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CUANDO CALINGASTA ERA UNA FIESTA
por Daniela Gutiérrez
Burgos
Quisiera que el título de esta crónica, paráfrasis de una de las novelas
célebres de Hemingway, sirva de resumen e introito para una de las
experiencias más maravillosas de mi vida: la invitación a participar en
el “II Encuentro Internacional de Escritores Comunitarios 2006”,
que se realizara durante el mes de septiembre en la Provincia de San
Juan, Argentina. Invitación que se hizo extensiva a otros 45 escritores
latinoamericanos, gracias a la coordinación de la argentina María Esther
Robledo.
Como se sabe, Mendoza es una de las ciudades argentinas más conocidas
por los chilenos, pues, en cuanto lugar fronterizo, es la puerta
de entrada obligada para todos los que se aventuran en traspasar la
Cordillera de los Andes por vía terrestre. No creo que existan chilenos
o argentinos que, alguna vez por lo menos en sus vidas (y ya una vez
pasada la burocracia), no hayan dedicado un lugar en sus pensamientos a
nuestros antiguos antepasados, Bernardo O’Higgins y José de San Martín.
Y con esto no quiero aparecer como una vulgar patriotera de
circunstancia, no, lo digo tan sólo por lo que ese famoso viaje de hace
dos siglos constituyó, lo que tuvo de riesgo y aventura, desafío y
posterior comunión. Ningún acto humano es en vano. Y aunque no somos los
14 de la Fama, cuarenta y cinco escritores ahora -¿lo habrán tenido
todos claro?-, revivían, pero con otro tipo de espadas, a la manera de
sombras o fantasmas, aquel abrazo fronterizo entre dos independentistas
sudamericanos. Valga un homenaje aquí también a ese joven veinteañero
apodado “Fuser” por su amigo de viaje, pero de nombre histórico Che
Guevara, y que también realizara un traspaso fronterizo con
características épicas, episodio remasterizado en la excelente película
“Diarios de motocicleta”.
Mendoza no es tan distinta a Santiago, me digo, pues al igual que muchas
de las ciudades asentadas por los españoles, su estructura urbana tiene
la forma de la planta en damero o cuadrícula. Aunque pronto comienzo a
observar con asombro las pequeñas diferencias. Las personas me parecen
un poco más amables, más relajadas, ¿será por la distensión que otorgan
sus grandes y hermosos parques? La cuestión es que deleita observar y
recorrer sus calles, sus paseos flanqueados por árboles, sus estupendas
y amables librerías. Los viajes son así, una se sorprende con facilidad
ante lo desconocido. Pero finalmente se establece la dinámica que
conozco desde siempre en toda ciudad latinoamericana, aquella semejanza
con la realidad en la que habito. Buses interurbanos, niños y amantes en
las plazas, gente que come y bebe, caminantes, protestas públicas,
conversaciones sobre las desigualdades sociales y los gobiernos de
turno, rumor, ruido de urbe en definitiva. Como en Santiago, la vida
moderna transcurre.
Llega el gran día. El encuentro con otros pájaros y aves raras. Nos
esperan en San Juan en el Apart Hotel “Posada del sol”. Un montón de
escritores latinoamericanos que vienen de países como México, Ecuador y
Bolivia. Aquí comienza realmente el periplo, en un ómnibus hacia la
provincia de Calingasta (al interior de San Juan). Calingasta, sonoro y
bello topónimo para una -aún más- bella topografía. Esta es una ciudad y
villa minera con menos de 2000 habitantes, emplazada en medio de un
árido pero magnífico valle y por donde corre un río llamado Los Patos.
Posee un Museo Arqueológico que ya se lo quisiera cualquier pueblo
latinoamericano.
Cuarenta y cinco tertulios de diferentes lugares y naturalmente con
distintas visiones de la realidad, diferentes visiones creativas del
mundo. Me interesaba sobremanera observar esta convivencia, este abanico
parlante que duraría, para mi asombro, siete días, desde el 23 al 30 de
septiembre. “Entretejiendo desde el hacer de las palabras”, así
denominado este encuentro, palillos a crochet en mano, me dediqué
a tejer, sí, pero no como la pasiva Penélope en espera de su Ulises u
Odiseo, sino de manera activa, antenitas bien puestas, admirándome a
cada rato, conociendo y confraternizando, y maravillándome nuevamente.
