Tulancingo cultural

tras los tules...

Tulancingo, Hidalgo, México

Principal (portada)

en las letras en la música en la actuación en la plástica sociológico y social histórico centros y actividades culturales diversas de Tulancingo gastronómico ciencia y tecnología municipios  hidalguenses
 
anteriores
 
danza performance teatro
 
cine
 
prehispánico
 
tradicional y legendario
interesante
 
hacedores
 
     
 

autores - los maestros en Tulancingo - autores tulancinguenses - autores hidalguenses - reseñas - libros y revistas - premios y reconocimientos

 
 

bibliotecas - derechos de autor - encuentros y festivales - talleres - convocatorias

 

27 Mar. 06

_____________________________________________________________________________________________

 

 

3er Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra, Gto. - Un nutrido grupo de tulancinguenses asistirá... -

Salvatierra reúne a más de 80 escritores - El encuentro - JÓVENES, LITERATURA Y CONTRACULTURA EN MÉXICO

Homenaje a José Agustín - La presencia de los artistas tulancinguenses - Autoentrevista de José Agustín por Vida con mi viuda

6ª Entrega:

Luz Angélica Colín

Ma.  Encarnación Ríos

Pío Sotomayor

Cristina de la Concha

Violeta Rivera

Omar Roldán

Santiago Risso

Maki España

 

27 de marzo:

Ricardo Luqueño

Isis Bobadilla

Abril Medina

Jaime Loredo

Gustavo Adolfo Hernández Merino

José Francisco Ruiz Hernández

Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán

Isabel Medrano

Moisés Elías Fuentes

Javier Malagón

Leticia Cortés

Rafael Salmones

 

20 de marzo, 2006:

Arcel Muñoz

Lucina Kathman

Iván Trejo

Berónica Palacios

Aniceto Balcázar

Jonathan Solórzano

Jesús Cervantes

José H. Velázquez

Francisco Moreno

José Antonio Aranda

Emma Rueda

Dora Moro

Yuly Castro

 

Los asistentes al encuentro

Tercera entrega:

Leticia Herrera Álvarez

Elisena Ménez

Queta Navagómez

Patricia Matapoemas

Enrique Dávila Diez

Fanny Enrigue

Marco ísgar

Pterocles Arenarius

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Visite las páginas web

Café Querétaro

Palabras Malditas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

José Francisco Ruiz Hernández

 

El atavío del licántropo

 

Para Dulce, que resplandece

 

Ya anteriormente había tenido el impulso de alterar las conciencias de sus compañeros de clase al jugarles bromas ingeniosas, pero esta vez los límites de su propia cordura estaban en juego. Observaba su pasado, las burlas pretéritas, los constantes atropellos y las muchas humillaciones escolares, y entonces su corazón saltaba en su pecho lleno de cólera, con unas ansias tremendas de gritar, chocarrear y entretenerse con la desgracia de esas estúpidas bolsas de carne.

      Entró al salón como de costumbre, burlando algunos obstáculos humanos que impedían su total soltura para poder desplazarse hasta su butaca; pensando cómo se verían todos esos bultos de carne si estuvieran rellenos de dinamita y explotasen con celeridad y potencia, cual petardos incautos y tremebundos. Pensando en ello empezó a reír con toda presteza, aunque interiormente; era algo que ella dominaba por completo; podía adueñarse de su conciencia, de tal modo que podía usar su mente para charlar, convivir, reír e imaginar un mundo colérico que sólo ella misma conocía y en el cual siempre podía estar tranquila, con todo a su disposición para poder ser demolido de inmediato de no contar con su agrado. Y sus compañeros no eran de su agrado.

