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        A paso de hombre 
          
          
        
          
        
                 
        salimos por la aduana del 
        horroroso Chile*, frase leída por mí como una regla: todo individuo 
        debe cruzar la frontera a pie, acto conforme al cual afirma su condición 
        humana, bajarse de la máquina y caminar, una veloz fantasía que me quedó 
        abierta, pues realmente ignoro por qué o para qué está puesta allí, en 
        una de las paredes interiores del domo fronterizo; aunque habida cuenta 
        de los mínimos detalles que una mirada instiga en un viaje, esa oración 
        era como el título de un poema o un libro, un poema o un libro sobre 
        arrieros en la cordillera o sobre la vida solitaria de un ciudadano en 
        la urbe, clave secreta obtenida por ingenuidad e innecesaria para 
        traspasar la frontera. 
        
                 
        Así, entonces, sorteamos el límite para ir al encuentro con los 
        inimaginables seres cuya lengua compartíamos, tres amigos de cuna 
        barrial y periférica de una ciudad nunca completamente abandonada, tres 
        desconocidos vasocomunicados en la infancia por el rigor de la 
        caligrafía y los rituales juegos, armar y desarmar legos, peinar y 
        despeinar muñecas, ganar y perder canicas. Empezando por declarar que 
        era mi primer viaje fuera del país, me sentía como el memorioso Funes 
        luego del accidente a caballo que le entregó la intolerable riqueza del 
        presente: por la ventanilla del bus o al aire libre, la mirada curiosa 
        se dejaba impresionar.  
        
                 
        Un veloz y elíptico descenso hasta Mendoza, una noche en esa ciudad de 
        calles iluminadas y profusas arboledas, y al día siguiente unas horas 
        más de carretera, sueño y pampa de por medio, con la visión de otro 
        lugar por un segundo, para alcanzar después el clima áspero de una 
        tierra desconocida. La palabra clave, el fenómeno presente tras la 
        sensación de sequedad, era “zonda”, el viento así nombrado por recorrer 
        el valle del Zonda, aire caliente que hiere las fosas nasales y cincela 
        ufológicas nubes en el cielo de San Juan.   Allí llegamos para 
        participar en un encuentro de escritores latinoamericanos, desorientados 
        y expectantes, con información que debíamos pesquisar. El programa 
        enviado anotaba la “Posada del Sol” como nuestro hotel comunitario, al 
        que llegamos vía remiso y cuyo conductor nos ofreció en el camino una 
        evocación espontánea de algunos hitos de la ciudad: el devastador 
        terremoto de 1944, cierta euforia imperceptible para nosotros por una 
        competencia de autos, el talento de sus jugadores de hockey, de básquet, 
        de fútbol, en fin, un calculado paseo por las calles y el mentado hotel. 
        Sin esperarlo y de casualidad, una desenvuelta argentina, Ana Cuevas 
        Unamuno, narradora versátil y locuaz, nos recibe en el patio de entrada, 
        amable y fumadora, indicándonos a la señora encargada del hotel para 
        instalarnos.  
        
                 
        Nenes y nenas separados,  Miguel y yo fuimos a parar con tres nenes 
        escritores argentinos, a los que se sumó un nene poeta chileno al final 
        del día;  Daniela, por su parte, inmejorablemente caía en el 
        departamento de las cordobesas, germen de la rebelión futura. Las 
        primeras horas, en el departamento asignado, compartimos presentaciones 
        y comentarios con Ricardo Monje y Sergio Soler, así como empezamos a 
        conocer a las compañeras de Daniela, Gabriela Robledo y Celina Garay. 
        Son muchas las personas que paulatinamente fuimos conociendo en las 
        distintas actividades y reuniones de trabajo y camaradería, de todas las 
        edades y procedencias, y en especial a aquellos que nos tocaron como 
        compañeros de residencia, tanto en la Posada del Sol como en la 
        solariega finca Lloveras de Calingasta. 
        
                 
        En la ceremonia inaugural realizada en el auditorio Juan Victoria 
        tuvimos ocasión de empezar a integrarnos con la totalidad de los 
        artistas, pudimos observar la exposición de los Plásticos, grupo 
        invitado y acierto de la organización en tanto se agregó al encuentro 
        esa expresión hermana de la expresión literaria, y escuchamos las 
        palabras de bienvenida de Maria Esther Robledo, la gestora y 
        coordinadora del evento. En esa ceremonia pude experimentar la idea de 
        una poesía gaucha, en el territorio mismo, además, en que una parte 
        importante de ella se ha manifestado. Mientras la actriz Nélida Astorga 
        declamaba el poema de Buenaventura Luna “Viejo poncho Sanjuanino”, 
        reconocía los elementos de una naturaleza y una cultura propiamente 
        argentinas, así como recordaba los elementos que en mi país funcionan 
        como signos de identidad. 
        
