Tulancingo cultural

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Tulancingo, Hidalgo, México

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27 Mar. 06

 

 

3er Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra, Gto. - Un nutrido grupo de tulancinguenses asistirá... -

Salvatierra reúne a más de 80 escritores - El encuentro - JÓVENES, LITERATURA Y CONTRACULTURA EN MÉXICO

Homenaje a José Agustín - La presencia de los artistas tulancinguenses - Autoentrevista de José Agustín por Vida con mi viuda

27 de marzo:

Ricardo Luqueño

Isis Bobadilla

Abril Medina

Jaime Loredo

Gustavo Adolfo Hernández Merino

José Francisco Ruiz Hernández

Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán

Isabel Medrano

Moisés Elías Fuentes

Javier Malagón

Leticia Cortés

Rafael Salmones

 

20 de marzo, 2006:

Arcel Muñoz

Lucina Kathman

Iván Trejo

Berónica Palacios

Aniceto Balcázar

Jonathan Solórzano

Jesús Cervantes

José H. Velázquez

Francisco Moreno

José Antonio Aranda

Emma Rueda

Dora Moro

Yuly Castro

 

Los asistentes al encuentro

Tercera entrega:

Leticia Herrera Álvarez

Elisena Ménez

Queta Navagómez

Patricia Matapoemas

Enrique Dávila Diez

Fanny Enrigue

Marco ísgar

Pterocles Arenarius

 

 

 

 

 

 

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Café Querétaro

Palabras Malditas

 

 

   

 

Isis Bobadilla

 

Un Escarabajo de Oro, fragmento

 

 

Una semana después, Tom sería llamado para el servicio de reserva de la base militar en la frontera. Estaba al mando de la fuerza que protegería la base. En el trayecto, una vez más, tomaría de su mochila un papel para escribir una carta:

“Margarita:

¿Qué hace esta guerra en una tierra santa? ¿Porque los árboles combaten con el mar?

¿Quien cruzará primero esta línea entre ambas tierras?

La naturaleza lucha contra ella misma.

Pienso a mi madre…  y me pregunto si al morir sentiría terror. De niño lo pensaba y sentía celos de que la muerte la hubiera tocado siquiera. Si yo muriera… No sé si sentiría terror. Deberíamos ser inmortales. He escuchado de la inmortalidad, pero nunca la he visto y creo que jamás la veré. Quisiera haber tocado a mi madre durante su muerte, quisiera haber besado su frente, no sé… ¡tocar su mano!…  Quizá aun sin eso ella se haya hecho inmortal.

¿Cómo será mi muerte, Margarita? ¿Que siente uno al ver venir el último suspiro de vida? ¿Cómo la enfrentaría? Espero desafiarla como ellos; mis padres. Con la misma paz, con la misma calma.

¿Será esa la inmortalidad? ¿Recibir la muerte con calma?

Voy hacia la base y las imágenes pasan lentas; como flotando en silencio, como en estado de espera. Pareciera un sueño largo esta lentitud.

Me acerco a la base. La música se escucha desde lejos. A veces, los instrumentos árabes y hebreos se juntan. Si la música se reúne… ¿Porque estos niños no pueden jugar como niños? ¿Porque deben jugar junto a las armas?

Voy en camino, y miro todo lo que pasa. Mis ojos se detienen en cada árbol, y cada árbol es una esperanza…

¿Qué tan cerca se puede estar de la victoria? Si mientras más cerca de ella se está, más peligrosa es. Es difícil ser honorable. Siempre hay alguien que observa a alguien.

Todo lo que he hecho ha sido por amor; por amor a Israel.

¡Nadie quiere esto! Todo lo que aquí se sacrifica se derrama como leche sobre la tierra.

Demasiada sangre, y sin embargo, los hijos de Israel seguirán peleando por esto dentro de cincuenta años.”

La tarde maduraba. Los ojos de todos los soldados de la base, recorrían cada rincón del paisaje; la distancia, la lejanía, cada árbol y cada rama. El silencio era de un perfecto asombroso.

Apenas y de vez en cuando se sospechaba un canto tenue de un pájaro que se alejara. Un Secreto inviolable aguardaba una confesión sacramental. Pasarían cosas que nunca se sabrían.

