos  en el piso de cualquier sombra, daban la impresión de que había terminado una batalla, en la cual los frentes enemigos habían cesado el fuego porque no quedaba alguien vivo que siguiera disparando desde las trincheras; el humo que se observaba por varios rumbos del templo, no era el de los cañones que al fin guardaban silencio tras cruento combate, sino que salía de los rescoldos de las grandes fogatas a punto de extinguirse mismas que habían dado luz y calor a los combatientes durante toda la noche; el templo de la Misión de Satevó había sido convertido en un campo de batalla para combatir y no sentir, por medio de la alcoholización de los sentidos, los ataques constantes  de la pobreza y tristeza, de la desesperanza y el olvido, del abandono y marginación. Este maestro rural, normalista estuvo en la mencionada batalla, pero solamente aguantó el fuego cruzado de unos cuantos vasos de tesgüino  hasta la media noche por  sus limitaciones personales e inexperiencia tan notable presente a sus 19 años de edad, para aguantar la agresiva embestida del enemigo llamado marginación social, monstruo de mil cabezas que ha sentado sus reales en esta región chihuahuense en forma más notoria, después de la Revolución Mexicana, movimiento social que no benefició gran cosa y que de paso acabó con la bonanza minera de la Barranca de  Batopilas. Mi falta de fortaleza en todos los aspectos me impidió vivir en toda su plenitud y valorar en todas sus dimensiones estas situaciones tan peculiares de las costumbres de los rarámuris: no serví ni para el arranque, fui carne de cañón; perdí esta batalla, pero no la guerra; mi entrega consciente a la labor docente al servicio de esta comunidad sería parte de la victoria que podría presentarse en un futuro no muy lejano, al ver a mis alumnos triunfando en la vida…”.
 

 

MIÉRCOLES 21 DE OCTUBRE DE 1970

La camarería que observé en el “Día de la Candelaria”, entre chabochis y rarámuris, no se observaba todo el año. Recuerdo que este día,  el Comisario de Policía Dolores Gil Hermosillo,  de la Misión de Satevó, hizo presos a dos tarahumaras que riñeron. Como castigo, los puso a limpiar de piedras el “camino real”  y a desgranar maíz que ellos mismos cargaron desde la milpa o “rosa”  del comisario, al que le pregunté el porqué de tal castigo para los indígenas: me dijo que eran cuñados y que se habían agredido físicamente porque el marido le dijo al cuñado que su hermana no sabía hacer cobijas.
 

 

LOS TARAHUMARAS EN LA MISIÓN DE SATEVÓ

Con frecuencia me visitaban hasta la escuela algunos tarahumaras con los que platicaba; sentía que me observaban con detenimiento y cierta curiosidad por ser tal vez de tez blanca y pelo castaño: intercambiaban miradas, se sonreían entre ellos sin dejar de conversar conmigo.  Una de las tantas lecciones que aprendí de   1970 a 1972 en la Barranca de  Batopilas, porque fue más lo que aprendí que lo que enseñé, es que existen chihuahuenses de quinta o última categoría social  como nuestros hermanos rarámuris, tan olvidados y abandonados como los demás moradores de la región.   Muchos indígenas me aseguraban que las casas de adobe de los chabochis, no servían para vivir porque no son resistentes, debido a que las lluvias y los fuertes vientos las destruyen poco a poco y por eso decidían habitar en cuevas, como lo hacían sus antepasados; algunos tarahumaras que hablaban poco español con los que logré charlar me comunicaron más cuestiones de sus costumbres; me visitaban hasta el plantel escolar para venderme panelas de leche de cabra o hierbas medicinales y a otros los detenía en plena marcha por el “camino real” para platicar bajo la sombra del enorme mezquite del patio escolar que cubría parte de esta vereda; no era fácil charlar con ellos, al principio la mayoría me rechazó debido a que son muy desconfiados de los chabochis. Y es que, desde la Época Colonial estos indígenas fueron despojados de sus mejores tierras de cultivo y obligados a huir a las serranías para no ser exterminados; después, hasta lo que es ahora la   Sierra Madre Occidental  llegaron los conquistadores a realizar actividades de minería esclavizándolos a pesar de su férrea oposición y realizar numerosas rebeliones; posterior al Movimiento de Independencia a las etnias les fueron arrebatados sus bosques y durante el Porfiriato la mayoría de sus integrantes fueron explotados, esclavizados y vejados al laborar involuntariamente como peones en las haciendas de los caciques o terratenientes de la época; durante la Revolución Mexicana, que costó un millón de vidas, gran porcentaje de la sangre derramada perteneció a campesinos e indígenas, lo que no fue suficiente para que salieran de su miseria ancestral. Por estas causas históricas nuestros indígenas son muy herméticos; llevan en su cuerpo y espíritu, desde entonces como una herencia maldita, los estragos y huellas que les ha dejado la marginación social que en forma extrema los  ha dañado en todos los aspectos. Por lo que observé desde mi primer viaje a la Sierra Tarahumara en 1968, cuando era estudiante de la Escuela Normal de Estado de Chihuahua,  puedo concluir, sin temor a equivocarme que  la mayoría de los integrantes de esta etnia de la Baja Sierra Tarahumara están condenados a vivir eternamente en la miseria: ojalá y que alguna persona me pudiera convencer de lo contrario.