                 
        Muy temprano al día siguiente los escritores avanzábamos a lo que sería 
        “Viaje a Calingasta”, especie de historia acerca de cómo una cincuentena 
        de artistas vivió la ruralidad profunda y recibió una lección de 
        humanidad o, en un sentido más cifrado, fábula sobre la finca iniciática 
        y otras revelaciones, no sé, cada uno tendrá sus impresiones, pero en lo 
        que todos coincidíamos es en el valioso vinculo con la comunidad que el 
        encuentro logra a través de las distintas escuelas que se visitan y el 
        contacto con la gente en las calles o las sedes sociales, cuestión que 
        lo convierte en un modelo de interacción y exposición recíproca entre el 
        pueblo y los artistas.  
        
                 
        En Calingasta, por ejemplo, me tocó compartir con un despierto grupo de 
        jóvenes que cursaban su último año de secundaria, con quienes 
        dialogamos, leímos y jugamos. Me acompañaban Gabriela Robledo, poeta de 
        estados amorosos y visiones extáticas, y Edmundo Torrejón, fino poeta 
        boliviano, con quienes vivimos una tarde que se extendió más allá del 
        patio de la escuela y fue a dar a orillas del río Los Patos, frente a 
        una vasta e imponente panorámica del valle cordillerano y la alegre 
        conversación de los jóvenes de la secundaria de Calingasta. Hablamos de 
        comidas, temblores e inundaciones, de la fucking Barrick*, de pájaros 
        que parecen volar al revés y platos transnacionales. 
        
        
                 
        Y claro, Calingasta era una fiesta, de diurnas y nocturnas labores, de 
        duradero vino en dama Juana y tabaco empedernido. Una noche, 
        sorpresivamente, arribó a la finca Llovera el 
        
        último en 
        llegar 
        
        de los poetas 
        invitados, Telfor Pozo, guitarra a cuestas y un frío de 
        a madres -diría acepcionalmente Cristina de la Concha-, cantautor ecuatoriano que 
        lueguito nomás se incorporó al quehacer nocturno y nos habló de su largo 
        viaje por tierra. Así se completaba en Calingasta el grupo total y el 
        último miembro de Llovera, movimiento independentista y proyección 
        onomástica de una leyenda. Entonces veo al doctor Guzzo pegado a su 
        cigarrillo diciéndome: “yo sólo puedo hacer votos de silencio en voz 
        baja”, y nunca más lo odié. Y oigo imágenes salidas de la voz de Darío y 
        sigo con atención los detalles de las tulancingas narraciones de 
        Cristina. Veo álamos que forman pasadizos de aire y niños veloces que 
        juegan en su territorio. Oigo autoridades que recuerdan su infancia y 
        asientan con sus cabezas mayores. Observo complacido el orden y la 
        sensualidad de una pareja de bailarines, y luego es una cámara la que 
        observa mis gestos e inquiere mis opiniones. Mastico la carne 
        sustanciosa de una velada mientras oteo la maniobra de una copa sometida 
        a una improbable fotografía. Nada especial ocurre antes de volver a 
        Chile, el cuidado jardín nocturno de la Posada se me ha metido entre los 
        ojos. 
        
        Rodrigo Landaeta, Valdivia-Chile.  | 
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         13 de diciembre, 2006 
        
        El Encuentro
         
          
          
          
        
        
        
        Rodrigo Landaeta 
        
          
          
          
          
        
        
        *Alusión al poema “Nunca salí del 
        horroroso Chile” del escritor chileno Enrique Lihn (1929-1988). Aparece 
        en el libro “A partir de Manhattan” -Ediciones Ganymedes, Valparaíso, 
        1979-: 
        
          
            | 
            “Nunca salí del horroroso Chile | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            mis viajes que no son imaginarios  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            tardíos sí –momentos de un momento–  | 
              | 
           
          
            | 
             
            no me desarraigaron del eriazo  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            remoto y presuntuoso  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            Nunca salí del habla que el Liceo 
            Alemán  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            me inflingió en sus dos patios como 
            en un   | 
              | 
           
          
            | 
                                                                              
            |regimiento | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            mordiendo en ella el polvo de un 
            exilio imposible  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            Otras lenguas me inspiran un sagrado 
            rencor:  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            el miedo de perder con la lengua 
            materna  | 
              | 
           
          
            | 
             
            
            toda la realidad. Nunca salí de 
            nada.”  | 
              | 
           
          
            |   | 
              | 
           
          
            |   | 
              | 
           
         
        Calingasta  
        del álbum de fotos de Rodrigo 
        Landaeta: 
        
          
          
          
        
        los niños de 
        Calingasta  
        
          
          
          
        
          
          
          
        
        la noche en 
        Calingasta 
        
          
          
          
        
          
          
        
        Los 
        escritores en San Juan, Ricardo Monje, Miguel, Cristina de la Concha, 
        Hugo Barbero, Gabriela Robledo, Rodrigo Landeta, Lucía Quiroga, Edmundo 
        Torrejón, 
                    
                    Isabel Daibez    
        René Aguilera. 
        
          
        
          
        
        * Empresa minera canadiense que a través de su proyecto Pascua-Lama 
        desea extraer oro en la frontera chileno-argentina. Su idea es remover 3 
        glaciares y trasladarlos de lugar. La comunidad aledaña tanto de Chile 
        como de Argentina se ha organizado para impedir la obra puesto que ven 
        amenazados sus afluentes de agua. El estado de Chile ya aprobó el 
        proyecto, Argentina aún no se pronuncia.    | 
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