Moisés Ramos Rodríguez
Del
libro Olvido es nuestro nombre (ediciones de educación y Cultura,
Puebla, México, 2007)
I
Devastación y miedo
el fuego ennegrecido
tragándose hasta el polvo
devorando incluso
el camino
donde lava fluye
Abrazadas a sí mismas las
últimas criaturas
el rostro multiforme
indefinido
la mano en el regazo de la
madre
y un hijo convertido en
pira
pira sin alma/piedra
La devastación y el caos
cuerpos que criban la
tierra del silencio y de la sombra
Ceniza
La contracción de las
pupilas y de las manos
bocas tragando piedra pómez
ráfagas de miedo
sangre
El amanecer
hace mucho consumido
La absurda
brillantez de lo que se ha extraviado
el cielo
nada que
mostrar
nada nuevo
bajo este ocre sol
Ningún fulgor
Ni un
riachuelo al menos para ir bebiendo
Soledad plena
única
verdadera
existencia sin nadie fuera de nosotros
El derrumbe
del humo y de la tea
¿Noche o día?
Frágil todo
imposible
establecer una línea entre uno y otro ángel abrasado
Imposible
hallar el fuego último o primero
El eco de la
destrucción es el presente
la carne viva
muerta
la flor de
piel evaporada
II
El siglo nace
con la venganza de la plebe
con la
insurrección de fingidos simuladores de indolencia
quienes
arrasaron estos campos con el pretendido fin de
nuevas
siembras
quienes
confiscaron sueños para la magna pira funeraria
quienes a
dentelladas arrancaron la mano del poeta
los mismos
que aplicaron ácido a los ojos del pintor
temiendo en
él al retratista de la alma verdadera
Son quienes
alimentan al siglo aún recién nacido con vómito
y estiércol
con frutos
del magma y la ceniza
los que hacen
de la ciudad infecto vientre de nonatos
los que
oyeron batir las alas de los ángeles
los
derribaron
los arrojaron
sobre ésta
su casa nueva
una vieja
sabana de esterilidad sin calma
—El pedregal
es nuestro césped
lava
petrificada de nuestro huerto el árbol —dicen
Lechos sin
río
raíces
arrastradas por tornados hasta que sangre esto:
¿tarde o día
alba o noche?
Alucinación
del niño aterrado
X
El Mar muerto
no es simple nombre o alegoría:
en su
envejecido lecho
asentados
están los restos
de los que
hace siglos fueron convocados
y aún en ese
fondo de asentada podredumbre
llaman los
ángeles aún claman:
nadie
ni un eco
responde
XI
No otra cosa
sino bruma fugitiva somos
ahora
danzarina en el ocaso
tal vez
cabizbaja mientras el sol está en levante
Esta bruma
sin sentido
no otra cosa
somos:
errabunda
sin memoria
seca
sueño sólo
una vez representado;
de costras
dejadas por la sangre del odio
y desconsuelo:
bruma
XII
El fuego
enredado en el peso de la tarde
La lánguida
frialdad
(cuerpo de la
muerte:
eso no otro
cuerpo somos)
el ladrido
amenazador del viento sobre rocas
entre grietas
secas por donde corrió sangre
Nada hay sino
olvido:
los cuerpos
ya no ruedan entre el hueco
el vacío de
cráter que sostiene el Tiempo como nuestro lecho
Ni siquiera
lamentos
ni procesión
ni entierro:
Olvido es
nuestro nombre
Olvido el
apellido nuestro
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