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De las
Memorias:
Narrativa de
Guadalupe Ángeles
José Antonio Durand
cuentos del tulancinguense Ovidio Ríos
de Tamalipas, José Manuel
Romero
Poesía de
del
defeño
Félix Pacheco,
del morelense Omar
Arriaga
del argentino Roberto Goijman
de Puebla, Moisés Ramos
Rodríguez
de Progreso, Hgo., Jorge
Antonio García
de Celaya, Gto. Javier
Malagón
Homenaje a la escritora
Elena Poniatowska
Monumento al Escritor
Latinoamericano en Tulancingo
Presencia del Cono Sur en Hidalgo
Poniatowska,
Premio Rómulo Gallegos 2007 de
Venezuela
La Presidencia Municipal de Tulancingo apoya el 1er
Encuentro Latinoamericano de Escritores
El Cono Sur en Hidalgo
y el
1er Encuentro Latinoamericano
de
Escritores
Tulancingo 2007 |
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Guadalupe Ángeles
Bosque
Cuando el sol se oculte te
llevaré a un sitio que no podrás olvidar, si lo permites, vendaré tus
ojos, para que cada sueño en soledad, venga a ti sin que sientas que
debes esconder la mirada; sostendré tu mano al bajar la escalera; en el
sótano (no gris, no azul: sepia) habrá una luz muy suave, un aire
enrarecido.
Desataré el nudo
de la seda que cubra tus ojos, percibirás la luz, murmullos que vienen
del otro lado de la pared.
Tomaré tu mano, el leve temblor que te cimbre no impedirá que sonrías.
Verás la forma
circular de la estancia, sentirás el frío que se desprenderá de esa sola
y oscura pared, pero al traspasar la única puerta, encontraremos un
nuevo espacio de tenues luces, extraño bosque donde árboles oscuros de
caprichosas formas, elevarán su tronco hacia el techo ceniciento, y será
justo al lado de uno de ellos, donde veremos a la mujer de mirada ciega,
vestido de lamé dorado y largas manos blancas, las cuales juguetearán
con una caja de cigarrillos y un fino encendedor de plata; guardaremos
silencio escuchando sus palabras lentas, como una suave oración:
“Asistimos, tenaces, al recuerdo de la lluvia, / como si en su sonido se
repitiera el breve latir del corazón. // Escuchamos voces y es como si
nos ahogara el mar, / volvemos al naufragio de escucharlas. //
Merecemos, tenemos la certeza, // un paraíso diferente: // Un paraíso.
Punto, / y corremos por alcanzarlo / imaginando que estará aquí, pronto,
/ en la próxima calle. // Ensayamos despedidas / y memorizar los
parlamentos / de una obra fragmentada / se nos vuelve costumbre. //
Envidiamos el roce de una mano sobre unos hombros / y somos toda luz
frente a la mirada del pretendido, cierto hallazgo. // Amanecemos
muertos de nostalgia / y el rumor de unas palabras nos transforma: / “he
vivido por ti”, decimos al silencio / y no hay brote en nuestras ramas /
que no recuerde el tibio perfume de la noche / donde fuimos leve toque,
luz. // “Tu rostro amado”, murmuramos / cuando la caricia es un
proyecto, / el pretexto para vivirnos libres, / neutros, plenos. //
Comprendemos entonces; / un soplo diminuto nos consume, / estoicamente
rehusamos decir su nombre.”
Luego, la hermosa mujer encenderá un cigarrillo y fumará en silencio,
con sus ojos ciegos, fijos en la nada.
Seguiremos caminando, y hemos de encontrarnos con un hombre fuerte, de
traje cortado a la perfección, quien nos detendrá con gran delicadeza
para decirnos con ansiedad creciente, a medida que le escuchamos sin
decir palabra:
“¿Qué voy a hacer con mi corazón? / la sola idea de tu presencia / me
abre en canal el pecho, / soy como un cadáver pero consciente, / antes
de la autopsia lloro / pero mis ojos están secos / mis labios
quebradizos / ¿cómo puede morir un cadáver? / Yo era frío sin ti / había
alcanzado por fin la gélida prestancia / para atravesar el mundo frío /
donde la vida me puso a vivir / pero tu alegría / tu beso a media noche
/ la posibilidad de tu abrazo / me arranca de mí…”
Se interrumpirá de pronto, correrá hacia la puerta, escucharemos sus
pasos al subir de prisa la escalera.
Luego serás tú quien me conduzca hacia un niño de cabello lacio, quien
nos preguntará al borde del llanto:
“Si muero esta noche / ¿tendrás tiempo para verme? / ¿lloverá cuando
amanezca en la muerte? / ¿te quedarás conmigo un buen rato para
contarnos todo lo que no tuvimos tiempo? / ¿te reirás de mis pecados? /
¿muerto regarás algún jardín en algún lado? / ¿Abriré los ojos y te
reconoceré?”
Querrás abrazarlo para darle consuelo, pero él, cuando tu mano se
desprenda de la mía para enjugar su llanto, desaparecerá, al tiempo que
yo he de decirte con suavidad:
“Quisiera hablarte en la lengua de los muertos / quisiera abrir alguna
herida / ¿cuál brazo prefieres? / quiero que de tanta sangre crezca un
río / y en él ir hasta el mar donde habrás de recibirme / ¿hay barcas en
la muerte? / ¿tiene la eternidad atardeceres?”
Casi puedo ver tu sonrisa triste, pues en ese momento lo sabrás al
fin: ambos hemos muerto.
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