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6ª Entrega:
Luz Angélica
Colín
Ma. Encarnación
Ríos
Pío
Sotomayor
Cristina de la Concha
Violeta
Rivera
Omar Roldán
Santiago
Risso
Maki España
27 de marzo:
Ricardo Luqueño
Isis
Bobadilla
Abril Medina
Jaime Loredo
Gustavo Adolfo Hernández Merino
José Francisco
Ruiz Hernández
Ma. Eugenia Rodríguez
Gaitán
Isabel Medrano
Moisés Elías Fuentes
Javier Malagón
Leticia
Cortés
Rafael
Salmones
20 de marzo,
2006:
Arcel
Muñoz
Lucina
Kathman
Iván Trejo
Berónica Palacios
Aniceto Balcázar
Jonathan
Solórzano
Jesús Cervantes
José H. Velázquez
Francisco Moreno
José Antonio Aranda
Emma Rueda
Dora
Moro
Yuly Castro
Los
asistentes al encuentro
Tercera entrega:
Leticia Herrera
Álvarez
Elisena Ménez
Queta Navagómez
Patricia
Matapoemas
Enrique Dávila
Diez
Fanny Enrigue
Marco ísgar
Pterocles Arenarius
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Café Querétaro
Palabras Malditas
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Yuly Castro
A
propósito de Febrero, mes dedicado al romance...
EL COLOR DEL AMOR
Hace tiempo leí en
algún lugar (que por ahora no recuerdo exactamente dónde) una cosa que
me llamó mucho la atención: una señora contaba que mientras celebraban
el aniversario número cuatro de su pequeño hijo, éste le había
preguntado de qué color eran los cumpleaños. La mamá por supuesto se
quedó sin saber qué responderle al chiquillo ocurrente. “Buena pregunta”
pensó. Era algo en lo que nunca se había detenido a reflexionar. Como no
supo darle una respuesta atinada en ese momento, se limitó a decirle que
“su cumpleaños era de muchos colores como los globos que adornaban el
lugar”. Así, sin más, el pequeño diablillo pareció haberse quedado
satisfecho.
Pero ella no dejó de
pensar en ese cuestionamiento, de modo que pasó los siguientes días,
solo por curiosidad, preguntándole a sus familiares, de qué color
consideraban que eran sus respectivos cumpleaños.
Como era de esperarse, las respuestas
fueron de lo más variadas. Hubo desde aquella persona que opinaba que
sus cumpleaños eran de color transparente porque deseaba que no
existieran más (actitud típica de quienes tienen poca aceptación a su
propio envejecimiento y lo manifiestan con una aberración a soplar cada
vez más velitas); también hubo quien respondió que sus cumpleaños eran
de color verde, porque se dice coloquialmente que el verde es vida
y por lo tanto, cada año acumula un poco más de ésta; pero también hubo
aquel que manifestó que sus cumpleaños eran siempre “color de hormiga”.
En la sabiduría popular esto quiere decir que eran difíciles o
complicados, aunque no me queda muy claro por qué se hace alusión a este
insecto pues me da la impresión (sin ser supuesto una entomóloga) que
esta no es una característica de las hormigas. Además, creo que se
debería especificar en todo caso, si es color de hormiga reina, hormiga
roja u hormiga obrera. En fin, parece que para usos prácticos la familia
o subfilo de este artrópodo, no importa.
Me queda
claro que los colores con que percibimos el mundo depende naturalmente
del estado de ánimo personal e individual. Algo bastante lógico. Lo que
me pregunto es ¿quién le dio ese significado a cada tonalidad de color?
Es decir, está escrito que cada color posee una comunicación visual
propia, crea determinados efectos en quienes los observamos, tiene un
lenguaje, expresa cierto estado de ánimo y determinada sensación, o al
menos nos lo repiten tan a menudo que nos sugestionamos (por ejemplo
cuando veo color naranja , he de confesar que no me estimula para nada
el apetito, pero me lo han repetido tantas veces a lo largo de mi vida,
que creo que me he llegado a predisponer lo suficiente como para decir
que es cierto), pero ¿quién le otorgó esas cualidades y atributos a los
colores?