LA FORTALEZA DE LOS TARAHUMARAS

Los tarahumaras parecen no inmutarse ante la extremada pobreza que padecen; estoicamente han soportado las agresiones de los intereses ambiciosos  de las clases sociales que controlan el poder económico y por ende el poder político, las cuales desde tiempos remotos, les han arrebatado sus mejores tierras y bosques,  pero no su fortaleza espiritual que les ha servido para poder permanecer en su región, para no ser desarraigados o exterminados, aceptando vivir en condiciones infrahumanas, vistiendo harapos, en calidad de esclavos o en la lastimosa marginación social, pero sin abandonar los bosques, ríos y arroyos, flora y fauna silvestres,  montañas y cañones, barrancas y profundos abismos a lo que históricamente  consideran de su propiedad; con tal de permanecer en su medio geográfico generacionalmente han soportado a través de la historia la hostilidad de grupos humanos, explotación, discriminación, hambrunas, epidemias, condiciones climatológicas extremas, sequías; han tenido que sobrevivir comiendo plantas y animales silvestres y habitar en  jacales o en cavernas, porque sienten que todo lo que existe bajo el cielo azul,  limpio y transparente de la Sierra Madre Occidental, les pertenece desde tiempos inmemoriales, antes de que los chabochis u hombres blancos invadieran sus dominios, con el pretexto de llevar a su región la “civilización” y  el  “progreso”, palabras que les resultan huecas, porque bajo este pretexto se les ha sumido en la más profunda miseria y despojo; por la fortaleza espiritual que observé en los tarahumaras de la Barranca de Batopilas y por el estudio histórico que realicé en el desarrollo social de esta etnia, aprendí cuando menos un poco, a sufrir en silencio, a dejar de llorar como si tuviera muerto tendido ya que los rarámuris han sufrido de verdad toda clase de calamidades y vejaciones; comprendí que la fortaleza de su espíritu se moldea bajo el sufrimiento callado y aunque nunca pude ser como ellos, ni siquiera para caminar, correr  o nadar a su ritmo debido a su extraordinaria destreza o para soportar el frío,  calor,  fatiga,  hambre o la sed bajo condiciones extremas, al menos hice el intento de imitarlos  durante mi estancia en la Barranca de  Batopilas, donde siempre estuvo a prueba mi inútil cuerpo y débil carácter.
 

 

LOS MIRABA A TRAVÉS DE LA VENTANA DEL AULA ESCOLAR.

Siempre admiré de los tarahumaras de Batopilas su fortaleza física y espiritual, su filoso¬fía y estoicismo que  los hace resistentes a los tratos despóticos de los poderosos; su fortaleza física es tan sólida, que a pesar de la marcada marginación social que sufren, para mí siempre serán los mejores caminantes del “camino real” y de la vida; ellos cargaron sobre sus espaldas gran parte del progreso material de la Barranca de  Batopilas en la construcción de las obras arquitectónicas en diferentes etapas históricas, construyendo caminos, trabajando en la minería o cargando diversos bultos y objetos pesados sobre sus espaldas para algunas personas pudientes de la región, que contrataban sus servicios por pagos  injustos; la mayor parte de su carga la traían desde el Mineral de la Bufa hasta el poblado de Batopilas y en algunas ocasiones era para lugares más distantes; los observaba transitar por el “camino real” a través de la ventana grande del aula escolar, mientras atendía a mis alumnos, ya que los perros les ladraban demasiado a estos sufridos caminantes y nada podían hacer para espantar a los agresivos caninos porque les representaba mucho esfuerzo deshacerse momentáneamente de su carga;  era cuando algún alumno me pedía permiso para salir de la clase para dispersar a dichos canes que al mismo tiempo interrumpían la lección por el escándalo que armaban; fueron los antecesores de estos indígenas los que fabricaron y cargaron sobre sus espaldas los miles de ladrillos rojos a grandes alturas, bajo la supervisión de los misioneros jesuitas para erigir los anchos muros, el campanario y las cúpulas de la nave arquitectónica que forman el templo de la Misión de Satevó. Esta comunidad tiene un  encanto especial, mágico y enigmático, presentando como techo a un transparente  cielo azul, rodeada por cerros rojos y amarillos en un entorno físico de   vegetación tupida, semi-selvática de un intenso verdor.
 

 
   

PROTESTA CONTRA OPERATIVOS MILITARES en el ESTADO HIDALGO LA ACADEMIA HIDALGUENSE DE EDUCACIÓN Y DERECHOS HUMANOS, A.C.

 

Día de la Libertad de Expresión:

7 de junio ó 3 de mayo

 

Declaración Universal de Derechos Humanos

De tolerar y tolerancia

Declaración de Principios sobre la Tolerancia

 

16 de noviembre, día Internacional de la Tolerancia

www.unesco.org

 

www.un.org/spanish/

 

 

 

 

Fata Morgana

 
     
     
 

El carisma

 
     
     
 

Mujer y equidad: la otra cara de la moneda

 
 

... según César Cruz Islas 

 
     
 

¿La otra cara de la moneda?

 
 

según Cristina de la Concha

 
     
 

Un dar permiso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
             

 

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