Abril Medina
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VIII
y así tus
ojos-hojas color octubre me miraron el otoño empedrecido
supe que entre las
ramas de la boca se escondía una palabra
que una confesión jugaba ardillamente por el tallo de tu lengua
supe que algo parecido a la tristeza trepaba tu columna
encaramado con las uñas
algo que no era tristeza precisa -pero cómo se le parecía-
te obligaba a no dejar el movimiento para sentarte dos minutos en la mesa
supe que sus dientes gatunos inyectaban silencios musicales
donde era preciso bailar de la cocina al patio
o de la silla a mis piernas
y así tus ojos-hojas color memoria
se deshicieron pisados por la palma de una mano
cuando ésta se apartó quise ver
quise contar las lágrimas que se habían quedado pegadas pero no me atreví
entonces mis dos martillos
mis piedras de ver
se te clavaron en la cara
notando pesadísimos tu forma de llorar felinamente
no habría caza,
supe que los gatos usan ojos para no tener que hablar.
y me alejé.
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XIV
Por qué no habremos caminado entre las piedras
cuando teníamos rodillas y piernas gruesas,
por qué no habremos saltado ese charco sucio con los zapatos blancos
en medio de la acera aquel jueves de marzo,
por qué no subimos al último tren que abordó las vías a una cuadra
del colegio y que llevaba castillos y vigas de hierro a otro sitio,
y dime, por qué no habremos alimentado al pobre ciego del parque con
una moneda cuando acabó la risa nos besamos en su cara de gato viejo,
por qué no habremos corrido a seguir el conejo aquella vez en el bosque,
tú no sabes si hubiese brincado a una casa vacía y si esa casa
hubiese sido para nosotros el domicilio de las maravillas por
aquellos años
y si ahora estuviéramos cubiertos en goteras verdes y franelas húmedas
brindando por las piedras, por el tren y el charco y los zapatos
blancos con el podre ciego,
tú no sabes si aún hubiese pervivido alguna copa,
algún vino para recordar:
por qué no habremos dormido en la calle aquella noche de marzo
en que no queríamos volver a nuestras casas porque hacía un viento
hermosísimo ahí afuera en el mundo,
tú no sabes si ahora me preguntaría,
por qué no lo supe tampoco en ese entonces.
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XXI
Le doy un beso trenzado a tu divina torcidez
a tus manos rotas que se me pegan constantemente sobre los hombros
una foto negra en alabanza a tus lunares
le canto desde las uñas a tu beso que escurre lagrimamente del pecho al alma
del alma al suelo que se me olvida cuando me vuelas pájaro por encima
de la tristeza.
Te compro mitologías de tamaño libelular
metáforas negras de mariposa revoloteando en la puerta sin luz de tu casa
Hay en el tiempo oscuridades dulces como huecos
y yo te camino el reloj nocturno buscando la abeja reina de tu vacío-panal
con minutos obreros que trabajan amielados
pero asidos de aguijones bravos en la punta del minutero.
Te beso una fantasía lasciva
interminable entre lo nuestro y la nada
apologías de corta y pega para tu verbal silencio
para que se colme de rendirte injustos cultos
para que se laven los excesos de ti en mis páginas
en la suerte de agresión dragónica que sufrimos al tocarnos
que empeora del hocico al último fuego si nos destocamos.
Te beso en el nombre de nadie
porque a nadie has perdonado conservar un nombre
demoniamente beso la enorme espiral de tus ojos
torciéndome en ella
enroscándome en tu lengua trabada de tanta osculidad.
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