En cada
cultura o ubicación geográfica de nuestro planeta, se tienen
interpretaciones diferentes en torno a este tema. El color del luto, por
ejemplo, no es el mismo en cada región. Lo que sería interesante, sería
lograr unificar el simbolismo de los colores y lograr algo similar a lo
que sucede en la música. En ese terreno por ejemplo la nota musical
sol, es sol aquí y en Turquía. Lo mismo debería suceder
entonces con los colores que dibujan los diversos episodios y
acontecimientos de nuestras vidas. Pero no sucede así.
A manera
de análisis personal, intentando encontrar unidad en estos conceptos me
di a la tarea de hacer una pequeña indagatoria preguntando al por mayor,
de qué color es el amor. ¿Las respuestas? Muy interesantes.
En
primerísimo lugar, encabezando la lista se ubicó el color blanco, que es
cuando el amor es inocente, es limpio, desinteresado, es puro, saca lo
mejor de nosotros, no busca otra cosa más que compartir los pequeños
detalles de nuestra vida con la persona amada, hace que nuestra vida
tenga cierto resplandor, nos hace gente buena, nos da confianza en
nosotros mismo, nos complementa. Es el símbolo de lo absoluto, de
la unidad, de lo positivo y de la ilusión que marca la tradición en
nuestras sociedades: llegar de blanco al altar. Claro que este
significado de antaño, ha bajado de categoría y es simplemente una
costumbre social más. Dudo, con todo respeto, que existan aún mujeres
que aspiren (y logren) llegar vírgenes y puras al día de su enlace
nupcial. Y dicho sea de paso, ni tendría por qué ser así ya.
El segundo color
para definir el amor en mencionarse fue el rosa: denota un estado de
ánimo donde todo es perfecto, de inocencia, y alegría juvenil,
donde todo marcha bien, donde los sentimientos
derrotan a la razón y hacen que todo se perciba como un continuo estado
de paz interior, acompañado de una sonrisa permanente innegable y de
cierto regocijo que logra que nuestro semblante cambie de humano a
bovino, o mejor dicho a “cara de borrego a medio morir”. ¡Qué
romántica definición para el amor! El rosa pues, es el color de lo
cursi, de lo meloso, de lo romántico.
Siguiendo la lista de coloridas preferencias, el que sigue es el rojo.
Más bien creo que es el siguiente paso de la escala evolutiva que tiene
toda relación amorosa. El rojo es el color de la pasión, del fuego, de
la sangre, de lo intenso, de los impulsos, de la violencia. Después de
determinado tiempo, dejamos de conformarnos con lo que nos da el color
blanco o rosa. ¡Y queremos más! Es entonces cuando llega el rojo a
nuestra percepción psicológica. Cuando ponemos al fuego un trozo de
hierro decimos que se pone “al rojo vivo”, de la misma manera que se
pone nuestro cuerpo al contacto con el calor de nuestro ser amado.
Dejamos de ser aquellos borregos moribundos para convertirnos más bien
en feroces lobos hambrientos. Entonces el éxtasis se apodera de nuestros
sentidos. La pasión nos ensordece, nos ciega, nos domina.
Pero
después de estar un tiempo colorados llega a nuestra vida otro color: el
color de la desilusión, de la monotonía, del hastío, del enfado: el
gris. Pasado el episodio mágico de descubrimiento mutuo, llegamos a un
estado de indiferencia y de apatía. Los colores que antes rondaban en
nuestra mente se han ido apagando tanto y tanto, que han dado paso al
surgimiento del gris: ese color aparentemente feo, triste, sin emoción.