      El profesor de Psicología era un pobre pelmazo, y eso ella lo sabía de antemano y le divertía bastante; claro que nunca había exteriorizado nada de sus meditaciones al respecto, nunca lo haría; pero le regodeaba en suma manera tener un espectáculo semejante de estupidez y estulticia de vez en cuando. Además, era la ocasión perfecta para realizar la más significativa y perspicaz broma de toda su vida; el profesor jamás podría interrumpir de algún modo sus intenciones debido a su torpeza y falta de iniciativa y carácter. Por lo tanto, ella estaba segura de lo que hacía, no escatimaba nada para actuar.

      Ahora el maestro dibujaba en la pizarra un esquema muy deteriorado del cerebro humano, y empezaba a explicar sus partes primordiales, sus funciones en el cuerpo y su ubicación estratégica dentro del pobre diseño. A pesar de lo interesante de la temática, los alumnos estaban sumidos en una total agitación, propiciando una barahúnda reinante en todo el lugar. Ella estaba en completo silencio, con una actitud sigilosa y taciturna que no encajaba con lo que ocurría a su alrededor: papeles volando de todas partes que tenían a ella como único blanco, gritos incoherentes y sin sentido zahiriendo bruscamente su serenidad, maldiciones retumbantes en su contra que provocaban la risa eufórica de muchas bocas, y un constante ruido de cuerpos inconformes con su actitud y con la tortura de la clase. Ella era un extraño en ese lugar; la única persona cuerda y capaz de todas sus facultades mentales en medio de un manicomio enloquecido que clamaba su demencia inexorablemente.

      Era tiempo de actuar, y eso la llenó de energía sacándola al fin de su letargo y sumisión. Hurgó entonces en su pequeña mochila y sacó una máscara de lobo provista de afilados dientes de goma y mechones de pelo artificial crespo e indomable, ojos inyectados de furia roja que destellaban maldad por sus cuencas vacías, y una nariz respingada y amenazante, batida de pigmentos sanguinolentos que bañaban y obstruían totalmente los orificios nasales. Se la colocó en su cabeza y la ajustó para poder mirar a su alrededor, y entonces sucedió: toda la gritería enmudeció de golpe, como si hubieran visto un muerto aparecido de repente dentro del salón; sólo se escuchaba ahora la pasmada y monótona voz del profesor, explicando algo referente al hemisferio derecho del cerebro, encargado de las acciones instintivas del hombre que no poseen cualidades racionales. Ella veía al profesor y seguía su absurda explicación mientras esbozaba una sonrisa dentro de la máscara. Todos a su alrededor murmuraban y se preguntaban lo que ocurría con ella, pero al observarla y tratar de imaginarse algo referente a su cuestión, quedaban absortos y pasmados por el impacto siniestro que la máscara producía en todos ellos.

       Ella bien sabía lo terrorífica y absolutamente detallada que era la máscara. La había mantenido guardada hasta ese momento, hasta que la exacerbación la hubiera consumido y no tuviera otra opción viable para contrarrestar las constantes molestias que sufría. Otras máscaras mucho más comunes y risibles habían provocado, cuando ella se las había puesto en otros lugares, que todos sus compañeros se espantaran y corrieran despavoridos de donde se encontraran. Pero ella quería algo más, un paro cardiaco o algo así: quería ver retorcerse de dolor a algún bulto de carne mientras ella riera incontenible dentro de su conciencia; sólo así se haría justicia, sólo así estaría en paz.

      Algún tiempo antes había estado ayudando a sus padres a desempacar los objetos familiares en la nueva casa que habían rentado. Sin embargo, ella se separó del ajetreó para ir a explorar el lugar, paseando por entre los silenciosos cuartos y corredores y observando después el vecindario por las ventanas empolvadas. Había una chimenea en la sala principal de la casa, y ahí dentro había encontrado la máscara envuelta en un rugoso papel periódico. Cuando pudo verla bien y descubrió sus cualidades espeluznantes e increíblemente  naturales, supo de inmediato, con una risa dibujada en sus labios, en dónde la debería utilizar. De ese momento, a lo que ocurría actualmente dentro del salón de clases, ella había sufrido una escalofriante inquietud en espera de un momento adecuado para intervenir.

