José Manuel Romero
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Manuel Romero
FRENTE AL MAR
La sirena del barco le hizo
levantar el rostro. A través de la ventana de la cocina la majestuosa
presencia del buque petrolero llamó su atención. Sentado en un banquillo
había estado observando a la mujer mientras preparaba el desayuno.
La brisa marina con ese gusto salado,
apenas refrescaba el calor de la cocina; el hombre contemplaba el
paisaje por la ventana que daba hacia la vía principal. Unos metros más
allá, el canal de entrada a los muelles industriales era surcado con
lentitud por el navío que conducía el práctico de puerto.
A lo lejos, un pequeño barco camaronero
estaba anclado con sus redes levantadas como dos grandes alas capaces de
elevarlos por los aires en cualquier momento.
En la cocina, el tocino al freírse, la
cebolla picada y la fruta partida colmaban de aromas el reducido
espacio. El hombre desvió su mirada de la ventana y la detuvo sobre la
mujer que apurada trataba de realizar varias cosas a la vez. Los sonidos
metálicos de utensilios y trastes llenaban el cuarto y dejaban en un
segundo plano los sonidos melódicos de una trompeta de jazz. La observó
partir gruesas rebanadas de queso fresco, echar a la sartén chistorra
que de inmediato colmó de un penetrante y picoso olor la cocina.
Al paso del tiempo habían llegado a una
silenciosa madurez en su relación. Ahora no era necesario hablar de
ello, simplemente disfrutaban de su mutua compañía, estaban juntos y eso
era lo importante. Atrás habían quedado el silencio en la comida, las
camas separadas y el portazo como despedida; hoy compartían un pedazo de
vida en común y pensaban continuarlo mientras fuera posible.
La observó con atención, ya no era la
misma de antes, la edad había comenzado a ganar la batalla a la lozanía
de su piel y a la firmeza de su cuerpo. Sin embargo el brillo de su
mirada lo tenía aún intacto, la sonrisa franca y contagiosa todavía la
acompañaba.
Estaba ligado a esta mujer como jamás lo
hubiera imaginado, con ella recordaba las tardes de café, las
conversaciones sobre cine y el gusto por la música, por ello había
decidido compartir en el último trecho su futuro con ella. Se incorporó
del banco y le dio un beso en la mejilla, ella sorprendida y acalorada
sonrió hacia él. El hombre le preguntó si le podía ayudar en algo, la
mujer agradeció el gesto y le mostró las naranjas para que exprimiera el
zumo.
El hombre se retiró hacia la mesa, miró
las mitades de naranja esparcidas en la tabla y levantó la vista hacia
el canal libre ahora de la presencia del navío. La brisa marina dejó de
soplar y por un breve instante posó su mirada hacia el mar, el tiempo
pareció detenerse un momento.
La mujer
frente a la estufa lo observó, después se acercó a él, tomó su mano y
ambos se quedaron mirando por la ventana más allá del horizonte.
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