Así funcionaba todo; bajo un hermetismo mortal.

Tom se sentaría a terminar la carta que comenzara camino a la base. Una carta más. Una hermosa carta. Una carta como su puerto, como su ancla. Una carta como una epístola, un mensaje.

Las horas pasaban, y la piel se le erizaba inexplicablemente. Pensaba en la posibilidad del frío, en tener la presión baja, en la tensión, en muchas probabilidades. Pero no sabía realmente.

Tal vez, se trataría de un presentimiento.

De pronto, el ruido de unos pies sobre la hierba se confundía con repentinas ráfagas de viento. Todos se colocarían en sus puestos en alerta. Pocos minutos antes de dar las siete, seis palestinos armados asaltaron el recinto militar. Tom trataba de proteger la base en un combate a ciegas.

Cuando se volvió para ver lo que sentiría en sus espaldas, sus asustados ojos azules se encontraron con unos ojos cafés cristalizados de terror y de odio. ¿Por qué siempre Tomer se fijaba en los ojos de la gente? Ambos se miraron largo rato. Querían decirse tantas cosas…

Pero no habría palabras. No habría nada que explicara años de bruma y de vacío. Se apuntaban uno al otro con sus armas. Ninguno parpadeaba. A ambos guerreros les temblaban las manos, y el sudor se les deslizaba por la espalda. La música de la hierba arrullada por el viento cantaba coros sacros.

Uno dispararía antes. Quizá, quien dejó de mirar al otro, y cerró sus ojos recordando la causa.

Tomer Vail se desplomaría como un enorme roble de raíces encontradas: lento y suave. En calma. Se quedó tendido, sin gritar, sin decir palabra. Miró el cielo por última vez. Cerró los ojos, y comenzó a tomarse su tiempo, un tiempo que desde hacía una vida que no se tomaba.

Aquel reposo, aquella suspensión de sus sentidos, aquel mareo, aquel arrullo, aquel vaivén de barco que pensó que vendría alguna vez, se le hizo presente. Un abrazo tibio. Luz. El mejor de los respiros.

Las siete en punto. El reloj marcaría la hora en que aquel niño de tristes ojos celestes, se fuera en un viaje a través de la Vía Láctea. Por fin tocaría las estrellas y se mecería en las constelaciones que tanto amaba. Saludaría a la estrella más resplandeciente de la era. Hamal. Ahora podía tocarla a pesar de estar a setenta y cinco años-luz. Siete espíritus ante el trono, siete ángeles repartiendo el gobierno en siete épocas distintas. Siete planetas como cuerdas de una lira divina.

Quizá, haber nacido un siete de Abril, no era solo un acontecimiento. Quizá, haber muerto un siete de Septiembre, no era solo una fecha.

 

 

A Buenos Aires llegaría una valija. Una vieja maleta dirigida a Margarita Malta; esta mesticita del Chaco que se fuera a vivir a Córdoba con su madrina, después de que el niño de la casa se alejara y nunca volviera. No había nada más que hacer ahí. No había razones para permanecer más en esa casa de locos.

Un futuro más prometedor que ser sirvienta, le esperaba en Córdoba. Ahí, se casaría con Carlos, de oficio carpintero. Vivían en una casita azul. Disfrutaban de una vida sencilla pero plena. El tío Gallas, llevaría personalmente aquel maletín hasta esa casa, y lo entregaría de sus manos a las manos de la sirvientita del chaco, que ahora fuera una profesora de primaria.

Los ojos del tío Gallas le dirían todo a Margarita. El arrepentimiento y la culpa se le escurrirían por la cara como cera de una vela. Un trago de saliva, y el tío volvería a sus cosas y a su casa. Margarita pondría esa valija en la mesa de la estancia, y encontraría una nota en la tapa: “Para Marga”.

Al abrirla, cientos de dibujos y de cartas. Sacaría primero un dibujo a lápiz de una mujer muy hermosa con el nombre escrito abajo: “Aurora”. Después, el dibujo de un niño precioso junto a un cañón avejentado, titulado: “Yehoshúah”.

De nuevo, en la caja de cartón, al parecer la última de un montón de cartas. Margarita, la tomaría en sus manos como una pluma de paloma, y comenzaría a leerla imaginándose cada palabra:

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