      El profesor enmudeció al percatarse de lo que acaecía en su clase. Mientras algunas bolsas de carne gritaban dolorosamente, otras simplemente se ponían de pie y corrían despavoridas del salón, pero la mayoría se quedó sin habla, mirando con ojos medrosos y entorpecidos a aquél ser que callado y sigiloso amenazaba con atacar en cualquier momento.

      Ella disfrutaba enormemente lo que ocurría. Empezó a voltear continuamente a su alrededor para poder observar ella misma los rostros desencajados, aterrorizados como pusilánimes alimañas indefensas. A pesar de las reprimendas que el profesor le injuriaba, ella hacía caso omiso y reía, reía alegremente como nunca antes dentro de su conciencia.

      De pronto empezó a faltarle el aire completamente, cosa que la incomodó y le hizo lanzar algunos gemidos imperceptibles de agonía espasmódica. Los orificios de la máscara se cerraron de repente y ella empezó a asfixiarse dentro de la careta de plástico que empezaba a adherirse más y más a su cara. Nadie a su alrededor sabía nada porque todo se veía transcurriendo como un espanto público normal. De repente ella se desplomó en el piso ya sin aire en sus pulmones, tiró su butaca y provocó que todos a su alrededor aumentaran su pánico horriblemente. Empezó a sufrir espasmos dolorosos en todo su cuerpo al tiempo que sentía como toda su piel se quemaba y comenzaba a llenársele de materia extraña, viscosa y con olor de plástico quemado. De repente todo se detuvo y ella tuvo dominio de sí otra vez, pero esta vez con distintos ojos: rojos de cólera, hambre y angustia acompañada de un ansia terrible y asesina. Se puso de pie y sonrió abiertamente a los ahí presentes, mostrando sus terribles fauces ensangrentadas y sus afilados dientes incisivos.

      Los suspiros y tartamudeos de los ahí presentes no se hicieron esperar, algunos se mantenían boquiabiertos con la vista fija y perdida en lo que estaba frente a ellos; otros, como el profesor, proferían gritos y amenazas a la figura que los miraba continuamente como vigilando cualquier movimiento inusitado que pudiera incomodar su tranquilidad actual. Sin embargo, los más ingenuos, imbéciles e ilusos,  aún creían que se trataba de una broma; uno de ellos grito de pronto: “Qué guapa te vez, caray, si así te arreglaras diario no te verías tan estúpida y ruin”. Algunas risas apagaron el silencio. Ella volteó inmediatamente y vio a la bolsa de carne que le había ofendido, y con una rapidez inusitada le lanzó un zarpazo en el cuello, con sus poderosas garras que hasta ese momento ella se daba cuenta que poseía; lo que provocó que el cuerpo se desplomara débilmente en el piso, llevándose unas butacas consigo. Sus ojos se llenaron de sangre y todo lo veía rojo. Bajó su vista y observó detenidamente sus tremendas garras y su cuerpo lleno de una vellosidad gruesa de color gris brillante. El profesor, mientras tanto, había conseguido escapar, caminando muy lento y sigiloso, cuando el incidente anterior ocurría y ella estaba ocupada con la bolsa de carne. De cualquier manera, él era sólo un bufón para ella, no tenía la más mínima importancia su escape.

      De pronto ella supo, muy en el fondo de su conciencia dominada por el instinto feroz, que de un momento a otro empezaría la demorada cacería de ovejas; ahora no había ningún pastor que la pudiera detener, por lo que reía de forma histérica dentro de su conciencia y lanzaba aullidos escalofriantes a sus presas estupefactas.

       
   

Jóvenes, literatura y contracultura, por José Agustín

 
   

__________________________________________

Gracias por su visita

 www.tulancingocultural.cc ® Derechos Reservados

tulancingocultural@hotmail.com

info@tulancingocultural.cc

Aviso legal para navegar en este sitio

 
 

Visitas en las páginas que tienen este contador:free counter

 
 

free counter