Absorto
Hay suficiente metafísica en no pensar en nada
A.Caeiro
No diría que estoy desaparecido
Sino que concentrado en un punto al que
presto mucha atención
Y entonces desaparezco
Es un truco de la nada tenernos parados
frente al mar
mirando no sé qué infinitos
Diría que soy una roca que gusta de su
núcleo
Que soy objeto de la tarde
y que es ella quien me piensa
Diría incluso que no existo
Que soy una ilusión óptica de otro
Pero no estoy de acuerdo con este silencio
En alguna parte alguien desea
y aquí mismo -con el rostro embrutecido
por el enigma-
estoy yo haciéndome el invisible
pensando que no habría nada mejor que su
rostro
en el instante mismo en que el sol entra
Tal espejismo es habitual:
soy tan real cuando avanzo y regreso a
casa
que ganas no me faltan de ser vagabundo.
Ejercicio
“Los versos son decididamente una cosa
inútil. Esas personas que escriben cosas siguiendo medidas, cadencias
dadas, en que cada línea termina en sonidos parecidos, ese runruneo como
el de un niño que recita, son ridículos en el fondo”
P.Leautaud
Ausenta el aullido huidizo del anillo caído
Reúne al reino rendido del silencio del piso
Promueve el ritmo irritante del enemigo
Forcejea jadeante junto a los juncos juveniles
Para que el viento no inunde con su aire
El hábito abismal de estas habitaciones.
Mancha con mar y morcilla la mesa del desayuno
Y a cada uno quita su pena quejumbrosa
Con el oportuno regocijo de tu calma.
Ama al sol solitario del mediodía
Camina pecaminoso mirando penumbras atardecidas
Vuelve pronto al promontorio prometido
Y desde ahí sorbe la insolencia de la noche
Y grita un grito de grillo
Tan melodioso y breve
Que hasta tu alma dormida al escucharlo se despierte.
R.L
“abastecido de libertad por lo libre de la caída”
R.L
Casi las mismas de ayer
estas horas
presentes
tras la ventana.
Las mismas de no ser porque miro otro siglo
y la velocidad me incluye en el mundo.
Casi las mismas mas con veinte años de crecimiento
en el espanto.
Suelo fértil sobre el cual camina,
transfigurado en militar de la locura.
Del que hablo soy transplantado a la época augusta,
extra en el papel del suicida instado a caer
por decepción
en el orden de los muertos.
Del que hablo soy en él la edad en que tramaba
una composición por cada cara mirada.
Ellos, los que se repiten con el tiempo
datarán a la ciudad del interés por inventarla.
De la densidad de las gafas más el vidrio tiznado,
la impresión de invierno constante.
De la opacidad del asfalto y el silencio de siesta,
el estático tono de la reminiscencia.
Del jockey apretando el vello abundante de la patilla,
una instantánea para imaginar los bordes, el anexo
infinito sin fotografiar, los muebles, los libros,
el espíritu de la época impreso en la decoración,
yo mismo en alguna parte menor de edad
husmeando sin moral mis genitales, ella
que desconozco incubando a la mujer
desquiciante, el ruido protestante,
la ira recíproca, los embates
del observador linchando
con sus versos mimos
el desaire.
Interdictos
En el deterioro del recinto, un torso asoma estirada la mano.
Los internos, en la última fotografía
no están acompañados por sus delirantes parejas
sino -como es propio del estado-
vagan solitarios al fondo del pasillo.
Son los que se han quedado solos.
Más aún que en su aislamiento del mundo.
Porque no creen en el amor, o porque es otro
de sus manotazos,
abrazan a la tímida sicótica
para posar su diferencia.
Sonrisas deformes, parecidos con amigos
estos rostros extravagantes no lo son por glamour
ni visten raro por esnobismo.
Están solos, en el fondo
si algo pudieran encontrar,
hallarían su secreto.
Yerran en la investigación del paisaje
haciendo muecas, poses y desnudos,
pero no se desvisten para entrar en la ducha
no les importa
eructar y mofarse, ser irónicos
o infundir temor o respeto.
El sueño que los inquieta hace que sonrían de esa manera.
*(Mirando unas fotos del libro “El infarto del alma” de Paz
Errázuriz y Diamela Eltit)
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