Lo más divertido, entre miles de anécdotas: la ocasión cuando separaron
a las chicas de los chicos en la habitación de los hoteles. Only
women, only men, ja, fue entretenido volver a ser adolescentes. Lo
mejor de todo: los niños, los niños y la gente de Calingasta, toda la
gente que me tocó conocer en la zona de Barreal.
“En todas partes se cuecen habas”, fue la primera expresión que se me
vino a la cabeza luego de mi segunda noche de participación en el
encuentro, pues la lluvia de egos, me dio lata constatarlo, no es propia
sólo de un país. La lluvia de egos, el infaltable chanta y una que otra
imbecilidad pertenecen a todas las naciones, a todos los seres humanos.
Pero estoy exagerando -además que mi ánimo no es pelar-, en el encuentro
del que hablo éstos eran los menos, se hacían notar como cualquier pavo
real, es cierto, pero insisto, eran los menos, y claro, cómo no habría
de haberlos, pues ésta era una comunidad de escritores, no de monjes
tibetanos o hermanitas descalzas. Y el escritor, en cualquier parte del
planeta, tiene el súper-yo del porte de un rascacielos. Iba a decir
catedral, pero las catedrales son más pequeñas.
Contraste cultural, diferencia igualitaria, mixtura de idiolectos,
discusión, igual se logró crear un lugar común, diverso y tolerante, un
espacio soñado, donde hombres y mujeres (artesanos, obreros de la
palabra), pudieron compartir rincones de inteligencia, conocimientos,
experiencias, copas e intentos -muchas veces lúcidos- por despiojar el
lenguaje, dar respuesta a este oficio inusual llamado literatura, ámbito
de lenguaje donde convergen siempre las comunidades y, en particular,
cada sujeto o individuo. Esto, en cuanto al intercambio entre los mismos
escritores. Porque lo más hermoso fue la literatura en la calle, la
conversación, el intento de resurrección de la mayéutica socrática,
aquél famoso “parto del conocimiento” en que consiste el diálogo cuando
es prístino, directo y llano, visitando escuelas de provincia,
interactuando directamente con niños y niñas, con sus profesores y con
sus familias.
Resultaba interesante vislumbrar cómo esta reunión, lejos de cualquier
megalópolis, ayudaría a la concreción del objetivo fundamental del
encuentro, que era “acercar a la comunidad con su identidad local”. Tema
bastante amplio como puede sospecharse, pues las identidades se
conforman desde lo micro a lo macro, desde lo particular a lo social y
desde lo emotivo hasta lo epistemológico. ¿Habremos podido acercar
personas y comunidades, integrar a los niños en las escuelas de frontera
con su propia identidad cultural e importancia? ¿Sirvió la literatura
para crear un ámbito de reflexión creativa y como herramienta
liberadora? ¿Lo habremos logrado? Pienso que en muchos aspectos sí se
logró.
Por último, habría que señalar la importancia que significa siempre este
tipo de encuentros, los que sirven para constatar la diversidad de
registros creativos que se da en los autores de nuestro continente, la
difusión cultural que significa para cada país, las lecturas varias que
se realizan, así como el intercambio de experiencias y libros. Además de
la oportunidad, como fue en mi caso particular, de vislumbrar cómo sería
la colisión entre un cochabambino y un porteño del Gran Buenos Aires por
ejemplo, o el chispazo producido entre un Valdiviano con alguien del
Distrito Federal de México o Lima. Y aunque mullida y no hubo heridos,
la colisión fue luminosa y magnífica, como en todo gran choque cultural.
Desde Santiago de Chile, y ahorita mismo, como diría una amiga mexicana,
destapo una botella de vino y brindo por la Provincia de San Juan, por
toda la zona de Barreal, por los ojos de los niños y niñas de Calingasta,
por su gente y por la emoción imborrable que dejaron en mi corazón.
¡Salud!
10 de octubre de 2006,
desde Santiago de Chile.
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Viaje a Calingasta,
por Cristina de la Concha
de México
Jorge Leónidas 'Chiquito'
Escudero en Tulancingo cultural
I I Encuentro
Comunitario Internacional de Escritores
San Juan, Argentina
Crónica de la chilena
Daniela Gutiérrez Burgos
CONVOCATORIA
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