Simboliza sobriedad, sugiere tristeza, nostalgia, es
estático, inerte, pasivo. Dejamos de lado ese
estado de exacerbación de nuestros sentidos y pasamos a un estado de
neutralidad continuo. El gris es esa mezcla de lo bueno y de lo malo de
las relaciones. Es el color de la dualidad de amor y desamor. Pero,
¿necesariamente debe siempre pasar lo mismo en todas las relaciones? ¿Es
el destino invariable del romance? Si aprendiéramos a canalizar cada
etapa de nuestras relaciones y ver que éstas fluctúan de manera natural
por toda la gama de tonalidades, dejaríamos de obsesionarnos y
decepcionarnos por encontrarnos ubicados en determinado color.
¿Cuál es el secreto
entonces para conservar el estado hipnótico- embrutecedor del idilio en
sus primeras etapas? Quizás no lo hay, porque incluso quizás ni siquiera
sea sano o necesario mantenernos siempre en un nivel. Lo que si existe
es la capacidad de aceptación de le podamos dar a cada etapa que
vivimos. Entonces me parece que al fin he obtenido una respuesta a mi
planteamiento original.
Frente a esta
problematización, he concluido que si el amor tiene un color, ése es el
negro. Por definición el negro es “la ausencia de luz visible o
la combinación de todos los pigmentos de color”. Si
mezcláramos en un recipiente un poco pintura amarilla, roja, verde, azul
y todos los colores que se nos ocurran, obtendríamos una mezcla de un
color tan oscuro y fuerte que se nos revelaría prácticamente como el
negro.
Y eso justamente es
el amor: la combinación y mezcla sin proporciones estandarizadas sino
mas bien azarosas y circunstanciales de colores que llegan, se
entrelazan, interactúan, influyen y gobiernan muestras vidas. Finalmente
el amor es ese sentimiento dinámico, que sube y baja, que se goza y se
sufre, que nos nutre, nos complementa, nos alegra y nos provee de la
energía necesaria para vivir, crear y trascender...
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José Antonio
Aranda
Islas
Dicen que las islas no existen
si no hemos amado en ellas
y ellas alumbradas por el sol
desaparecen de noche
Todo es sueño
y la invención de los corazones
que viajan
no mucho más allá
de sí mismos
Inauguran el humor de sus palabras
con la mañana
cuando las islas despiertan y son
lo que sueñan todos
Pan de amor o desdicha
Ellos no saben lo que pasará el martes
pero quieren conquistar el nombre que son de sí
desconocido
Se atreven a pescar
a desafiar el tiempo sobre las copas
sobre las olas
es lo mismo
el mismo abandonado nombre que cambian como trofeo
por otra cosa que no tienen
Son sencillos
complejos en su vocabulario
Aman ciegamente y parten
no muy lejos de las islas
se van
porque se sienten solos
irremediablemente
hijos de tierras desconocidas
no se conforman
aprehenden
todo lo que se mueve
y a veces se quedan sin nada
solos ellos
sujetados por el imán de las estrellas
por el rayo de luz que les abre un deseo
y aprietan contra si los cuerpos que aman
el vendaval contra su pecho
su soledad de palabras
donde nada son
como islas que no aparecen
en ningún mapa.
La ciénaga
Desde la copa de un mangle
una garza se estira como una vara blanca contra el cielo
vuela cerca de mí el símbolo de una página desierta
leve como los signos de un sueño
en que se convierten mis pasos
y la ruta virgen de un camino
que pasó la noche a solas
Y me detengo
ante la paz de una luz crepitando
sobre el jade del agua
mezclada con el lodo de la ribera
Playas minuciosas y enigmáticas éstas
tejidas de mangle y lirio
de raíces anaranjadas
que cubren los pastos en los meses secos
Aquí
el brillo esquivo de un pez solitario
Allá
el milagro maquinal de la luna
más cerca el erizo
las rayas que ondulan su rumor en la arena
Y yo en medio de lo diverso
sumergido en el cáliz de mi voz abierta
pensando un vacío repleto de alas
que me recuerdan los espacios del alma
donde alguna vez estuve.
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